Di Tella en los medios
Búsqueda de Uruguay
23/09/16

Mariano Narodowski fue entrevistado por el semanario uruguayo Búsqueda

"Las clases medias decidieron que la educación pública no es para ellos. Y por tanto creen que solucionan sus problemas educativos mandando a sus hijos a escuelas privadas".

Fanático de Óscar Tabárez, El Cuarteto de Nos y el dulce de leche Conaprole, Mariano Narodowski se define “como uno de esos argentinos que admiran con cierta envidia” al Uruguay. En temas educativos, sin embargo, puede parecer el típico “argentino mala onda” pues tiene una mirada “un poco pesimista” del estado de la enseñanza en la región.

Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella, Narodowski es un destacado investigador y autor en los campos de la historia y el futuro de la infancia, los sistemas educativos comparados y la política educativa. Es más conocido, sin embargo, por ser entre 2007 y 2009 el ministro de Educación de la Ciudad de Buenos Aires, en el gobierno que entonces encabezaba el hoy presidente argentino Mauricio Macri.

El jueves 15 estuvo en Montevideo para hablar sobre educación en un ciclo de conferencias organizado por Posadas, Posadas & Vecino. A continuación, un resumen de la charla que mantuvo con Búsqueda tras su disertación.

—Uruguay es uno de los países latinoamericanos con menor tasa de egreso en Secundaria. Oficialismo, oposición y especialistas coinciden en que la educación pública tiene problemas. ¿Comparten Argentina y Uruguay alguno de esos problemas?

—Hay tres características que tienen en común. La primera es haber tenido un pasado glorioso, y eso en algún punto nos juega en contra porque la referencia es constante hacia (José Pedro) Varela o hacia (Domingo Faustino) Sarmiento. La segunda tiene que ver con la educación media, donde se presentan los mayores problemas, básicamente de inclusión y de abandono, sobre todo para los estudiantes más pobres. Hay cuestiones socioeconómicas, pero también hay muchas materias, profesores distintos, poco compromiso de los profesores con las escuelas y un sistema de evaluación y promoción muy antiguo. Y la tercera característica es el aumento de la matrícula privada sobre el total de la matrícula. Eso es un problema porque la gente que manda a sus hijos a una escuela privada no lo hace por convicción religiosa sino porque cree que la escuela pública es mala.

 —Si la gente cree que la escuela pública es mala, algo seguramente no funciona. ¿Cómo se mejora?

 —Soy un convencido de que la clave de la educación no son los maestros sino las escuelas. Las escuelas tienen que ser una unidad de decisión. Tienen que tener proyectos y esos proyectos estar adaptados a las realidades de sus alumnos. Sigo creyendo que el Estado tiene que poner un piso mínimo de conocimientos, pero hay distintas realidades y distintas formas de enseñar y de aprender y las escuelas deberían definir eso y hacerse responsables por las decisiones que toman.

—¿Es eso posible en sistemas tan centralizados como el uruguayo?

—Para que las escuelas lo apliquen con autonomía deberían dejar de ser terminales burocráticas del Estado. Porque la escuela de ese tipo funcionaba en la época vareliana o en la época sarmentina, donde el Estado era fuerte y lo que los ministros decían se realizaba. Volver a un Estado tan fuerte donde desde un escritorio se pueden controlar todas las escuelas, hoy no es tan razonable. La solución es dar más autonomía a las escuelas para que tengan capacidad de tomar decisiones sobre sus proyectos propios. Pero si están condicionadas burocráticamente la solución es impracticable. Hace falta una revolución copernicana de la educación, que el centro no sea el gobierno, sino las escuelas.

—¿De qué se tratan esos “proyectos” de las escuelas?

—Tiene que haber equipos docentes. Eso significa que el director tiene que tener más poder, capacidad no digo de decidir en cuáles van a ser sus maestros, porque está bien que el Estado tenga un procedimiento propio, pero sí formar parte de la decisión. No puede ser que los docentes vayan a una escuela y que el director ni se entere de quiénes son. Entonces ese director no dirige. El director tiene que dirigir y los docentes tienen que educar en función de un proyecto institucional que está articulado con una lógica estatal.

