Di Tella en los medios
La Agenda REVISTA
14/06/16

El abuelo brillante

Por Fabián Casas, Karina Galperín, Pedro Mairal y Santiago Llach

Días antes de que Maradona bailara con Inglaterra, se murió el más anglófilo de los genios argentinos. A 30 años de su partida.

Explicar o limitar los alcances de la literatura de Jorge Luis Borges puede convertirse en un ejercicio de desmesura, casi como abordar la vía láctea. Entre muchas cosas, lo excepcional en Borges es su ingenio verbal, sus lecturas y su siempre aguda mirada política que, al contrario de lo que pueda parecer, no estaba exenta de cierta emotividad, un costado sentimental humano y hasta cercano. De eso, de los recuerdos del día de su muerte, de su influencia y de su influjo hablamos en esta charla-debate, a 30 años de su partida.


LLACH

14 de junio de 1986. ¿Se acuerdan qué estaban haciendo cuando murió Borges? ¿Ya lo habían leído? ¿Qué les fue pasando con Borges a lo largo de sus vidas?

MAIRAL

Un día en tercer año del secundario, el profesor de Literatura, Jorge Zagarese, nos dijo en la clase que había muerto Borges. No me impresionó la noticia, sino la tristeza grave de él al decirlo. En el 86 yo tenía quince años, y todavía Borges era para mí un autor más del programa escolar.

Pero esa época leímos en clase “La forma de la espada” y, cuando en las últimas frases todo el cuento se da vuelta, me impactó por primera vez algo que podría llamar la felicidad de la forma, o la inteligencia de la forma. La capacidad para dar vuelta todo el cuento al final, el movimiento como de amague genial que me hizo sonreír. Fue la primera vez que sentí eso. Qué bien lo hizo, pensé.

Después, a los dieciocho, durante el año en que simulé que estudiaba Medicina, empecé a leer desordenado el tomo enorme y verde de su obra completa que saqué de mi casa. Poemas, cuentos cortos, ensayos… No me asustó la erudición; dejaba pasar lo que no entendía y me dejaba impresionar por la contundencia, y por esa generosidad de Borges de hacerte sentir partícipe de su inteligencia, como si te hiciera parte del proceso creativo. Era la literatura manifestándose ante mis ojos, iluminándome el cerebro. Y seguro me gustaban los temas, el tono íntimo, el personaje medio loser, el “desdichado”.

CASAS

A diferencia de Pedrito, yo no leía a Borges en la escuela. Pero sí me acuerdo que empecé con sus cuentos en el secundario. Me deslumbraron. Hay cuentos de Borges más sencillos y hay cuentos de Borges más extraños, que son difíciles de entender para mí, aun hoy, como “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”. Por otro lado, Borges salía hasta en la revista Gente, de la cual yo tenía un especial en el que habían seleccionado poemas y textos del Borges más estereotipado: el de los tigres, el álgebra, el ajedrez, sus antepasados heroicos, los poemas didácticos que terminaban con rimas: “durarán más allá de nuestro olvido; / no sabrán nunca que nos hemos ido”. O ese que parece de póster de quiosco: “He cometido el peor de los pecados que un hombre pueda cometer: no he sido feliz / Que los glaciares del olvido me arrastren y me pierdan, despiadados". No me acuerdo que me haya afectado la muerte de Borges. Lo pienso porque sí me acuerdo de muertes que me afectaron: la de Lennon, la de Zappa —con el comunicado genial de su familia: “El compositor Francis Vincent Zappa acaba de salir de gira"—. Una vez, yendo a comprarme ropa en un local de moda de la Galería del Este —Little Stone, camisas con flores, jardineros, carpinteros— vi a Borges en un librería, sentado, tomando un té. Es una librería pequeña que hasta hace poco estaba en la galería y tenía en la vidriera libros de Borges firmados por él, primeras ediciones. Recuerdo que lo vi y me impactó. Tenía algo punk en su manera anacrónica de vivir, de moverse. Como dice Conrad de Lord Jim, en su secreta desesperación "era uno de los nuestros”.

GALPERIN

Me acuerdo perfectamente de lo que estaba haciendo cuando me enteré de que Borges acababa de morir. Era un sábado y yo salía con un grupo de amigos, alrededor de las dos de la tarde, del edificio de Hebraica en Sarmiento y Uriburu. Alguien trajo la noticia. Para los que estaban conmigo no significó nada. Teníamos todos dieciséis años y otras cosas de qué hablar un sábado a la tarde. A mí me impactó. Creo que sentí por primera vez que estaba frente a un evento de la Literatura.

