Di Tella en los medios
La Nación
24/05/15

El espejo de 1810: del Alto Perú a la alta inflación

A 205 años de la Revolución de Mayo se comprueban conflictos que han sido recurrentes en la historia de la economía local

El gobierno central fracasó en su intento de acordar con el interior un sistema de obtención y reparto de recursos. Bien podría alguien pensar que esa noticia o es repetida o atrasa varios años? ¿Cuántos? ¿Cinco, seis? ¿O unos 200 quizás?

Después del 25 de Mayo de 1810, aquel día del primer gobierno patrio, los hechos marcaron la necesidad de buscar nuevas fuentes de ingresos públicos, que serían cada vez más requeridos por el gasto militar de las batallas. Las minas de plata de Potosí, que habían sido parte del Virreinato del Río de la Plata, no pudieron ser retenidas dentro del territorio de lo que sería la Argentina. Y ya no fueron, lógicamente, el centro de un circuito que dotaba de recursos a la corona española, a la gestión del virrey y también a las regiones del Norte, que conseguían lo suyo al ser pasos obligados en el transporte de bienes. Como un efecto de esa pérdida, según explica el economista e historiador Roberto Cortés Conde, se dieron los primeros intentos fallidos de consensuar un esquema de cargas y beneficios entre Buenos Aires y el interior. La pelea por los recursos fue larga y llevó a duros enfrentamientos, en los que no estuvieron ausentes los conflictos por los derechos aduaneros.

No es esa puja el único tema de la economía que estuvo presente en aquellos años y que suena familiar en nuestros días. Hecha la salvedad, claro está, de las enormes distancias entre una época y otra por el contexto, el tamaño de la población y la economía y la forma de resolver conflictos.

En la génesis de la gesta estuvo, por caso, el propósito de destrabar el comercio exterior que entusiasmaba a varios protagonistas de la época. Y a la par de esas ideas liberales había llegado al Río de la Plata la noticia de que la corona española estaba dominada por las fuerzas napoleónicas. "Eso es algo que se aprovechó", dice Gerardo della Paolera, profesor de la Universidad de San Andrés.

En su Historia Integral de la Argentina, Félix Luna señala otro hecho que ayudó a los revolucionarios: la relación monopólica ya dejaba al descubierto las limitaciones de España para abastecer a sus dominios y absorber los bienes que de ellos recibía.

"Mientas estudiaba Derecho en España, Manuel Belgrano se entusiasmó con las ideas de la Revolución Francesa, y como no existía la carrera universitaria buscó academias para formarse en temas económicos; él creía que, al igual que la agricultura, el comercio debía ser libre, aunque a la vez no dejaba de lado el rol del Estado en la economía", dice Diego Valenzuela, autor de La revolución de las ideas, que dedica un capítulo a la vocación de economista del prócer que está estampado en el billete actual de 10 pesos, ese que equivale a 2.500.000.000.000.000 unidades de la moneda macuquina, un redondel metálico martillado a mano que circuló a principios del siglo XIX. Entre tantos ceros perdidos se esconden realidades repetidas en la historia: la falta de credibilidad en la moneda local, la inflación, las devaluaciones y, como hecho ligado, la escasez de ahorro interno para el desarrollo.

Una paradoja: la educación que convirtió a Belgrano en librecambista -rasgo que compartió con Mariano Moreno y otros hombres de la época- fue posible gracias al comercio monopólico, y en parte al contrabando, ejercidos por su padre, Domingo. En esa época de alta ilegalidad, podían conseguirse esclavos a un tercio del precio de los que se traían cumpliendo regulaciones. Y la reventa ofrecía ganancias jugosas. Cita Valenzuela al historiador Luis Roque Gronda, que señala que don Domingo "pertenecía a esa clase de mercaderes cuya moral privada era tan rígida en el hogar como flexible en los negocios".

La evasión (que según algunas estimaciones de fuentes del sector representa hoy, sólo por el comercio en negro, más de 3% del PBI) era por entonces un factor que influía en la necesidad de recursos. "Es notoria la tendencia deficitaria desde 1810 en los resultados entre ingresos y egresos del sector público", dice Orlando Ferreres en este 2015, año en el que déficit fiscal podría rondar los 6 puntos del PBI. El economista dirigió la publicación Dos siglos de economía argentina, que recopila datos de variables económicas y sociales desde el amanecer mismo de la Patria. "Un rasgo de aquella época es que no había mucha plata y para pagar sueldos se emitieron pagarés; es todo un símbolo de la Argentina", afirma sobre las primeras décadas del siglo XIX.

La pérdida del Alto Perú dio paso a una economía ganadera, inicialmente basada en el cuero y las lanas y, en menor medida, en el tasajo, una carne salada para su conservación, según comenta Fernando Rocchi, historiador y profesor de la Universidad Torcuato Di Tella. Pero entonces, los sistemas de recaudación no alcanzaban para salvar del déficit a poblaciones del interior. El norte, beneficiado antes con la instalación de postas, fue perjudicado. "Sin la fuente de ingresos de Potosí no hubo sustentabilidad para las provincias y la única que para 1820 tenía una posibilidad real de ingresos era Buenos Aires, por la Aduana que cobraba impuestos a la importación", dice Rocchi.

Tras la revolución, señala Cortés Conde, Buenos Aires buscó mantener la heredada administración centralizada. Y nació entonces el federalismo, fruto de la defensa que hicieron de sus intereses y de sus propias fuentes de fondos los caudillos, que además le disputaban a Buenos Aires recursos de la Aduana (que fue finalmente nacionalizada en 1862). Ingresos éstos que, según el historiador, "fueron insuficientes en tiempos de conflictos, por lo que la provincia recurrió al financiamiento inflacionario".

