Di Tella en los medios
La Gaceta de Tucumán
1/06/17

Delincuentes del mismo palo

Por Roberto Delgado

En las “Investigaciones sobre economía de la delincuencia en Argentina”, un equipo de estudio analizó características, ciclos y persistencia del delito en el país. A falta de datos estadísticos -algo en lo que la Nación y la Provincia siguen en falta- utilizaron publicaciones de diarios y el índice de victimización de la Di Tella.

Las palabras del delincuente relatando en “Panorama Tucumano” los detalles crudos de su actividad congelaron primero a la audiencia y luego la hicieron hervir en furia. “Pago y me dejan ir... la Policía se prende también”... “A las personas que les robo les hablo con el mayor respeto”...”toda mi familia es delincuente, desde el más chico hasta el más grande”... “Soy muy adicto, desde los 15 años tomo cocaína”... “Los pibitos de hoy en día no saben lo que hacen. En el sentido de ir a robar una cartera con una pistola”... “A pesar de todo soy buena persona también ¿no? Tengo corazón”. El testimonio dejó ver la frialdad con que toma esa actividad delictiva, como si fuera un oficio, en este caso familiar. También desnudó la corrupción policial, la presencia de la droga y la violencia, expresada en “los pibitos”, o sea los más jóvenes, el gran temor de la sociedad que padece la ola de violencia.

¿Cuán representativo es este personaje? Por debajo del impacto de la figura del delincuente que ha encontrado un método para evadir a la Policía y a la Justicia (circunstancia que causó indignación y que dejó sin sentido las explicaciones del secretario de Seguridad, Paul Hofer, y del ministro fiscal, Edmundo Jiménez), se ven elementos de una sociedad conductista: el sujeto dice que cometió su primer robo a los 14 años (tiene 30) y, aunque no se sabe de dónde es, se intuye que en alguno de los 186 asentamientos que rodean a las ciudades tucumanas desarrolló su personalidad. “Mi papá es delincuente, somos ocho hermanos y soy el menor... todos mis hermanos son del palo”. Acaso a personas como él se refería en julio de 2003 el fallecido juez de Menores Oscar Raúl Ruiz cuando decía que “en un 90%, los delitos que se registran en Tucumán están cometidos por menores y la situación se agrava cada vez más”. Ruiz hablaba de expulsión del hogar, drogadicción y miseria, así como falta de instituciones adecuadas para tratar a esos niños y adolescentes, y mencionaba que había 160 menores con causas abiertas en la justicia deambulando en las calles.

Vida degradada

¿Qué se hizo con eso? Ha pasado una eternidad y hoy no se dan cifras pero el 30% de pobreza resultante al cabo de la “década ganada” permite suponer un porcentaje de marginalidad que lleva a situaciones complejas: “La pobreza extrema conlleva formas de vida degradadas”, dice Roberto Gargarella en “Pobreza, desigualdad y maltrato” (2014), que expone estudios que muestran que “los niños más pobres naturalizan los graves niveles de violencia con los que conviven”. Por cierto que todo es interpretación, porque el delincuente que dio su testimonio no ha dejado más datos, y porque tampoco hay demasiados estudios del Estado para saber qué pasa y qué ha pasado en estos años en los que creció la “violencia cotidiana extrema”, al decir de Gargarella.

No hay estudios, pero sí algunos datos sobre el entorno carcelario en que el delincuente dice que se mueve. En el informe del 16 de diciembre pasado, ante la Comisión de Emergencia en Seguridad de la Legislatura, el subsecretario César Nieva explicó que la mayoría de los 1.214 detenidos en la cárcel de Villa Urquiza tiene estudios primarios incompleto y vive de las changas o del trabajo informal. Explica que viven en “los lugares más precarios dentro de las ciudades, asentamientos en lugares periféricos o villas periféricas”. Y añade que de “674 alojados que son primarios, es decir un primer delito, de ellos se vuelca el reiterante en 526 y en reincidentes 14. Esos números nos van dando otro perfil, hay un primer ingreso y se genera toda una cadena en la cual queda sujeta esa persona en la carrera delictiva”. En cifras, Nieva describe lo que el delincuente ha contado de su vida en el ciclo de LA GACETA.

