Di Tella en los medios
La Nación
9/11/14

De un tiempo mejor a una encrucijada. Los escenarios de un mundo heteropolar

Poderes regionales, disputas religiosas, consensos difíciles y nuevos autoritarismos dibujan un planeta en el que la bipolaridad de la Guerra Fría se convirtió en un tablero de fuerzas de integración y conflicto

Poco de lo que se afirmaba al momento de la caída del Muro de Berlín parece hoy vigente. Se decía que la victoria de Estados Unidos y Europa les garantizaría la capacidad de forjar un nuevo orden. Que la unipolaridad centrada en Washington sería una condición prolongada y fuente de estabilidad planetaria. La fase neoliberal de la globalización era concebida entonces como sinónimo de prosperidad extendida. Se pensaba que las instituciones y los regímenes internacionales fortalecerían el derecho, legitimarían el poder de los más influyentes y abonarían a la moderación de los países centrales y periféricos por igual. Se creía que una nueva ola de democratización era incontenible y con ello se validaría el par pluralismo político/economía de mercado. La secularización resultaba, en consecuencia, un dato inexorable de la política mundial. En breve, se trataba de un momento pos: posmoderno, poshistórico, postsoberano y posrreligioso, moldeado, básicamente, por los intereses y valores de Occidente.

Sin embargo, la acelerada redistribución de poder, riqueza e influencia de Occidente a Oriente y de Norte a Sur en el último cuarto de siglo definió un escenario cambiante y pugnaz. Es un hecho usual en las relaciones internacionales que los reacomodamientos estratégicos sean contextos turbulentos. Esto se viene agudizando por los desórdenes regionales exacerbados, en buena medida, por el abuso de poder de Occidente. A su turno, los crecientes niveles de desigualdad en las naciones devienen en fuertes fricciones internas. Una globalización dispar es hoy sinónimo de inseguridad: la polarización interna no es el resultado de elementos subjetivos, sino de factores objetivos. Asimismo, la erosión de la legalidad internacional y la crisis del multilateralismo han aumentado las discordias entre los Estados y disminuido la posibilidad de cimentar consensos. Además, la democracia liberal está jaqueada por sus propios retrocesos, y en muchos casos por el aumento de verdaderas plutocracias, de democracias mayoritarias y de nuevos autoritarismos. No sorprende que los conflictos religiosos se agraven, al tiempo que las disputas étnicas y de clase se amplían. En síntesis, asistimos a un sistema mundial sobrecargado de tensiones, fracturas y disyuntivas.

Mapas del poder

Así, la irrupción de potencias emergentes y de poderes regionales del Sur ha conducido, otra vez, a la reflexión sobre el poder a nivel internacional. Con frecuencia se subraya que prevalece una situación de multipolaridad. Esto es la existencia, en el terreno de los Estados, de distintos centros de poder en relativo balance. Algunos analistas -retomando un concepto usado en 1999 por Samuel Huntington- aseguran en cambio que se fortalece la unimultipolaridad, con Estados Unidos como un primus inter pares, junto con otros poderes de envergadura. Unos expertos hablan de interpolaridad para explicar el entrelazamiento entre una redistribución de poder en clave multipolar y un intenso proceso de interdependencia global en el que aumentan los retos comunes a la comunidad internacional. Según otros autores asistimos, en realidad, a una situación de apolaridad con dos manifestaciones simultáneas: la ausencia de una gran superpotencia en el plano estatal y una notable influencia de fuerzas de diverso tipo en el plano no gubernamental. Otros observadores aseveran que estamos en una era no polar, sin un eje clave localizado en un Estado, con distintos locus de poder y varias fuentes de desorden.

Sin embargo, es probable que la característica de este momento mundial tan definido por lo intrincado, lo mutable y lo híbrido sea lo que denominaría "la heteropolaridad". Es decir, el despliegue de un esquema de polaridades múltiples, tanto en el plano estatal como no estatal, con diversos actores y fuerzas legítimas e ilegítimas que interactúan y combinan niveles complejos y coetáneos de cooperación y conflicto en un mundo que muestra señales contradictorias de fragmentación e integración.

La heteropolaridad no presupone, como el unipolarismo y el multipolarismo, que su desenvolvimiento afiance per se la estabilidad y la paz. La contingencia, antes que la certeza, en los asuntos internacionales es la que reclama mayor atención. Lo heteropolar no significa que los procesos de transición lleven infaliblemente a un estadio promisorio.Estamos, parafraseando a Borges, ante "senderos que se bifurcan": podemos ir en una dirección progresista o, por el contrario, movernos en una trayectoria regresiva.

Mirado con esta perspectiva, el derrumbe del Muro de Berlín fue un punto de inflexión que no implicaba, inevitablemente, el amanecer de un mundo mejor, sino una coyuntura, quizás irrepetible, para que Occidente aportase a la construcción de un orden justo, plural y equilibrado. La historia reciente muestra que se desperdició esa oportunidad.

(*) Director del Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la UTDT