Di Tella en los medios
La Nación
6/11/11

"Tenemos, por primera vez, una presidenta que gobernará sola"

Entrevista con Juan Carlos Torre Reconocido por sus estudios sobre peronismo y sindicalismo, Juan Carlos Torre analiza la debilidad actual de Moyano, la fortaleza de Cristina y el lugar del PJ, convertido hoy en un sistema político en sí mismo: alberga al oficialismo y a su principal oposición

El Gobierno tiene por delante un dilema a la manera del que tuvieron quienes apoyaban a Salvador Allende en Chile. En aquel entonces, las fuerzas de apoyo al gobierno se dividieron entre los que proponían consolidar para avanzar y los partidarios de avanzar para consolidar. Consolidar para avanzar es la opción moderada, típica de los partidos comunistas; avanzar para consolidar es la más extremista, típica de fracciones de la izquierda demócrata cristiana. Hoy, este gobierno está frente a dilemas parecidos: ¿se permitirá hacer una pausa para retomar su ruta más tarde o persistirá tirando paladas de carbón a la locomotora?"

Así visualiza el prestigioso sociólogo Juan Carlos Torre la encrucijada actual del kirchnerismo luego del arrollador triunfo electoral. Pero añade otro elemento que adquiere un significado casi inflamable al calor de recientes medidas como el corralito antidólar o la eliminación de subsidios estatales a un grupo de empresas: "Redoblar la apuesta era parte de la fisiología de este gobierno, pero aquí tenemos, por primera vez, una presidenta que va a gobernar sola".

Esa idea de la soledad parte de la observación de que en el último año las decisiones de la Presidenta fueron tomadas "a la sombra de la tragedia", como destaca Torre, pero hay otros factores que convertirán a Cristina Kirchner en la única mandataria en muchísimo tiempo con un poder casi absoluto: el 54% de los votos que obtuvo, y el abismo que la separa de la oposición, le permitirán tener bajo su control el Congreso, veinte provincias, el Consejo de la Magistratura y el aparato del PJ.

Para este intelectual, que ha dedicado buena parte de sus trabajos de investigación a entender el fenómeno del peronismo, "las decisiones sobre lo que va a pasar descansan sobre una persona". "Antes -destaca-, uno se preguntaba qué hará el partido, qué harán los líderes, pero hoy estamos en manos de una decisión que es de uno, la política de uno, algo que hace la gestión del presente y del futuro mucho más compleja."

Torre tiene 71 años, dos hijos y una esposa politóloga, Ana María Mustapic, con quien comparte el mismo lugar de trabajo, la Torcuato Di Tella, lo que implica que lo único que lo separa de ella durante la jornada laboral son los 30 metros entre las oficinas de ambos. Allí, es profesor emérito y dicta dos seminarios de posgrado.

Este hombre que casi no sonríe estudió sociología en la UBA y luego en la Ecole des Hautes Etudes de París. Fue premio Konex de Platino de sociología en 1996 y tuvo un paso por la función pública como asesor del ministro Juan Sourrouille, durante el gobierno de Raúl Alfonsín. Y es alguien que no suele dar entrevistas ni opinar para ninguna nota: "A veces me pregunto si hay valor agregado en lo que digo. Estoy rodeado de gente muy viva e inteligente y eso a uno lo disciplina", bromea durante la charla con Enfoques.

Curiosamente, si hay algo en lo que se muestra renuente a opinar es sobre temas sindicales, pese a que es uno de los principales especialistas del país sobre el peronismo y el gremialismo, como lo demuestran libros como La vieja guardia sindical peronista, Los sindicatos en el gobierno 1973-1976 y El gigante invertebrado.

-¿Por qué su resistencia a hablar sobre ese tema? Usted dice que no existe ninguna novedad en materia sindical, pero ¿está seguro? 

-Bueno, en realidad se puede afirmar que el kirchnerismo no ha logrado generar al cabo de tantos años un sindicalismo adepto. ¿Es un objetivo buscado y no alcanzado, o no buscado? La compañía del sindicalismo no era la más vistosa para un dirigente como Néstor Kirchner, que, saliendo de la oscuridad de la política de provincia, quería proyectarse con un mensaje que tenía el telón de fondo de la crisis de 2001. Eso no lo llevó a Kirchner a la calle Azopardo, donde está la sede de la CGT, sino, en todo caso, a las avenidas en donde hay campamentos de piqueteros. En 2005, en un momento de sinceridad, Kirchner dijo públicamente que el ciclo del peronismo había concluido. Otra vez no se mostraba así como alguien que estuviera en ruta a la calle Azopardo.

-¿Y qué relación buscaba, entonces? 

-Este gobierno no buscó a los sindicatos en una relación de afinidad, de lealtad, aunque apenas se puso a gobernar propició un encuentro con la CGT. Pero ese encuentro va a ser una suerte de transacción: Moyano operará como agente de coordinación de la presión sindical a cambio de recibir de parte del Gobierno el acceso a recursos económicos formidables. En todo caso, esto no es una adhesión, sino un compromiso.

