Di Tella en los medios
Diario Perfil
17/08/14

Malos o tontos

Por Eduardo Rivera López

Aunque sea una simplificación algo arriesgada, es posible afirmar que la visión que tiene el kirchnerismo de la política argentina y de su historia es dicotómica. Ve la historia y la realidad políticas como una lucha entre el pueblo (a veces interpretado y representado por un líder o una líder) y los sectores antipopulares (la oligarquía, la anti-patria, los sectores concentrados, la derecha, el imperialismo, etc.). En esto el kirchnerismo no es original ni está sólo. Parte de la izquierda tradicional ha presentado las cosas de este modo.

No es mi intención discutir esta forma de pensar, sino reflexionar sobre qué ocurre (qué nos ocurre) cuando la principal fuerza política (en el Gobierno desde hace más de diez años) posee una ideología de este tipo. Lo primero que ocurre es que aquellos que, por diferentes razones y en diferente grado, somos críticos del Gobierno nos encontramos en una posición incómoda. Porque ver la realidad como una lucha de este tipo implica que hay amigos y enemigos, y entonces es muy fácil que los que piensan así caigan en la tentación de ver a aquellos que disienten como pertenecientes, voluntariamente o no, al bando enemigo. Esto dificulta el diálogo y muchas veces lo hace imposible.

Lo que uno debería hacer, cuando defiende una posición como ésta (que, por supuesto, puede ser verdadera) es diferenciar niveles del discurso: en un nivel defiendo la tesis de la lucha pueblo vs. anti-pueblo, pero en un nivel superior (o meta-nivel) someto esa tesis a una discusión abierta, en la que no veo a mis adversarios teóricos como parte del anti-pueblo. Sin embargo, esta movida suele ser demasiado complicada y supone un distanciamiento respecto de las propias convicciones que muchos no están dispuestos a aceptar. Por ello tienden a menudo a representarse a sus críticos como malos (vendidos, oligarcas, vende-patrias, cipayos, etc.) o como tontos (idiotas útiles, ingenuos, ignorantes, etc.).

Este es un problema para la democracia, porque en una democracia se supone que la gente disiente y discute públicamente (y privadamente). Y una discusión que valga la pena entablar presupone, o postula, que el adversario no es ni malo ni tonto. Asume que es inteligente (al menos tanto como uno) y honesto (al menos tanto como uno). Supone también que las personas inteligentes y honestas pueden estar equivocadas y que uno puede ser el que está equivocado.

La discusión pública en la Argentina carece de estos supuestos. Y esta carencia se da no solamente en el oficialismo (incluyendo a sus políticos, periodistas, intelectuales, etc.). Lamentablemente, también se han contagiado los críticos. También entre ellos abundan quienes ven a cualquiera que quiera defender al Gobierno (incluso parcialmente) como alguien corrupto o imbécil (que se cree el "relato"). Esto explica por qué las discusiones públicas entre personas que realmente disienten en cosas importantes, o bien no se dan (678, Lanata), o bien se dan a los gritos, entre personas que no se escuchan o hablan simultáneamente durante largos minutos (algunos otros programas de televisión).

Si bien pienso que la culpa mayor de haber abandonado los presupuestos básicos de la discusión racional es del Gobierno (aunque no puedo justificar esta afirmación aquí), creo que todos somos, en mayor o menor medida, responsables de restablecer el diálogo, Para ello tenemos que sofrenar al intolerante que todos llevamos dentro y entender que hay personas inteligentes y honestas que piensan diferente, incluso muy diferente, de nosotros. Aun los que creen (equivocadamente en mi opinión) que los que piensan diferente de ellos son malos o tontos.

(*) Profesor investigador de la Escuela de Derecho de la Universidad Torcuato Di Tella