La centralidad en el manejo de los tributos del comercio exterior es un rasgo actual, porque los derechos de exportación e importación no se coparticipan, a diferencia de otros impuestos. Bastante más de un siglo después de aquellos recelos entre Buenos Aires y el resto de las provincias -una se mantuvo separada de las otras por varios años en el siglo XIX-, el fuerte conflicto entre el actual gobierno y los productores por un proyecto de retenciones terminó por fijar una excepción a la regla: la del fondo solidario de la soja, que desde 2009 deriva recursos a las provincias.

Entre una y otra cosa, la cuestión impositiva y la del comercio exterior tuvieron capítulos diversos. "La última vez que se intentó un acuerdo por una nueva ley de coparticipación fue en 2005, cuando circuló un anteproyecto que no pasó el filtro de las provincias grandes", recuerda Walter Agosto, investigador del Cippec. Para el economista, hoy el régimen es un "laberinto fiscal que no garantiza la efectiva provisión de bienes públicos a todo el país". E interpreta que el Gobierno es esquivo con el tema porque "descree de los consensos políticos amplios y porque decidió profundizar la centralización, dando prioridad a mecanismos alternativos como las transferencias discrecionales".

De regreso con la imaginación a los años posteriores a 1810, los cambios trajeron consecuencias positivas: desligarse de las regulaciones y los impuestos españoles provocó que los precios finales de las importaciones se redujeran y que los de productos exportables aumentaran, según una investigación de los economistas Pablo Gerchunoff y Lucas Llach, de la Torcuato Di Tella. Sin embargo, advierte Cortés Conde que los efectos no se extendieron al "interior antiguo" (el norte), que "quedó relegado y en la pobreza".

En nuestra historia, comenta Marcelo Elizondo, economista de la consultora DNI, "entre los elementos que hicieron posible la apertura comercial se destacan la ubicación del puerto de Buenos Aires y el hecho de que la ganadería extensiva no necesitara mano de obra, lo cual genera condiciones para una explotación de bajo costo".

OTROS TIEMPOS

La productividad de las tierras tuvo su peso entre los factores que explicaron la ola de migraciones ya avanzado el siglo XIX. Con mayor estabilidad institucional una vez terminadas las guerras civiles, y con un mundo que demandaba y mucho los productos de la agricultura, se fueron dando condiciones para llegar al Centenario, en 1910, con una economía a todo vapor, como el que ponía en marcha a los trenes que tanto le aportaban al progreso (el costo del transporte es otro problema recurrente).

La demanda de alimentos que llegaba desde Europa tiene alguna similitud con la de países asiáticos en tiempos ya cercanos, algo que se aprovechó hasta la llegada de las distorsiones dadas por políticas internas que se conjugaron con factores externos. "No estamos en una economía cerrada como la colonial, pero sí complicada por las trabas a las importaciones", dice Rocchi. Eso provoca dificultades para la industria, que tiene una participación en el total del PBI del 22%, mientras que había llegado al 29% en 1910.

Hasta unos 30 años después de iniciada aquella década, la Argentina mantuvo un PBI per cápita similar al de países como Australia, Canadá y Estados Unidos, según se afirma en la publicación Dos siglos de economía argentina. "A partir de 1940 ya no seguimos la misma evolución; crecimos a un ritmo bastante menor y hoy nos ubicamos muy por debajo de esos países", consigna el informe.

Más allá de las tesis sobre la influencia de factores institucionales que diferenciaron a América latina de Estados Unidos -cuyo ingreso por habitante hoy duplica y aún más al local-, aparecen otras lecturas sobre elementos que podrían haber tenido influencias de largo plazo. Della Paolera comenta que, si bien se comparten ventajas competitivas como las de las tierras, hay puntos que llevaron a explicar la mejor evolución del país del norte. "La cercanía con Europa les dio otra ventaja, además de la que implicó un sistema de transporte marítimo más desarrollado", señala. Agrega rasgos de los pobladores: tuvieron un idioma unificado por la inmigración anglosajona y, según una controvertida tesis, la ética protestante los habría dotado de mayor disciplina. Otro factor de peso: "Hacia 1880/1890 una alta proporción de blancos estaban alfabetizados y la educación era amigable con las técnicas".

Una vuelta al pensamiento de Belgrano, que decía ver en la agricultura a la madre de las riquezas y que no dejaba de incluir a la industria y al comercio como actividades necesarias que debían desarrollarse, justamente, desde un trabajo basado en conocimientos técnicos. "Belgrano es un exponente dentro de los muchos que la Argentina tuvo en sus primeros años, que concebían la educación con el doble objetivo de ilustración y de generación de riqueza, en el sentido de enseñar para el trabajo; esa era la concepción de San Martín, Rivadavia y la Generación del 80", define Jorge Colina, economista de Idesa. "Hoy, el problema pasa más por la calidad que por la falta de escuelas", agrega.

El Centenario llegó en medio de un proceso que bajó el analfabetismo de 70% en 1869 a cerca de 20% en 1930. "En 1910 había gran optimismo pero también voces de alerta; siempre hay que entender que la economía es dinámica", dice Della Paolera. Cuatro años después, la primera guerra mundial cambió el escenario: entonces sí, el mundo se caía a pedazos y sin presidentes que lo advirtieran en cadenas televisivas (como días atrás lo hizo Cristina Kirchner aunque sin datos que la avalaran).

Recuerda el historiador que antes de que llegaran los problemas, un funcionario de la época había expresado su máxima: "Nada es más difícil que manejar la prosperidad".

Por Silvia Stang