-¿Cuál es la diferencia? 

-De la adhesión puede salir un sindicalismo adepto, pero de un compromiso no sale un sindicalismo adepto, sino uno de compromiso que acompaña en forma autónoma.

-Pero ¿por qué elegir a Moyano como el único yprivilegiado socio sindical? 

- La Unión Ferroviaria fue el número uno hasta la década del 40, pero cuando el sindicalismo otra vez se libera del Estado y tiene que caminar con sus propios pies va a generar, naturalmente, un número uno que fue el gremio metalúrgico de [Augusto] Vandor. En 2003, la Argentina se movía por otros senderos y surgió un número uno que es el jefe de los camioneros, lo que también nos está hablando de una Argentina curiosamente posindustrial sin haber cumplido su ciclo industrial completo. En esas circunstancias es cuando llega Kirchner al gobierno y dice: "No tengo tiempo, llámenme al número uno, al que tiene más poder". No hubo más que un cálculo en lo que comandó el acercamiento a Moyano, y seguramente hoy habrá que buscar en otra dirección.

-En el hecho inédito de que un peronismo gobernante no tenga un sector sindical afín, como sucede ahora, quizá también tenga que ver la desconfianza: que estén presos dos jefes sindicales como Juan José Zanola y José Pedraza es un espejo en el que los sindicalistas temen verse reflejados y sospechan que allí hay un poder que no los protege.

-Néstor Kirchner fue convencido de que el sindicalismo era un tigre de papel. No se puso en guardia, como tantos radicales cada vez que aparece el espectro de los trece paros contra Alfonsín. Con Moyano hay una relación llena de sinsabores y que está expuesta quizás a un desenlace traumático. Hoy, con el 54% de los votos, Cristina Kirchner puede salir a la Casa Rosada y mostrar como trofeo la cabeza de Moyano. El lo sabe. No sé si es el momento, pero, si no es ahora, ¿cuándo?

-Ya que menciona el 54%, ¿cómo se explica este triunfo electoral tan resonante? 

-No entiendo la razón de la pregunta: fue un resultado natural. Si un gobierno que preside en un momento de prosperidad económica no hubiera triunfado, habría ingresado en el libro Guinness de los récords (risas). La clave de esta elección es la distancia entre el 54% y el pelotón de los que siguen. La distancia es tan grande que el juego político se va a centrar en lo que suceda dentro del peronismo. Y alguna vez dije que el peronismo en el gobierno, en su condición de partido predominante, es un sistema político en sí mismo. Es el oficialismo y su principal oposición. Esto es lo que puede llegar a pasar nuevamente.

-En una de las pocas notas que aceptó, usted dijo hace poco: "Este país próspero pudo ser gobernado por rústicos como De Vido o Moreno, que han sido extraordinarios en lo suyo, sí, pero para lo que viene por delante va a requerir una tecnología un poco más avanzada que estos hombres rústicos". ¿Qué es lo que viene por delante? ¿Qué imagina?

-Es preciso actuar porque hay inconsistencias en la situación económica. Con una situación tan favorable como la que se vivió, esa tecnología rústica que consiste en si no hay energía, la compro, y si alguien se retoba con los precios, lo castigo, como hacen De Vido y Moreno, se han hecho prodigios. Porque ésta es una economía que ha estado operando con un vértigo de demanda de consumo extraordinaria y si eso no se ha desbocado, si los pronósticos agoreros no se han cumplido, es porque ha habido esta especie de equipo de asistencia rápida que ha operado. Pero las cosas ahora se están complicando y se está insinuando que estamos en vísperas de decisiones.

-Ya se tomaron algunas decisiones económicas, pero ¿cuál es el telón de fondo? 

-El Gobierno tiene por delante un dilema a la manera del que tuvieron quienes apoyaban a Salvador Allende en Chile. Por entonces, las fuerzas leales al gobierno se dividieron entre los que proponían consolidar para avanzar y los partidarios de avanzar para consolidar. Consolidar para avanzar es la opción moderada, típica de los partidos comunistas; avanzar para consolidar es la más extremista, típica de fracciones de la izquierda demócrata cristiana. Hoy, este gobierno tiene dilemas parecidos: ¿se permitirá hacer una pausa para retomar su ruta más tarde o persistirá tirando paladas de carbón a la locomotora?

-Es difícil hacer futurología, pero el kirchnerismo nunca, ni siquiera ante la derrota electoral de 2009, retrocedió o negoció. Siempre redobló la apuesta y avanzó. 

-Hoy estamos frente a una presidenta que puede tomar decisiones sin la presión encumbrante de su marido, para quien la audacia era un estilo de vida. Tenemos que hacer un paréntesis y dar crédito a que hay alguien nuevo en la Presidencia, que tiene por delante un abanico de caminos a seguir. En el horizonte está la idea de que la inflación debe ser disciplinada a través de un método clásico, no siempre eficaz, como el acuerdo económico-social. Los responsables de la inflación no son sólo los sindicatos que piden salarios o los empresarios que aumentan los precios, sino el Gobierno, a través de su gasto mutante y su política monetaria. La idea de redoblar la apuesta era parte de la fisiología de este gobierno. Pero aquí tenemos, por primera vez, una presidenta que va a gobernar sola. El último año, sus decisiones no fueron tan importantes porque estuvieron a la sombra de la tragedia. Ahora realmente va a comenzar a tomar sus decisiones.

