Di Tella en los medios
La Nación
21/07/14

El país, entre Occidente y Oriente

La Argentina atraviesa una coyuntura especial en su inserción internacional y, por lo tanto, sus decisiones de política exterior y los comportamientos de las contrapartes principales del país deben ser muy conscientes ante este hecho. De manera muy resumida: mientras la Argentina parece requerir más de Occidente, el país se encamina con mayor intensidad hacia Oriente. En efecto, el acuerdo con Chevron respecto de Vaca Muerta, lo convenido con Repsol, el compromiso con el Club de París y la negociación con los holdouts, entre otros, reafirman, una vez más, que la Argentina depende significativamente de Estados Unidos y de Europa en materia financiera. Las visitas al país del presidente de Rusia, Vladimir Putin, y del presidente de la República Popular de China, Xi Jinping, refuerzan el gradual y notorio viraje de la diplomacia y el comercio en la dirección de Asia.

Muchos observadores nacionales consideran que la reaproximación a Occidente obedece a un tardío reconocimiento de la vigente relevancia de Washington, en particular, para hacer viable, en lo económico, el último año de gobierno; así se pretendería "volver a los mercados" de manera ortodoxa. En forma paralela, casi las mismas voces subrayan que el robustecimiento de los vínculos con Pekín y Moscú, en un contexto en que Asia se ha convertido en el segundo socio comercial del país, no es más que un ejercicio retórico a favor del multipolarismo para preservar un ethos progresista entre los jóvenes del Frente para la Victoria.

En ambos casos, los analistas tienden a asumir la persistencia, pese a los vaivenes y las crisis, de un mundo estático en el que la redistribución global de poder, riqueza e influencia es muy incipiente y que el locus hegemónico del sistema se localiza todavía en Estados Unidos, al tiempo que examinan la realidad internacional sólo con la lente de las finanzas y los negocios.

Una interpretación alternativa a la señalada podría ser la siguiente: una parte importante y decisiva del gobierno y del entorno de la Presidenta parte del presupuesto de que la redistribución global de poder, riqueza e influencia es un hecho evidente e inexorable y que la Argentina debe reubicar las coordenadas y el alcance de su política internacional, pues la transformación más honda y alentadora es de naturaleza geopolítica.

Las necesidades domésticas de un fin de mandato en el que resurge el tema de la deuda y el fantasma del default, en medio de una situación socioeconómica delicada, empujan a la administración a retornar a Occidente. Pero ese retorno, en el componente financiero, es quizá para ir desacoplándose: sería para cerrar cuentas más que para recibir presuntos flujos masivos de financiamiento.

La profundización de los lazos con Oriente, algo que va más allá del intercambio comercial con China, no sería circunstancial o "para la militancia": se trataría de una decisión central que apuntaría a que, en un sistema mundial reconfigurado, la Argentina tuviera un lugar y un rol mayor al que fue perdiendo en el concierto de naciones occidentales desarrolladas.
Si esta lectura fuese al menos verosímil, entonces la presencia de Vladimir Putin y Xi Yinping y los trascendentales compromisos que se asuman debieran evaluarse con más rigor, ponderación y lucidez. Y, en ese sentido, es bueno mirar al pasado para no reproducir los equívocos que llevaron a que la Argentina fuese un caso particular, no excepcional, de declinación en la política mundial.

Probablemente, uno de los tantos motivos para tal declive haya sido la enorme dificultad de desplegar, mantener y aprovechar relaciones triangulares equilibradas respecto de actores claves para el país en medio de transformaciones de las dinámicas de poder en el plano mundial y continental.

En la primera parte del siglo XX, el ejemplo paradigmático fue el triángulo entre la Argentina, Gran Bretaña y Estados Unidos; en la segunda parte fue el triángulo entre la Argentina, Brasil y Estados Unidos. Al cabo de un largo proceso, el vértice de cada uno de estas relaciones triangulares que perdió más atributos de poder fue la Argentina. La clase dirigente argentina no ha podido ni ha sabido desarrollar, con el margen de maniobra que dispuso en cada momento, relaciones simultáneas y positivas con cada vértice de esos triángulos.

Hoy, en el comienzo del siglo XXI, resurge el dilema: ¿podrá la Argentina concebir, practicar y sostener relaciones concurrentemente promisorias con Occidente y Oriente? Si se toma como un indicador indirecto el tipo y nivel de deliberación pública y política sobre los asuntos internacionales, entonces hay razones para inquietarse. Desde hace años que se reproduce, en muchos círculos políticos, empresariales y mediáticos, el mismo pobre debate bajo el interrogante de si estamos "aislados" o "integrados". Ésa, creo, no es la cuestión: lo fundamental es precisar, con los disensos naturales, qué inserción global pretende la Argentina con una mirada de largo plazo. Y en este momento específico -en medio de una prolongada campaña presidencial-sería indispensable controvertir más abiertamente sobre qué relación quiere tener la Argentina con Occidente y Oriente. Ésa es, a no dudarlo, nuestra mayor decisión estratégica como nación.


(*) Director del Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales