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17/02/18

Ingreso básico universal, ¿cobrar solo por nacer?

Por Nadia Nasanovsky

Según Eduardo Levy Yeyati, decano de la Escuela de Gobierno de la UTDT, el ingreso básico universal constituye una herramienta que "puede redistribuir la abundancia para que consumamos todos de manera más pareja"


La necesidad de implementar un ingreso universal, a raíz de los efectos que los avances tecnológicos tienen en las economías, es una idea que, de forma recurrente, vuelve a los foros de debate. Gurúes de Sillicon Valley, como Elon Musk, y también algunos políticos, como el precandidato a la presidencia de México Ricardo Anaya, proponen que todos los ciudadanos, independientemente de su nivel socioeconómico y de su actividad, reciban una misma suma de dinero periódicamente, en una transferencia de tipo incondicional, con el objetivo de que sus necesidades básicas queden siempre satisfechas.

Eduardo Levy Yeyati, decano de la Escuela de Gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella y hasta febrero de este año, director coordinador del Programa Argentina 2030 de la Jefatura de Gabinete de la Presidencia de la Nación, describió las características de la "sociedad de la abundancia", que surge como producto de los avances tecnológicos, y planteó la necesidad de pensar en la posibilidad de implementar un ingreso básico universal para repartir esa riqueza.

Ingeniero civil de la Universidad de Buenos Aires y doctor en Economía de la Universidad de Pennsylvania, Levy Yeyati tiene una perspectiva optimista sobre el rol de la tecnología en la economía del futuro, que predice la llegada de importantes aumentos de productividad a partir de su implementación. Sin embargo, advierte sobre la importancia de empezar a debatir maneras de redistribuir los frutos de esta abundancia, así como el lugar que ocupará el trabajo en las sociedades. "Si no hacemos nada, lo más probable es que se dé la paradoja de una abundancia para muy pocos", sostuvo en diálogo con DEF.

-Hace un tiempo brindó una charla TEDx en la que hablaba de la importancia de distribuir los frutos del progreso tecnológico mediante el ingreso básico universal, ¿Por qué esto se vuelve necesario? ¿Cómo funcionaría?
-Hay que pensar la tecnología de dos formas. Hay cierto progreso tecnológico que aumenta la productividad del trabajador, por lo cual este pasa a ganar más, porque el salario refleja la productividad laboral. Y hay otra tecnología, que sustituye al trabajador, de tal modo que lo que este hace por 10 pesos, con tecnología, puede hacerse por 5. Y esto, obviamente, reduce el salario. Entonces, si hay un aumento de productividad sustitutivo del trabajador, es decir, que reduce el salario, podríamos trabajar menos para que todos tuviéramos trabajo pero todos trabajaríamos por muy poco dinero. Así, la productividad quedaría en manos de la patente, del dueño del capital… Tendríamos abundancia, sí, mucho más con menos, pero en manos de unas pocas personas.

-Entonces, en ese segundo caso, serían necesarias medidas como el ingreso básico universal…
-Sí, por dos motivos. Primero, por una cuestión puramente moral, para que la inequidad no aumente de manera desproporcionada, pero también, hay otra razón, y es que para que la rueda del mercado capitalista siga funcionando, hay que transferir parte de ese ingreso extraordinario del dueño de la tecnología hacia los trabajadores.

-¿Cómo se hace?
-Hay muchas maneras. El ingreso básico universal, que de hecho tiene varias versiones, es uno de los varios enfoques a través de los cuales uno puede redistribuir la abundancia para que consumamos todos de manera más pareja. Si no hacemos nada, lo más probable es que se dé la paradoja de una abundancia para muy pocos. La paradoja es que si hay abundancia para muy pocos, lo que frena la economía.

