Di Tella en los medios
Infobae.com
19/03/18

Lo que nos deja el despido de Tillerson

Según el profesor del Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la UTDT, "las decisiones se moverán solamente al vaivén de la volcánica e inestable personalidad presidencial".

Foto: Reuters

El pasado martes 13 de marzo el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, despidió de su cargo al secretario de Estado. Rex Tillerson, vía las redes sociales. El evento es sintomático de tos dos grandes lineamientos de la gestión Trump: su centralización en la figura presidencial y la inestabilidad caótica que rodea a la administración.

Sobre lo primero, Tillerson había marcado diferencias con las decisiones más controversiales en materia de política exterior que viene llevando adelante Trump. Mientras que el Presidente gusta de sorprender con medidas arriesgadas y disruptivas, el secretario de Estado siempre se inclinó por mantener una línea de política exterior más tradicional. En varias de estas decisiones, como la mudanza de la embajada estadounidense en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, las guerras comerciales o la actitud estadounidense hacia Irán, Tillerson hizo explícita su oposición a las decisiones presidenciales y su opción por los mecanismos tradicionales de negociación diplomática.

Tillerson incluso llegó a insultar a Trump por lo bajo cuando este pidió aumentar su armamento nuclear. En una administración conocida por manejarse al compás de los caprichos presidenciales, estas muestras de autonomía casi que hacían esperable la partida del secretario. Trump ha dejado claro que lo que más le importa de sus colaboradores es que sean leales a su figura. La gota que rebalsó el vaso fue la condena de Tillerson a Rusia por el escándalo de los espías asesinados en Londres. En su discurso de despedida, dio una última muestra de independencia al exigir que la investigación sobre el involucramiento de la inteligencia rusa en las elecciones presidenciales estadounidenses obtenga resultados.

Adicionalmente, el despido se enmarca en una extraordinaria rotación del equipo presidencial. La administración Trump ha batido récords de partidas de su equipo original a poco más de un año de asumir el cargo. El cargo de secretario de Estado, por ejemplo, siempre mostró una alta continuidad. Hay que remontarse a un cuarto de siglo atrás para encontrar un secretario de Estado que haya permanecido en el cargo menos de cuatro años: y Tillerson es el secretario de Estado que menos duró en el cargo desde 1833.

El sucesor propuesto es Mike Pompeo, un halcón en términos de política exterior, que no cree demasiado en la diplomacia y por ende más alineado con el Presidente. Sin embargo, dado el hecho de que Tillerson hace unos meses se encontraba fuera de la mesa chica de decisiones, no habría que esperar modificaciones sustantivas en la diplomacia de Washington. Es probable que Pompeo continúe con la tendencia de su sucesor en términos de limitar el papel de la diplomacia de carrera, que ha ignorado al servicio diplomático profesional del Departamento de Estado, además de recortar significativamente el personal. Como viene siendo la norma desde que Trump asumió el cargo, las decisiones se moverán solamente al vaivén de la volcánica e inestable personalidad presidencial.