Di Tella en los medios
La Nacion.com
25/07/11

El que apuesta al dólar, apuesta a la inflación

Por Eduardo Levy Yeyati. El autor es economista, profesor de la Universidad Torcuato Di Tella, Barcelona Graduate School of Economics y la UBA.

Hacía mucho que un funcionario no daba recomendaciones al ahorrista, en parte porque la experiencia enseña que ciertas recomendaciones operan como señales de alerta. El que apuesta al dólar pierde, los depósitos están garantizados, las cuentas fiscales son sólidas, son expresiones que suelen ser acompañadas -aquí y en el resto del mundo- por corridas contra la moneda, retiro de depósitos y liquidación de bonos públicos. La negación de los problemas latentes sólo los evidencia, explicitando la preocupación oficial. (Aún en el campo político, la confirmación de un ministro o la negación de una candidatura suelen ser vistas como lo contrario.)

Pero más allá de lo que parece haber sido un desliz presidencial, tal vez motivado por el desencanto de un voto contra el peso que puede ser leído como un voto contra el "modelo", cabe preguntarse por qué el ahorrista minorista elegiría pasarse al dólar justo cuando, con tasas internacionales en mínimos históricos, el dólar rinde poco y nada.

Simplificando un poco, veo dos posibles razones: o el ahorrista espera una apreciación del dólar tras las elecciones, o no encuentra razones para ahorrar en pesos.

De las dos, la primera parece un fenómeno transitorio. El peso no es una moneda sobrevaluada: el balance comercial es positivo y el tipo de cambio real (medido contra una canasta de monedas relevantes como dólar, euro, real y yen) se ha mantenido estable en los últimos doce meses. Además, la menor entrada de dólares por cuenta corriente (gracias a un aumento de las importaciones que refleja una combinación de inflación, dólar planchado y demanda galopante) no debería ser un problema para un país desendeudado y en crecimiento. Por último, el entendible y recurrente temor a una devaluación postelectoral chocaría con la creciente preocupación oficial por la inflación: a este nivel de crecimiento, con empleo pleno en varios sectores clave y en un contexto inflacionario, el traslado del dólar a los precios sería mayor que en los primeros años de la poscrisis.

Así, el problema fundamental no sería tanto la apuesta al dólar como el desencanto con el peso. Para entender esto último, basta preguntarse qué puede hacer un hogar de clase media con los pesos que le sobran a fin de mes. Repasemos el menú de inversiones.

Un depósito en el banco paga alrededor de 10%, menos de la mitad de la tasa de inflación, con lo que el ahorrista desahorraría a razón de, digamos, 13% anual.

Después vienen las opciones financieras. Los papeles indexados al CER (digitado por Moreno) o a la denominada Badlar (un promedio de las tasas de depósitos, digitadas por el banco central) que pagan cerca del 20% nominal a plazos más largos, y acciones, fideicomisos y demás especies exóticas -todos activos a los que el típico inversor minorista miraría con una mezcla de perplejidad y recelo.

Luego tenemos los activos reales como el ladrillo, que requieren una inversión mínima que muchas veces excede los montos ahorrados por el hogar promedio. Y, por último, están los bienes durables (autos, LCDs), sustitutos pobres de la inversión que ofrecen al menos la ilusión de la preservación de valor (y, de yapa, un no despreciable valor de uso).

Y aquí cabe una aclaración: para un hogar al que no le alcanza para el fideicomiso inmobiliario y prefiere mantenerse a distancia de los activos financieros vernáculos, un automóvil que pierde anualmente el 10% de su valor no se ve tan mal frente a un depósito bancario que pierde el 13%.

Lo mismo vale para el dólar: si bien hoy se aprecia a una tasa menor al 10%, bastaría una leve aceleración para que le ganara, en pesos, al depósito bancario.

Todo lo anterior ameritaría una simple paráfrasis de los dichos oficiales: en la Argentina, el que apuesta al ahorro pierde.

Esto último, sin embargo, enmascara una diferencia crucial entre ahorristas de distintos niveles de ingreso. ¿Cómo explicar sino el fuerte incremento del ahorro agregado en la Argentina de los últimos años? Es que mientras las clases medias desahorraban en el banco o en electrodomésticos fueguinos, los hogares de mayores recursos colocaban sus ingresos en ladrillo y las empresas invertían sus utilidades en maquinaria y equipo. De ahí el importante incremento de la inversión en la década pasada.

De este modo, la distribución progresiva del ingreso de estos últimos años se traduce en una distribución regresiva de la riqueza entre las capas medias y altas. De seguir así, al final de estos años de bonanza, una minoría habrá ahorrado en vivienda o bienes de capital, mientras que la mayoría disfrutará de sus ya no tan nuevos LCDs en sus viviendas alquiladas (a la minoría de dueños).

¿Cómo se revierte este patrón regresivo? La manera más simple es, previsiblemente, bajando la inflación, de modo de no erosionar los ahorros de los pequeños ahorristas. Una inflación de un dígito eliminaría los temores de depreciación (¿qué objeto tendría, si el peso real ya no se aprecia?) y volvería atractivo el 10% que pagan los depósitos.

De paso, con la afluencia de depósitos, los bancos pasarían del negocio chico de prestar al ahorrista el mismo dinero que éste deposita a tasas bajas, al negocio grande de convertir ahorros de corto plazo en crédito de largo plazo -incluyendo el préstamo hipotecario para la vivienda, el mecanismo de ahorro por excelencia de las clases medias en todas partes del mundo-.

En última instancia, el que apuesta al dólar apuesta, resignadamente, a la continuidad inflacionaria. Devolviendo gentilezas, con su comportamiento el ahorrista parecería responder a la recomendación presidencial con una de cuño propio: la fuga de dólares se elimina eliminando la inflación.

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