Borges era entonces para mí menos un conjunto de textos que una figura: la figura del Escritor. Me acuerdo que pensé: ahora no lo voy a conocer nunca. Creo que tuve la sensación de que se había muerto alguien que iba a ser importante para mí —supongo que eso era lo que yo esperaba de mí como lectora—, pero a quien conocía poco todavía.

No me acuerdo bien qué y cuánto había leído de Borges para ese entonces, pero debe haber sido poco y mal. Mi papá me había comprado Ficciones en una edición de Alianza a la que se le iban despegando todas las hojas. Mi papá no era un lector de ficción; por eso su concepción de la literatura incluía casi sólo clásicos, entre los que evidentemente él incluía a Borges. Yo había leído ese Ficciones pero no sé cuánto había entendido. Sí recuerdo haber salido de esa lectura con dos sensaciones nítidas. La primera, que Borges usaba una lengua personal, distinta a nada que conociera: parca, precisa y hecha de palabras infrecuentes o combinadas de forma infrecuente. La lengua sola —aunque también estaban los paisajes remotos, los personajes excéntricos, las tramas fantásticas— te hacía entrar a sus cuentos como a tierras extranjeras. La segunda, que la literatura, la erudición, las enciclopedias podían armar la trama de relatos deslumbrantes.

Unos pocos años después intimé definitivamente con Borges y me metí en casi todos los recovecos de su obra. Me gustaban la precisión quirúrgica de las tramas (como en “La muerte y la brújula”), los cruces inesperados de historias (como en “Historia del guerrero y de la cautiva”), los relatos armados en torno a premisas locas (“Funes, el memorioso”, “Pierre Menard, autor del Quijote”), el final inesperado (“Hombre de la esquina rosada”, “El sur”). Pero hay otros dos Borges de los que me siento muy cerca y que quizás —siendo yo lectora y no escritora como Pedro y Fabián— influyeron en mi relación con la literatura mucho más que su ficción: el Borges ensayista y el Borges lector. Algunos de sus ensayos (“El escritor argentino y la tradición”, “Las versiones homéricas”) me enseñaron a armar mi biblioteca mental de otra forma. Y su modo de leer los clásicos (pienso ahora en sus “Nueve ensayos dantescos”) marcó para mí un modelo de lectura que lograba un equilibrio raro entre erudición y libertad interpretativa.

Hace un tiempo mencioné a Borges delante de un enorme lector de Shakespeare, norteamericano. Me dijo: “too cold”.

LLACH

Karina, me das el pie para lo que pensaba preguntarles a continuación. A diferencia del shakespereano norteamericano, creo que lo genial de Borges es que su ingenio verbal, su ingeniería formal, sus certeras lecturas literarias y sus provocadoras lecturas políticas no excluyen una dimensión emotiva, un sentimentalismo muy humano y muy empático. Eso es más visible en sus entrevistas de viejo pero también por ejemplo en “El Aleph”, que es entre otras cosas un testimonio desgarrador sobre la experiencia de un tipo al que una mujer le rompe el corazón. Tiro una hipótesis: la academia, la literatura argentina, a veces tan politizada, prefirió al Borges formal y ensayístico sobre el Borges sentimental. Quizás porque es más enseñable, porque da más para la discusión.

GALPERIN

Muy interesante la pregunta porque es cierto que hay una dimensión emotiva en Borges; sólo que me parece que en sus textos la emotividad o el sentimentalismo no están nunca ligados a la intimidad humana. Siempre tienen que ver o con algo remoto y muerto (el pasado, los antepasados), o con algo no humano (la ciudad, las calles), o con algo abstracto (ciertos autores, ciertas tradiciones), o con amores no correspondidos. Pasa en sus cuentos pero también en su poesía. A mí siempre me llamó la atención que su primer poemario, Fervor de Buenos Aires, tuviera un tono tan nostálgico y afectivo en una colección de poemas que recorren una ciudad desierta, donde no hay nadie más que el poeta caminando por calles vacías, cementerios, patios con árboles y aljibes pero nunca gente. Es casi siempre, me parece, una emotividad solitaria, casi impersonal. En eso, la obra de Borges es muy diferente de la de Shakespeare (y desde ese lugar entendí yo el “too cold”), que es un autor de personajes hechos de sus relaciones con los otros personajes. De hecho, me hiciste dar cuenta de que hay un rasgo formal en Borges que da cuenta —creo— de esto: en Borges casi no hay diálogo porque los personajes casi nunca se comunican realmente entre sí. A veces se dan información, se desafían, declaman. Pero no conversan ni se modifican nunca unos a otros.