-Mencionó otras variantes o versiones, ¿cuáles son?
-Hay por lo menos dos. El más tradicional, el de gente como Milton Friedman por ejemplo, propone pagarle al trabajador que gana poco o nada y cobrarle impuestos al que trabaja mucho. A esto, Friedman lo llamaba un "impuesto al ingreso negativo", en el sentido de que si no ganabas nada, el impuesto era negativo, te pagaban. Es un impuesto altamente progresivo. El otro extremo está en la versión denominada de "salario complementario", en un escenario en el cual todos trabajamos 20 horas en vez de 40 y las 20 restantes las paga el Estado. Podés trabajar menos y cobrás lo mismo. Es la reducción de la jornada laboral pero sin perder ingreso. 

La “cuarta revolución industrial” ha creado un nuevo desempleo estructural en sectores que históricamente eran intensivos en mano de obra. Foto: AFP.

-¿Y cómo se financia algo así?
-A partir de una visión optimista de la tecnología, en la que yo creo, se van a producir aumentos de productividad, vamos a producir más por menos. Esto va a generar más ganancias, va a profundizar lo que ya se está dando en muchos países, que es un aumento de la participación del capital, es decir, una caída de la participación del trabajo en el valor agregado del producto. Un mayor pedazo de la torta va hacia los dueños de las máquinas. Pero eso implica naturalmente que cuando hay un impuesto al ingreso progresivo, como es en la mayoría de los casos, en la mayoría de los países, esa concentración de la creación de valor en unas pocas manos genera un mayor ingreso por impuestos al ingreso, que en la Argentina se llama "impuesto a las ganancias". Entonces, lo único que hay que hacer es redistribuir lo recaudado por este impuesto a las ganancias, que va a subir porque van a subir las ganancias.

-Suena muy fácil…
-No, la aritmética no es para nada sencilla, hay que hacerla, pero la lógica es que acumulás por un lado, gravás parte de esas ganancias y las redistribuís por otro.

La industria automotriz en Detroit, EE.UU. fue la clave para el ascenso social durante generaciones, pero en 2013, la ciudad se declaró en quiebra, lo que implicó el despido de miles de trabajadores. Foto: AFP.

-En Suiza se votó hace poco para implementar un ingreso universal y se rechazó, en Finlandia están haciendo un experimento actualmente. ¿Hay otros países en donde se haya avanzado en la materia? ¿Con qué resultados?
-No. Se trata de una propuesta para el futuro porque esta constitución del trabajo es algo que no se ha dado aún, es algo que se está acelerando ahora, en los últimos meses, con la introducción de tecnología. Se hicieron pilotos bastante imperfectos. Lo de Suiza fue un referéndum, muy prematuro, para ver si la población estaba de acuerdo. Un país así, con desempleo de 3 % tenía pocas razones para temer la sustitución tecnológica. El único piloto realmente importante es el de Finlandia, que es a nivel nacional, financiado por el gobierno. Son unas 2000 personas, dura dos años, y va a servir para tener idea de qué impacto tiene el ingreso universal en el comportamiento de la gente. Además, algo parecido se prevé en la provincia de Ontario, Canadá. Y luego hay muchos otros pilotos que son difíciles de extrapolar porque son pequeños, muy específicos. Eso es todo lo que hay, el resto es especulación.

-Aún sin los resultados de estos pilotos, ¿es posible saber qué impacto tendría el ingreso básico universal en el comportamiento de los consumidores, en los trabajadores?
-Hay algunas impresiones de experimentos o pilotos más chicos. Hay estudios que muestran que si le das dinero a alguien muy pobre, esa persona tiene más tiempo para formarse y para buscar trabajo, y en algunos casos, incluso, puede terminar trabajando más. No hay evidencia clara de que las transferencias a hogares de niveles de ingresos bajos conviertan a la gente en vagos. Incluso puede ser que esa generación o los hijos terminen trabajando más por acceder a mayores oportunidades. Hoy no hay nada demasiado sólido, me da la sensación de que al menos lo que se está diciendo es que las ideas de un impacto negativo sobre la oferta de trabajo son exageradas, que el recibir ese dinero no te convierte en una persona que se va a pasar el día tirada frente al televisor.

