Di Tella en los medios
Clarín
13/10/15

Mercosur, Unasur ... Todo es Confusur

En la última década, en Suramérica, se invocó el mérito de la integración como nunca antes se había hecho desde el fin de la Guerra Fría. En clave comercial o diplomática, remitiendo a los negocios o los valores, desde gobiernos conservadores o progresistas, con el discurso de la “patria grande” o a través del despliegue de las empresas multilatinas, la integración ha sido objeto de notable atención y promoción durante los últimas dos décadas.

El recurrente relanzamiento de MERCOSUR, la ampliación de sus miembros y la creación de UNASUR con sus doce consejos temáticos, así como la conformación del ALBA, la CELAC y la Alianza del Pacífico (Chile, Colombia, Perú y México) constituyen la evidencia del formidable espíritu integrador de los inicios del siglo XXI.
Sin embargo, el estado real de la integración en América del Sur es mediocre. Un balance de esta situación resulta imperativo pues en varios países del área se incrementa el número de actores internos que son escépticos y aumentan los sectores impugnadores del ideal integrador y su praxis. 

Al menos dos factores refuerzan ello. Primero, el divorcio entre política y economía. En la región se opera políticamente con la lógica de la sociabilidad: juntarse y comprometerse en todos los foros posibles, con independencia del nivel efectivo de institucionalidad y de la compatibilidad de intereses compartidos. Pero la región se comporta económicamente con la lógica de la unilateralidad: por ejemplo, cada uno piensa en su mercado doméstico y negocia de modo bilateral con China. Así entonces se produce una colisión: no hay buena sociabilidad con tanta unilateralidad. Y además a mayor propensión a “cortarse” solo o con unos pocos, menor confianza y convergencia colectiva.

Segundo, está el desfase entre promesa y cumplimiento. En el comienzo, y por años, MERCOSUR mostró que podía constituirse en un modelo innovador para la región y atractivo para otros espacios de la periferia. Hoy, MERCOSUR ampliado está estancado y muestra, incluso, ciertos signos regresivos. 

Por su parte, UNASUR tuvo un inicio muy promisorio. Su desempeño frente a la delicada situación política de Bolivia en 2008, ante el golpe de Estado en Honduras en 2009, durante la crisis entre Venezuela y Colombia en 2010, en el intento golpista en Ecuador en 2010, al momento de la caída del presidente de Paraguay, Fernando Lugo, en 2012 y a raíz del incidente en torno al avión oficial del presidente de Bolivia, Evo Morales, en 2013, fue expeditivo, útil y elocuente. Pero desde 2014, UNASUR perdió su norte como lo ha demostrado su incapacidad de aportar algunas salidas probables a la prolongada e irresuelta crisis en Venezuela. 

La gradual ampliación de la brecha entre propuesta y concreción conduce potencialmente a la parálisis y, quizás, a la erosión preocupante de estos ámbitos fundamentales para alcanzar una mayor asociación efectiva en América del Sur.

El más reciente ejemplo de la confusión que rodea a MERCOSUR y UNASUR es la muy compleja crisis de la frontera entre Colombia y Venezuela. Ante una serie de medidas adoptadas por Caracas, se realizaron deportaciones injustificadas de colombianos, con los consecuentes problemas de derechos humanos y tensiones diplomáticas bilaterales. Mientras tanto ni Maduro logró asegurar el control de las fuerzas armadas y relegitimar su mandato ni Santos puede acumular un respaldo masivo y decisivo al proceso de paz.

Venezuela es miembro pleno de MERCOSUR y uno de los impulsores de UNASUR. Por lo tanto, MERCOSUR y UNASUR deberían haber tenido un rol más activo y constructivo: no se trata de realizar gestos ampulosos pero si de proponer iniciativas razonables y realizables. El viaje de los Cancilleres de la Argentina y Brasil a Bogotá y Caracas fue interesante. Ecuador fue sede de la cumbre Santos-Maduro que contó con el respaldo de Quito y Montevideo. Es probable que, por un tiempo, baje el tono público de la disputa diplomática pero es difícil que se produzcan avances sustantivos para evitar nuevos roces. En realidad, la crisis original no se ha resuelto definitivamente.
Ahora bien, lo que en últimas está en juego hoy es la paz colombiana y la democracia venezolana. Si no se supera la situación tensa que ha quedado pendiente, ambos, la paz y la democracia, podrían entrar en una fase delicada cuyos respectivos desenlaces imprevistos podrían ser desafortunados, no solo y especialmente para colombianos y venezolanos, sino también para todos los suramericanos. 

(*) Director del Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la Universidad Torcuato Di Tella