Pero estos datos no son nuevos. Son una realidad estructural que une exclusión social y delincuencia: “El nivel de reincidencia que hay entre los internos de la cárcel es muy alto: es superior al 90%”,decía en 2003 el entonces secretario de Gobierno Luis Acosta. “Hay muchísima relación en el delito con la historia familiar de los reclusos, ya que aproximadamente el 50% de los internos tiene o ha tenido un pariente que también estuvo privado de la libertad”, agregaba. Para 2012 nada había cambiado: “El 70% de los presos vuelve a la cárcel si no recibe ningún tratamiento. De los que recibieron, sólo un 20% volvió a delinquir”, dijo en una mesa panel de la UNT el jurista Sergio Delgado.

Sin normas

En el encuentro de diciembre en la Legislatura, el director de la cárcel, Guillermo Snaider, explicó el origen de los reclusos: “la experiencia nos indica que esa persona, con ese perfil que ustedes escucharon, llega a la cárcel necesariamente porque fallaron todas las instituciones intermedias que tienen que ver con la socialización de un individuo, partiendo de la base de la familia; una familia destruida o mal constituida... Además, en un contexto de total y absoluta violencia, con una falta de respeto total hacia las normas y una falta total de urbanización en el sentido de que cuando ingresan a la cárcel muchas veces nosotros tenemos que enseñarles cómo manejar un cubierto. Cuando les damos una cama con un colchón y con la ropa de cama prefieren dormir con un cartón en el piso”. Snaider contó que 300 reclusos están cursando la escuela primaria y secundaria, y 20 estudian abogacía en la UNT. Y en la penitenciaría se han abierto nuevamente los talleres de oficios. ¿Alcanza? Nieva declaró que “cuando hay algún recorte, lamentablemente siempre es la parte más sufrida y en este sentido, hasta el momento, ha sido el sistema penitenciario”.

La conclusión que podemos sacar, por ahora, es que el sistema carcelario refleja la realidad en que vive el delincuente que dio su testimonio. ¿Hay muchos como él? La pregunta que surgió ante ese relato crudo no se puede contestar. La respuesta se intuye. Hace exactamente 10 años, el ex gobernador José Alperovich dio una cifra que quedó como una marca, cuando sugería que si se encerraba en Villa Urquiza a los 400 delincuentes que asolaban en Tucumán se resolvía el problema de la inseguridad en tres meses. Una década después, hay 1.800 personas detenidas (entre la cárcel y las comisarías) y no se ve que más detenciones hayan resuelto la violencia (en lo que va del año, se han publicado 59 homicidios en la provincia). Las autoridades de la cárcel estiman que el problema irá en aumento sólo por crecimiento demográfico: para 2020 creen que habrá 3.000 reclusos en Tucumán. Y no saben cómo los alojarán, porque no hay plata de la Nación para eso. Por eso unos 400 detenidos se siguen hacinando en las comisarías y apenas se logró aumentar el cupo de la cárcel para 200 presidiarios.

Sin salida

Pero volviendo al delincuente que dio su testimonio, en la mesa panel, los funcionarios -más allá de prometer que se investigarían las denuncias- coincidieron en que enfrentar esa realidad requería un enfoque multidisciplinario. Claro que Jiménez se escudó en que él está reclamando desde hace dos años por la crisis y la ineficiencia de la Justicia y Hofer aseveró que su plan integral de seguridad “está reduciendo el delito” y que hay problemas sociales “cuya responsabilidad nos toca a todos como sociedad”. Nada. Ninguno atinó a opinar qué hacer frente a la realidad que detalla el delincuente.

Pero hay quienes estudiaron el asunto. En las “Investigaciones sobre economía de la delincuencia en Argentina”, un equipo coordinado por Ana María Cerro y Osvaldo Meloni analizó características, ciclos y persistencia del delito en el país y en Tucumán. A falta de datos estadísticos -algo en lo que la Nación y la Provincia siguen en falta- utilizaron informes acotados, publicaciones de diarios, el índice de victimización de la Universidad Torcuato Di Tella y encuestas telefónicas. Analizaron si la ayuda social disminuye el delito, si hay vínculos entre desempleo y delito y si lo hay entre inversión en seguridad y ciclos electorales (dicen que los gobernantes manipulan variables fiscales e influyen en la tasa de delincuencia en tiempos de elecciones). “Los resultados indican que el crecimiento económico, la inversión en planes sociales y la caída del desempleo han logrado controlar los delitos contra la propiedad sin violencia, pero no han sido eficientes controlando los robos con violencia. También se puede afirmar que se ha ido generando un sector de la sociedad que, al no tener las herramientas o los incentivos suficientes que le permitan estudiar y salir a trabajar, ha ido incrementando la delincuencia”, aseveran. Esto ocurre desde hace años. ¿Hay un responsable? ¿Hay quien diga por dónde ir?