Di Tella en los medios
Clarín
1/02/15

“El país necesita políticas contra el delito basadas en la evidencia empírica”

Ernesto Schargrodsky. En la última década aumentó la criminalidad pese al crecimiento económico. Hubo una falsa creencia en la teoría del derrame, sostiene este especialista.

La violencia y el delito están entre las principales preocupaciones de los ciudadanos en todo el mundo. América Latina registra las tasas de delincuencia más altas y Argentina no es ajena a esta tendencia. Según estadísticas del Laboratorio de Investigación sobre Crimen, Instituciones y Política de la Universidad Torcuato Di Tella, la inseguridad en el país se agravó en los últimos años. “En 2007 el 27,1% de las familias respondió ser víctima de un delito y en los últimos 12 meses subió a 36,4%”, cuenta Ernesto Schargrodsky, rector de la UTDT y especialista en el tema. A continuación, una edición de una entrevista que le hizo Clarín.

¿Por qué el delito sube cuando la economía se deteriora pero no cede cuando la economía crece?
Porque la población que ingresa a la actividad criminal tiene pocas posibilidades de volver a actividades legales, aun cuando la economía mejore. Los empleadores no quieren contratar personas con antecedentes y tampoco hay políticas activas que permitan su reinserción laboral. Si la situación se mantiene así, tendremos una población delincuente que, si bien no es grande, goza de alta rotación y comete muchos delitos.

O sea que no se aplica la teoría del derrame con el delito...
Exacto. Así como sucede con la pobreza y la desigualdad, también existe esa percepción, a mi juicio errónea, de que no hacen falta políticas directas para luchar contra la inseguridad porque el crecimiento se encargará de hacerlo.

¿Qué características tuvo el crecimiento de la última década que no fue suficiente para bajar el delito?
Se trató de un crecimiento urbano, más atado al consumo que a la inversión, y el delito es un fenómeno urbano. No vino aparejado con desarrollo económico, inversiones en transporte o el desarrollo de nuevas actividades productivas.

Dado esto que usted señala, ¿cuál sería una política de desarrollo para que el delito y el crimen cedan?
Por ejemplo, construir una red nacional de autopistas. Pero no para aumentar el empleo de mano de obra porque ese incremento sería transitorio. Un proyecto así contribuiría a un proceso real de desarrollo económico con otra distribución geográfica de la población.

En la Argentina hablar de inseguridad es de derecha, ¿por qué?
En el pasado, en la Argentina las víctimas del delito eran los más pudientes y la preocupación venía asociada a esos sectores. Pero hoy, según nuestras encuestas de victimización, hay dos tendencias: los pobres sufren una proporción mayor del delito y los crímenes que los pobres soportan son los más violentos. Por eso la creencia de que si uno está preocupado por la inseguridad es de derecha, discrepa con la realidad. Basta con abrir el diario para leer que los delitos más comunes no ocurren en Recoleta sino en el conurbano.

Los candidatos presidenciales hablarán de seguridad en la campaña, ¿pero qué cree que ocurrirá después de diciembre en esta materia?
Argentina necesita una combinación de cuadros políticos y técnicos en temas de delito. En el área de seguridad, hoy en día, se manejan datos de muy baja calidad y no hay una evaluación de las políticas que se hacen. Soy optimista que quien elabore políticas basadas en evaluaciones de buena calidad mostrará resultados en materia de delito.
Argentina necesita políticas contra el delito basadas en la evidencia empírica y científica.

Empleó el término ‘creencia’ para describir la percepción de que hablar de inseguridad es de derecha.
¿Qué otra creencia ve en el país?
La sociedad argentina está atrapada desde hace un siglo en la creencia de que estamos condenados al éxito, de que deberíamos ser más ricos de lo que somos, en parte, por los recursos naturales que nos deberían dar un nivel de vida más alto que el que tenemos. Es una creencia que viene de la Belle Epoque. Cada tanto aparecen nuevas fantasías, como Vaca Muerta, que alimentan esas creencias.

¿Cómo afecta esto la economía?
Genera una tremenda presión sobre quienes hacen política económica. Sobre ellos existe una presión permanente para priorizar el consumo sobre la inversión y el ahorro. Eso lleva a que el país invierte menos de lo que debería invertir y ahorra menos de lo que debería ahorrar porque “nos merecemos” más consumo. ¿Qué pasó entonces? Que la política económica en las últimas décadas concilió esta creencia a través de dos mecanismos: más endeudamiento o políticas redistributivas cuando el país gozó de buenos términos de intercambio. Y esos mecanismos nos terminaron empobreciendo, por lo que al final esa creencia es una profecía autocumplida: es verdad que somos más pobres de lo que deberíamos ser. 

Por Ezequiel Burgo