Vos, Santiago, interpretás “El Aleph” como “un testimonio desgarrador sobre la experiencia de un tipo al que una mujer le rompe el corazón”. Y puede ser. Pero me parece que se trata de una mujer lejana; no sólo porque está muerta sino porque nunca estuvo cerca de él. La búsqueda de Beatriz en “El Aleph” no es sino una ocasión para que se relacionen entre sí dos hombres de letras.

CASAS

No sé, yo siempre leía Borges desde un lugar de profunda emoción. Tal vez sea Yo, Robot. Pero lo mismo me pasa con la poesía de Alberto Girri, que decía que él encontraba inspiración para escribir poemas no tanto en una flor sino contemplando el motor de un auto. Borges es un autor cómico; me hacen reír algunas de sus hipótesis, sus personajes ficticios que pasan por auténticos, etc. Me parece, sin duda, un escritor de derecha; casi siempre, la derecha, menos pedagógica que la izquierda, escribe mejor. Cuando pierde a Norah Lange a manos de Oliverio Girando, Borges intenta matarse en un hotel pero desiste. Es un cobarde. Toda su literatura está escrita por un cobarde; por eso lo siento un hermano. Por otro lado, su erudición libresca, que tiene cierto poder erótico en los fraseos, da un libro que en su momento debe haber sido difícil de entender, que es Otras inquisiciones, una obra maestra de la poesía escrita bajo la máscara del ensayo. Borges escribe ese libro cuando no se mata y pena por Nora que es, sin dudas, Beatriz Viterbo. Me acuerdo de el comienzo de “El Aleph”: “La candente mañana en que”… genial; y cómo él se pone delante de la foto de Beatriz y le dice: “soy yo, soy Borges”. eso me encanta.

GALPERIN

A mí me parece que en la obra de Borges encontramos algo parecido a lo que hay en un grupo de textos que Borges mismo analizó en este sentido (la Divina ComediaDon QuijoteMartín Fierro): en Borges el amor compite con la amistad y siempre sale perdiendo como experiencia reconfortante, dadora de intimidad. El cuento “La intrusa” es un extremo brutal de esta idea recurrente en su obra. La amistad, en Borges, es por otro lado siempre pudorosa, hecha de gestos de cariño contenido, definidas más por momentos puntuales y trascendentes que por el comercio cotidiano de cariño y experiencias compartidas.

Es raro porque, como lector, Borges está siempre atento y valora los momentos de encuentro intenso entre seres humanos. Vuelve una y otra vez a la relación entre Don Quijote y Sancho Panza (que compara una y otra vez con Martín Fierro y Cruz), le divierte el dúo de Bouvard y Pécuchet. Pero su Musa es más distante y está más interesada en la trama precisa y la lengua potente. Quizás esto explique, en parte, por qué Borges nunca escribió novelas.

MAIRAL

Es cierto lo que nota Karina sobre esa ciudad vacía por donde circula el personaje de Borges. Casi una maqueta. Lo opuesto a las Buenos Aires de Arlt, o Tuñón, o Marechal, que están llenas de vida y de gente circulando. La multitud en Borges siempre está dentro suyo, se topa con el universo y tiene que lidiar con eso. Dos de los poemas que más me gustan tratan ese tema. Uno es “Mateo XXV, 30”, donde siente que le fue dado el universo entero y él todavía no pudo escribir el poema. El otro es “Insomnio”, donde no puede olvidar las afueras de Buenos Aires (“leguas de pampa basurera”) y todo lo que vio ese día. El peso del mundo, el peso de la conciencia. Es quizá el poema más descontrolado de Borges (y en Borges es muy raro el descontrol).

Controlaba hasta sus respuestas perfectas en las entrevistas, nunca lo hacían decir lo que no quería. Me gusta leer sus entrevistas, o verlas. Hacía un culto a la m odestia, desarmaba las malas intenciones, o los elogios, aceptaba las críticas y las aprovechaba para criticarse todavía un poco más; siempre era inteligentemente emocional.

LLACH

¿Hay algo que discutir sobre Borges hoy o la discusión ya está saldada? ¿Es una figura de mármol? ¿O de qué manera está vivo? Esta nota de Osvaldo Aguirre da un buen panorama de cómo lo criticaron los jóvenes literatos de izquierda entre los cincuenta y los setenta y cómo mayormente se arrepintieron de esa crítica.