-Entonces, ¿se puede estar tranquilo en cuanto al impacto de este tipo de medidas en el futuro?
-En realidad lo que hay que ver es qué pasa cuando se trate no ya de pilotos sino de medidas a nivel de toda la sociedad, porque ahí sí puede haber un cambio cultural por el que, por ejemplo, trabajar pase a ser, como lo era en la Antigüedad, algo a evitar. En ese caso, sí podría haber un impacto mayor sobre la oferta laboral, por eso es que valdría la pena hacer un piloto a nivel nacional.

-¿Se está debatiendo este tema en la Argentina?
-Sí, pero en la Argentina estamos en una etapa muy anterior, porque nuestros problemas de empleo no están asociados tanto a la importación de tecnología –aunque es algo que sí se va a dar en el futuro–, sino al déficit de calificación o a un descalce de calificación de la fuerza laboral, por el que hay mano de obra calificada para hacer algo y la demanda está en otro tipo de competencias. Por el otro lado, es un país que tiene un déficit fiscal importante, lo que hace que cualquier ejercicio de transferencia o redistribución sea muy delicado, porque estamos en una situación en la que hay que reducir el déficit. Por lo tanto, sí, hay gente pensándolo pero, de nuevo, este es un pensamiento, una discusión de una iniciativa muy a futuro, pero pienso que no perderíamos nada, y de hecho, ganaríamos mucha información si realizáramos un piloto, que es muy barato, y ninguna de estas iniciativas pueden implementarse sin antes haber hecho uno.

-¿Cómo se haría uno de estos pilotos en la Argentina? ¿Qué se requeriría?
-En Finlandia, que eran unos 2000 individuos, se les pagaban unos 600 euros por mes, más el gasto de organización, serían unos 15 o 20 millones de dólares. Para Argentina, un país con más población, más heterogéneo, se debería hacer con más personas, pero por otro lado, el monto de la asignación sería menor, por lo que terminaría siendo un monto total similar, cercano a los 20 millones de dólares. Son sumas que no son prohibitivas para nada.

-Suponiendo que en el futuro efectivamente trabajemos menos y tengamos un ingreso básico universal… ¿Qué otros aspectos van a ser claves en esa sociedad del ocio?

-Primero hay que ver si efectivamente vamos hacia ahí. Lo que sí es cierto es que si uno piensa con perspectiva histórica, el trabajo asalariado es muy reciente. En la Antigüedad, incluso en la Antigüedad Clásica, el trabajo era visto como algo esclavizante, como negativo. Lo realizaban los esclavos o los artesanos, mientras que el ideal aristotélico era la contemplación, el goce de los placeres corporales. La ética del trabajo, que tiene sus raíces en el judeocristianismo, pero que ha sido muy fortalecida por la moral protestante, es relativamente reciente. Nosotros estamos formateados de otra forma, pero por ejemplo los jóvenes hoy, los millennials, tienen otra actitud, en relación a las carreras y a la necesidad de realizarse en el trabajo, que es muy distinta a la que tenían generaciones anteriores. Lo que a nosotros nos parece un ocio insoportable, a muchos les va a parecer una bendición.

-Un futuro en el que la realización del ser humano no esté únicamente ligada al trabajo…
-Exacto, se encontrarán otras maneras, como de hecho sucedía en la Grecia clásica, o en la aristocracia hasta fines del siglo XIX. La diferencia importante va a ser que en la Antigüedad y en la Edad Moderna, el que disfrutaba lo hacía a expensas del oprimido, de explotar a un montón de gente, mientras que el futuro nos ofrece que no haya más esclavos, que sea el robot o la máquina los que hagan el trabajo duro. Entonces, la situación podría ser de una sociedad del ocio en la que democraticemos ese ocio aristocrático, pero para eso hay que distribuir la riqueza.