—¿Qué recursos necesitarían las escuelas en esa realidad?

—Recursos financieros de salarios y horas, de gestión, administrativos, simbólicos de reconocimiento social de lo que hacen los docentes. Podríamos en nuestros países avanzar en cuatro o cinco cuestiones que sean indiscutibles, y que todas las escuelas puedan contar con un conjunto de recursos que les sirvan para tomar decisiones.

—Finlandia ha diseñado un nuevo currículo donde los maestros comparten clases y hay menos materias. ¿Son esos cambios también necesarios?

—La escuela secundaria tiene que tener menos materias, tiene que tener materias selectivas, porque no puede ser que todos estudien todo. Estoy de acuerdo en que los estudiantes de 16 y 17 años además de las materias que cursan en su escuela puedan cursar en otras escuelas materias que les interesen. No tienen que ser integrantes perpetuos de una sola institución. Además, me parece que los mecanismos de evaluación no pueden ser por materias sino en la consideración total del alumno: si un alumno tiene doce materias, si le va mal en una, dos o tres, lo ideal es hacer una reunión de todos los profesores, alumno por alumno, y ver quiénes tienen que pasar, quiénes no, quiénes necesitan apoyo.

—¿Supone eso eliminar la repetición?

—En lo personal no estoy de acuerdo con la repetición pero hay argumentos muy sólidos para defenderla. Entonces la solución no la tiene que dar el Estado. Tiene que haber escuelas en donde se plantee una cosa, escuelas donde se planteen otras, escuelas donde se planteen las dos cosas. El principal problema es que eso termine siendo decidido por una instancia macropolítica y la escuela tenga que obedecer.

—El gobierno argumenta que no puede implantar cambios por la resistencia de los sindicatos. ¿Es un argumento válido?

—No, porque los sindicalistas docentes hacen de sindicalistas docentes en todo el mundo: defienden los intereses corporativos de los educadores. Muchas veces a la clase política le conviene echarles la culpa a los sindicatos: hay una coartada de echarles la culpa al sindicato de lo que la propia clase política no logra llevar adelante.

—¿Pero cómo se realizan cambios si los sindicatos no están de acuerdo?

—Me parece incorrecta la idea de suponer que todos los docentes se sienten representados por el sindicato. Hay muchos que no se sienten representados y los que sí, tampoco se sienten representados en un 100%. El Estado, al representar el interés general de la sociedad, debe tener otros aliados. En principio, las familias y los propios alumnos. Otros aliados son otros sindicatos, porque también trabajan en cuestiones vinculadas a lo que se está educando ahora. Otros aliados son los empresarios. Hay una cantidad de actores. El gran error de la clase dirigente es reducir el diálogo con el sindicato docente. 

—¿Por qué no se involucran tanto las familias?

—Este es un problema nuevo. Lo que ocurre es que las clases medias decidieron que la educación pública no es para ellos. Y por tanto creen que solucionan sus problemas educativos mandando a sus hijos a escuelas privadas. Eso es un problema porque en países de desarrollo intermedio como los nuestros, las clases medias son el principal agente de demanda educativa, porque los sectores de bajos recursos tienen otras prioridades: básicamente comer, vestirse, la salud y la vivienda. En cambio para las clases medias, que tienen todos los otros problemas relativamente resueltos, la educación sí es una prioridad. Además las clases medias tienen experiencia familiar en la educación, saben cuándo la educación es mejor y cuándo es peor. Las clases pobres no. Como las clases medias se retiran al sector privado, entonces se le saca a nuestra escena política y social un actor muy importante. Y el único actor político que queda en el medio de la cancha es el sindicato docente.

—¿Qué tan negativo es eso?

—A los sectores políticos que no están interesados en los cambios educativos les conviene que la clase media se vaya a la privada. Primero porque hay más recursos para la escuela pública y en segundo lugar porque se retira el actor más dinámico, que en lugar de protestarle al ministro de Educación le protesta al director de la escuela privada. Ese es un escenario muy perjudicial porque la clase media en el debate público por la educación enriquecería mucho.