GALPERIN

Creo que Borges es efectivamente una figura de mármol, pero lo veo más como un peso para la crítica que para los escritores. Me parece que para los escritores jóvenes Borges ya no es un problema porque no pesa tanto ni como modelo ni como contrincante. Tienen con Borges la misma relación que Borges identificaba para judíos e irlandeses con la cultura occidental: lo sienten propio, pero no tan propio como para negarse la libertad de manipularlo a piacere. No hay más que ver lo que vienen escribiendo los sub 40.

MAIRAL

No siento la figura de Borges como una sombra paterna de la que tenga que escapar para escribir. Más bien lo siento como un abuelo brillante. Y uno con los abuelos no tiene conflictos. Sin duda amplió mucho el juego literario, nos permitió ser universales. Nos dijo que escribir desde esta periferia es una ventaja. Nos dejó una cantidad de ideas para defendernos de los nacionalismos.

CASAS

Borges es un escritor tan grande que, si todos sus libros se hubieran enterrado, igual se notaría su presencia por todos los libros y ensayos en contra que recibió. Se lo sentiría como se lo siente a los agujeros negros, por la inmensa presión que causan en el espacio.

LLACH

Como decía Fabián, Borges se convirtió en sus últimas décadas de vida en una figura mediática. ¿Hoy lo seguiríamos leyendo sin esa figuración? ¿Les parece que el personaje de autor, y no sólo la obra, son necesarios para que un autor trascienda?

GALPERIN

Como figura mediática, hubo para mí, dos Borges. Uno era el Borges ciego y viejito, de fotos en las revistas vestido con traje y manos una encima de la otra sobre el bastón de mango de madera, a veces serio y adusto, a veces sonriente. Ese fue el Borges que todo el mundo reconocía, el Borges Escritor Nacional. En el tipo de notas que daba para esas revistas aparecieron también algunas de sus declaraciones políticas más polémicas, que sí incidieron en cómo muchos lo leyeron o decidieron no leerlo.

El otro Borges mediático, más interesante creo, es el Borges del que habla Pedro: el de las conversaciones, las largas entrevistas televisivas y radiales, las charlas de altísimo rating con Antonio Carrizo. Como a Pedro, me encanta ese Borges porque no es esencialmente distinto del de los ensayos y las conferencias. De hecho, todos sus ensayos tienen la estructura y longitud de sus conferencias (muchos fueron conferencias) y viceversa. Tiene, como dijo Pedro, esa virtud increíble de la generosidad intelectual, de hablarle a cualquier público siempre de igual a igual, como si compartiera con la audiencia su sistema de referencias y lecturas. Es gracioso, irónico, sarcástico, citador de anécdotas graciosas. Este Borges es más marcadamente la prolongación del conversador chispeante, del ingenioso espadista verbal de las tertulias literarias, del amigo menor del ocurrente Macedonio Fernández.

Después está el “Borges” personaje, creación del Borges autor. Aparece ya en el rinconcito final de “Hombre de la esquina rosada”. Y vuelve a aparecer, intermitentemente, a lo largo de toda su obra. En Dante, Borges encuentra (y copia) la potencia de una primera persona que confunde al personaje con el autor. A Borges, un escritor esencialmente lúdico, le gustan además esos juegos, que le permiten postular la realidad y negarla, indistinguir entre lo que es y lo que se sueña, entre lo que existe y lo que se crea. Y, por otra parte, a Borges le interesan mucho los autores, las vidas de los autores, la comparación entre la potencia de la memoria de la vida de los autores y la de sus personajes.

CASAS

Creo que la obra de Borges se impuso por su potencia de escritura, y por eso aún se sostiene.

LLACH

Borges murió justo en el límite de la enorme transformación cultural que trajeron consigo internet y demás tecnologías de la información. Algunos dicen que en cuentos como “La Biblioteca de Babel” anticipó internet. ¿Un gran escritor tiene algo de profeta?

CASAS

Los grandes escritores que trabajan, como Borges, sobre la imaginación, pueden de alguna manera profetizar el futuro. Pero no sólo ellos. Robert Walser escribió en Los hermanos Tanner un obituario de un poeta llamado Sebastián que moría en la nieve, donde lo encontraban congelado; de esa manera murió el propio Walser años después y fue encontrado por unos niños. Todo lo que Walser escribió sobre el poeta Sebastián se podría decir de él mismo. Me acuerdo que Leónidas Lamborghini me dijo una vez que para él la poesía tenía cierto poder adivinatorio.

