Di Tella en los medios
Diario Perfil
13/11/11

La inoportuna cruzada contra el dólar

Por Manuel Mora y Araujo. Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella.

El boom de confianza que representó el 54 por ciento de los votos obtenidos por la Presidenta el 23 de octubre fue acompañado por sucesivas señales moderadas emitidas por ella en cuanta oportunidad se le presentó. Hasta el resbalón en el tema del dólar, que ahora amenaza con convertirse en el comienzo de otra etapa –pero esta vez de signo negativo–. El Gobierno nacional parece no haber entendido que la confianza nunca es absoluta y que el voto encerró varios significados distintos y hasta algo contradictorios.


El 23 de octubre se votó premiando una gestión, pero también se votó apostando a una capacidad de resolver los problemas que se avecinan. Algunos integrantes del Gobierno pudieron pensar que es lo mismo, pero no lo es. La satisfacción con el resultado de la gestión no avala cualquier decisión del Gobierno; no es un cheque en blanco, es un crédito de confianza que debe ser convalidado en cada circunstancia. Una clara señal de esto se puso de manifiesto en las sucesivas elecciones provinciales que tuvieron lugar a lo largo del año. La aprobación de la Presidenta era ya muy alta cuando el electorado en diversos distritos negó su voto a los candidatos avalados por la mandataria y lo volcó a otros candidatos. Del mismo modo, las encuestas de opinión pública muestran que no todas las decisiones del Gobierno cuentan con el mismo grado de apoyo, aunque en el balance el apoyo es muy alto. Esto debería llevar a la conclusión de que hay algunos temas que son particularmente críticos para el Gobierno en términos de los riesgos que conllevan para el mantenimiento de su capital político. Por ejemplo, si el Gobierno volviera al conflicto con el campo de años atrás, sin duda su apoyo en la sociedad declinaría.

El campo no es hoy un tema especialmente crítico –aunque la posibilidad de nuevas tensiones está siempre latente–. Pero sí lo es la inflación, que resulta tolerada gracias a un equilibrio inestable entre los niveles reales de suba de los precios y los niveles de aumento de los ingresos de las familias. Si los ingresos empezasen a mermar y la inflación no disminuyese, las cosas serían distintas. Otro tema obviamente crítico, y en notorio aumento en los últimos meses, es el del tipo de cambio. El Gobierno –aparentemente asustado por la tendencia a huir del peso– terminó enfrentando este tema de la peor manera posible. 
La huída del peso es ciertamente una señal de desconfianza. Algo paradójico si no se entienden los dos significados distintos del voto: el Gobierno despierta confianza, pero a la vez, la sociedad espera señales claras de lo que hará frente a esos temas críticos. La confianza no alcanza para cubrir la incertidumbre de la gente. El refugio en el dólar es como refugiarse de una tormenta cuando no hay señales claras de cómo la tormenta será encarada por el Gobierno.

La sociedad argentina ha mostrado reiteradamente a lo largo de muchos años su preferencia por un peso fuerte. Gran parte de la dirigencia política suele presentar la idea de una economía cerrada como un valor supremo; sugieren que los argentinos deberíamos estar felices de vivir con lo nuestro. La realidad es diametralmente opuesta: los argentinos no amamos una economía cerrada y no nos gusta vivir solamente con lo nuestro. Desde hace muchas décadas, es notorio que cualquier argentino, cualquiera sea su nivel de información, valora en dólares los bienes que más aprecia en la vida; y eso sin hablar de los millones de extranjeros que saben con precisión cuánto podrán remitir cada mes a sus familias que viven en los países vecinos.
Por eso, las cruzadas contra el mercado cambiario abierto –una película de sobra conocida en nuestro país– son inefectivas. Lo que consigue el Gobierno volviendo a esa receta tantas veces fracasada es perjudicar –y por lo tanto, molestar– a innumerables pequeños ahorristas y trabajadores, y también desde luego a unos cuantos grandes ahorristas. En los hechos, se está generando –¡una vez más en la Argentina!– una devaluación no anunciada y –al menos, en la retórica– no deseada.

Gobernar no es decretar como será la realidad, sino tratar de influir en ella a través de políticas públicas y consensos. Los consensos no resultan necesariamente del diálogo explícito; los forman también las sociedades, del mismo modo que forman gran parte de las realidades que nadie puede modificar a voluntad. Los gobiernos pueden o no interpretar esos consensos, y en eso se decide en buena medida su suerte.

El Gobierno nacional, bajo la presidencia actual tanto como bajo la de Néstor Kirchner, se destacó por su capacidad para interpretar consensos sociales no tan evidentes a todos y para capitalizarlos, convirtiéndolos en oportunidades para su gestión. Muchas veces, dejándose llevar por su propia visión de las cosas ante situaciones en las que el consenso social no coincidía con su visión. Y cada vez que lo hizo pagó un precio, a veces menor pero otras veces –como en la elección de 2009– alto. La lección que el Gobierno debería repasar es la que surge de los largos dos años en los que su tasa de aprobación estuvo muy baja y declinante. No toda su historia se resume en los dos años recientes en los que su aprobación se recuperó y consolidó hasta manifestarse en el 54 por ciento de los votos.

Es posible que esta cruzada contra el dólar termine siendo uno de esos errores no enteramente forzados que complican las cosas mucho más de lo que las resuelven.


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