Di Tella en los medios
Bastión Digital
26/06/15

Mentiras

Por Eduardo Rivera López

La mentira en el ámbito de la información pública es una constante y está ampliamente esparcida. Los medios de comunicación, el gobierno, los políticos, los sindicatos, la Iglesia y muchos otros, mienten, ocultan, engañan. Hace falta un mea culpa muy amplio en el discurso público argentino. Y esto les cabe especialmente a los medios y periodistas

En una banda de delincuentes en la que todos son ladrones y asesinos, nadie puede reprochar a nadie por robar y matar. Todos están manchados y nadie tiene derecho a tirar la primera piedra. Carecen de autoridad moral para recriminar a los otros por lo que hicieron. Sin embargo, eso no significa que no sean reprochables. De hecho, lo son. Y no sólo eso. Ellos mismos pueden reconocer y afirmar que lo son. Lo único que parece que no tienen derecho a hacer es asumir la actitud de indignación y acusar a los demás. 

El ejemplo es burdo y exagerado, pero sirve para ilustrar lo que ocurre con cualquier falta moral, entre otras, mentiras.

En nuestro país, la mentira en el ámbito de la información pública es una constante y está ampliamente esparcida. Los medios de comunicación, el gobierno, los políticos, los sindicatos, la Iglesia y muchos otros, mienten a menudo, o ejercen prácticas cercanas, parientes de la mentira, como el ocultamiento, el manejo deshonesto de informaciones verdaderas, la mezcla insidiosa de verdades y mentiras, el engaño, la confusión intencional, el énfasis tendencioso. Cualquiera que tuviera la paciencia y el tiempo de recopilar este tipo de actitudes y prácticas podría elaborar una larguísima lista de ejemplos.

Suponiendo que esto es así, la pregunta que surge es quién tiene la autoridad moral para criticar, para señalar acusatoriamente a otros de estar mintiendo. Los funcionarios del gobierno no se cansan de acusar a los medios opositores de mentir. La pregunta que nos podemos hacer es cómo pueden esos funcionarios reprochar esas mentiras, cuando pertenecen a un gobierno que, de modo intencional, sistemático y grosero, mintió durante (al menos) siete años en todas las estadísticas públicas nacionales relevantes.

Claro, análogamente a lo que ocurre con la banda de ladrones, esta falta de autoridad moral para reprochar no invalida ni anula el contenido del reproche, que bien puede ser cierto. No puede funcionar como un solaz, ni como una excusa: cada ladrón debe hacerse cargo de sus culpas, con independencia de que sus compinches no puedan echárselas en cara. Creo que en la Argentina hay muchos medios y políticos opositores que deberían hacer una seria autocrítica de sus métodos y prácticas profesionales, con independencia de que el gobierno, y también quizá los periodistas que lo apoyan, no estén en condiciones de hacerles una crítica legítima, porque ellos también incurren en prácticas similares.

Por otro lado, ciertamente, que todos los miembros de la banda sean culpables no significa que tengan la misma responsabilidad. Hay grados de culpabilidad, dependiendo de múltiples factores. En el caso de la mentira pública en la Argentina, creo que las mentiras que se lanzan desde los medios (que existen y son muchas) son cualitativamente menos graves que las que son lanzadas desde el gobierno, por el rol diferente que ambos ocupan en una sociedad democrática. Pero, nuevamente, esto no puede funcionar como una excusa o un atenuante. 

Pienso que, en mayor o menor medida, hace falta un mea culpa muy amplio en el discurso público argentino. Y esto les cabe especialmente a los medios y periodistas. Los opositores deberían revisar profundamente sus prácticas de chequeo de información, uso de fuentes, abuso del potencial, manipulación de la agenda de prioridades, mezcla de opinión y publicidad comercial, participación en operaciones de prensa, etc. Y los otros deberían dejar de hacerse los indignados, cuando ellos también deberían hacer la misma autocrítica y, en lugar de ello, se la pasan defendiendo incondicionalmente a un gobierno que, más allá de los aciertos que pueda tener en otros campos, no ha hecho justamente de la veracidad y la trasparencia una política pública.

Publicado en: Sociedad
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