GALPERIN

No sé si Borges (o Virgilio en la égloga IV, o Julio Verne, o Robert Walser) anticiparon algo. Tenemos toda la libertad de leer lo que queramos en sus textos. Lo que sí sé es que Borges nos enseñó que se podía transformar el pasado, que una intervención fuerte en el presente no sólo cambiaba lo que iba a pasar después sino que nos hacía leer distinto lo que había pasado antes.

La idea de si es posible o no modificar el pasado, y cómo, aparece mucho también en la ficción de Borges. Un ejemplo lindo es el emotivo prólogo a El hacedor. Ahí, en el que para mí es uno de los prólogos más lindos de la obra borgiana, Borges imagina en 1960 un encuentro con Lugones, que había muerto en 1938. Al Lugones real, dice JLB, “le hubiera gustado que le gustara algún trabajo mío. Ello no ocurrió nunca”. En este prólogo , JLB. le entrega a Lugones un ejemplar de El Hacedor. Lugones, imagina JLB., “vuelve las páginas y lee con aprobación algún verso, acaso porque en él ha reconocido su propia voz, acaso porque la práctica deficiente le importa menos que la sana teoría”. En este caso, la imaginación reconfigura la historia y ofrece la oportunidad de reencuentros que no existieron nunca. Ese solo prólogo es ya una reconciliación.

LLACH

¿Cuál es su poema, su cuento y su ensayo preferidos de Borges?

CASAS

El cuento preferido mío de Borges es “El sur”. No tengo un ensayo preferido sino dos libros: Discusión y Otras inquisiciones. Los poemas me gustan poco, salvo algunos versos. Los dejo porque me voy a ver a Babasónicos, que son —a su manera— borgeanos.

MAIRAL

Coincido con Fabián en preferir su cuento “El sur”. El viaje en tren, cuando Dahlmann sale de la clínica, no puede estar mejor contado. Son unas pocas líneas y sin embargo se estiran en el tiempo y en la cabeza del lector, hasta el horizonte. Hay una felicidad espacio-temporal en esa descripción, difícil de descifrar. Es una celebración del movimiento y del simple hecho de ser. El personaje lleva Las mil y una noches para leer pero no pasa de la segunda página por mirar por la ventana del tren. “Dahlmann cerraba el libro y se dejaba simplemente vivir.”

GALPERIN

Como ensayo, elijo el “Arte de injuriar”, una investigación-catálogo de “la vituperación y la burla” como género literario.

Poema: “Fundación mítica de Buenos Aires”. Me gusta cómo construye un mito íntimo con la ciudad y su historia, cómo combina la ambición grandilocuente y la dicción cariñosa, pequeña. Me gusta el tono de sorpresa y moderada decepción del comienzo; me gusta la adjetivación rara (“corriente zaina”, “ranchos trémulos”), los diminutivos afectuosos (“irían a los tumbos los barquitos pintados”, “el primer organito salvaba el horizonte”), las comparaciones sorprendentes (“un almacén rosado como revés de naipe”), la gramática forzada y elocuente (“el corralón seguro ya opinaba Yirgoyen”). Este poema tiene, además, uno de los finales más lindos y recordados del poemario borgiano.

Cuento: Les agradezco a Fabián y Pedro haber tachado ya “El Sur”. Eso me da espacio para elegir otro. Hoy elijo “Historia del guerrero y de la cautiva”. Me gusta este elogio del converso, esta fascinación por la cultura del otro, el antinacionalismo tenaz de Borges, el final sorprendente. Para mí, en este cuento está además una de las imágenes más potentes de la obra borgiana: la de esa ”india rubia” que pasa a caballo “como en un sueño" y se baja a sorber la sangre caliente de una oveja recién degollada, “porque ya no podía obrar de otro modo, o como un desafío y un signo”.


FABIÁN CASAS

Fabián Casas es escritor. Su último libro es “Titanes del coco”. (Emecé)

KARINA GALPERÍN

Karina Galperín es profesora de literatura. Se doctoró en Harvard y enseña en la Universidad Di Tella. En Twitter es @kGalperín.

PEDRO MAIRAL

Pedro Mairal es escritor. Su último libro es “La uruguaya”. En Twitter es @MairalPedro.

SANTIAGO LLACH

Santiago Llach es escritor. Su último libro es Los compañeros. En Twitter es @santiagollach. .