-De todas formas, parece contradictorio el gran apoyo electoral que recibió y, días después, la señal de desconfianza de mucha gente que significa la compra de dólares. 

- Lo que tiene de peculiar este electorado es que se trata de gente con la cabeza alerta. Una porción muy importante del electorado entrega, con su voto, la lealtad, y lo acompaña con lluvia y con sol. Pero una de las ganancias de los años de democracia es la disgregación de las lealtades, que tiene consecuencias para la estabilidad de los gobiernos con la creación de una opinión pública alerta que se mueve y que explica las situaciones del voto y, a su vez, las situaciones del comportamiento económico. Buena parte de la población puede convivir con un voto a favor y un gesto de autoprotección. Esto no es desconfianza sino una alerta. Si algo va a pasar, uno quiere estar protegido. Y las decisiones sobre lo que va a pasar, hoy descansan sobre una persona. Antes uno se preguntaba qué haría el partido, los líderes, pero hoy estamos en manos de una decisión que es de uno, de la política de uno, algo que hace la gestión del presente y del futuro mucho más compleja.

-¿De qué forma la ausencia de una segunda fuerza como era el radicalismo afecta el sistema político? ¿Se puede regenerar? 

-Estamos en aquellos momentos de la historia argentina que hay que empezar todo de vuelta. En el peronismo, pese a que ha revalorizado su capacidad mutante, pero ciertamente del lado de la oposición. Los partidos radicales han desaparecido del mundo y si se han regenerado, ha sido bajo otra matriz. ¿Por qué no imaginar en el futuro a partidos radicales socialistas? Una complicada operación: los radicales son cada vez más una secta. Para ser radical hay que haber sido radical. Es el partido de la tautología. Es otra diferencia entre ambos: el partido peronista no pregunta de dónde viene sino qué quiere ser. El partido radical pregunta de dónde viene. El socialista es un partido que no sabemos cuán renovado está, pero sí que ha producido una gestión distrital, provincial, de eficacia y ha renovado su mandato. Hay que refundar el mundo de la oposición.

-¿Con qué parámetros? 

-En principio, a sabiendas de que la opinión de centroizquierda está ahí y parte de esa opinión está dentro del Gobierno. Carlos Altamirano dijo hace poco que el desafío del kirchnerismo ha sido reubicarnos en ese mundo del progresismo por el que caminaban en paz, tranquilos, seguros, los frepasistas, socialistas, muchos radicales. Hoy no tienen esa tranquilidad. Eso complica más la tarea. Esas dos formaciones, la UCR y el socialismo, tienen que regenerarse, tienen que encontrar alguna forma de convergencia más orgánica que la que tienen, pero, además, existe otro problema: el terreno de la opinión política que quieren disputar no está disponible sólo para ellos. La oposición está en un estado de descomposición organizativa y esa dificultad, con la que vamos a tener que convivir, quizás implique una larga temporada en la que seguramente lo que tendremos por delante es una historia hecha por peronistas.

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MANO A MANO 
No fue fácil conseguir la entrevista con Juan Carlos Torre. Es uno de los más conocidos y prestigiosos sociólogos argentinos, pero también alguien que prefieren mantener el perfil más bajo posible. Esa rara condición lo diferencia de tantos que se desviven por aparecer en los medios, no le impidió hablar en profundidad y sin mirar el reloj cuando finalmente aceptó la nota. Fueron dos horas de una conversión fluida, en la que temí que se silenciara cuando hablamos sobre el sindicalismo: alguna vez se negó a ser entrevistado porque prefería no tocar ese tema. Siempre lo lamenté porque leí varios de sus libros y no hay en el país muchos analistas de tanto nivel. En nuestro encuentro me confesó que últimamente no quiere meterse con el sindicalismo porque en ese mundo no hay muchas novedades dignas de ser comentadas. Allí entendí que todo responde a la ebullición de un intelectual inquieto, en estado de necesidad permanente de desafíos. Por eso, por ejemplo, lo encontré más entusiasmado en hablar de "la pasión igualitarista de los argentinos", esa viscosa pátina de la mentalidad criolla que hace que todos nos sintamos con derecho a todo. Aunque quizá ahora, en que el peronismo ha pasado a ser el fenómeno casi excluyente de la política, acepte con más frecuencia volver a calzarse su clásico traje de "peronólogo". Para algunos puede tratarse de una tarea algo insalubre, pero si hay algo que de esa forma no le faltará, seguramente, es trabajo.
Por Ricardo Carpena | LA NACION
Foto: LA NACION / MARCELO GOMEZ

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