Di Tella en los medios
La Voz del Interior
17/04/14

El enigmático mundo de Liliana Porter

La artista argentina Liliana Porter reside en Nueva York desde hace 60 años. Logró prestigio mundial con sus instalaciones, grabados, fotografías y videos. Dice que las ferias de arte se convirtieron en una especie de shopping.

Porter. Un apellido que acaso pueda sonar extranjero y distante pero, sin embargo, es mucho más propio, cercano e incluso familiar cuando va de la mano de Liliana. Es que Liliana Porter es nada menos que la artista argentina que, bien parada sobre sus raíces, hace tiempo que plantó bandera en Nueva York, uno de los centros del arte mundial más destacados. Llegó a la Gran Manzana hace casi 60 años, con la idea de quedarse sólo una semana. Nunca más se fue. Pero tampoco dejó de viajar a la Argentina, donde –además de países como Chile, Brasil, México, Colombia, Venezuela, Italia, Francia, España, Polonia y Portugal, entre muchos otros– suele exponer sus obras. Es que considera que "cortar con las raíces es un acto muy autodestructivo y empobrecedor", le revela a Ciudad X.

Las ferias pasaron a ser una especie de shopping y las galerías, una especie de boutique.

Inquieta y creativa, Porter está en lo más alto del podio artístico a partir de exposiciones que revolucionan la percepción, no con recursos espasmódicos, sino con un contenido que impacta y desestructura. Entre muchas otras virtudes, sabe transformar meros objetos cotidianos en una idea que dispara emociones y pensamientos. Basta comprobarlo al visitar museos como el madrileño Reina Sofía, el neoyorquino Met (Metropolitano) y el mejicano Rufino Tamayo, así como otros espacios de consagración como la Tate Modern de Londres, la Biblioteca Nacional de París y la Fundación Daros de Suiza, entre más de otras 50 colecciones privadas del planeta. 

Fotografías, grabados, pinturas, videoarte e instalaciones, como la que hasta hace poco expuso en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba), forman parte de su provocador universo plástico.

Cuando Porter está en Estados Unidos, trabaja en su taller de Rhinebeck, en el valle del río Hudson, muy cerca de la ciudad de Nueva York. "Es un viejo granero de dos pisos, en medio de un jardín maravilloso rodeado de árboles y visitado por ardillas, venados, pájaros, pavos salvajes y hasta algún zorro", describe entusiasta. Su casa está al frente, cruzando el inspirador jardín. Es un espacio que, confiesa, "me devuelve en algún sentido a la casa de mi infancia, en el barrio bonaerense de Florida".

La reconocida artista asegura que la Argentina le dio "las bases culturales que me definen: desde el idioma hasta una manera particular de percibir la realidad". Fue acá donde cosechó una sensibilidad artística que se inició cuando, con sólo 12 años, ingresó en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Aquella experiencia y la influencia familiar fueron claves en su formación. "Mi padre, Julio Porter, era escritor y director de cine, teatro y radio; mi madre, Margarita Galetar, poeta y grabadora", apunta.

México también fue significativa en esa construcción profesional. Allí se trasladó con su familia a los 16 años y realizó la carrera de artes plásticas en la Universidad Iberoamericana al mismo tiempo que "tomaba cursos libres en la Facultad de Filosofía y Letras en la Ciudad Universitaria donde me hice muy amiga de escritores como José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis, Juan José Arreola, Octavio Paz y Sergio Pitol. Y, por supuesto, de muchos artistas plásticos" recuerda Porter.

–¿Qué le aportaron, a nivel artístico, las ciudades de México y Nueva York?

–México me mostró otra forma de organizar la realidad y percibir las cosas; un mundo muy diferente al que yo estaba acostumbrada en Buenos Aires. Allá presenté, a los 17 años, mi primera exposición individual (grabados y óleos). Y a Nueva York llegué a los 22, era el momento en que la ciudad reemplazaba a París como el centro del arte. Era todo un festival estar allí, ver las primeras exposiciones de los pop y los minimalistas. Nueva York me dio, y me sigue dando, un contexto ideal para hacer arte. Es un lugar altamente estimulante. Cada vez me gusta más vivir allá. 

Ferias y mercados

–¿Qué le falta a la Argentina para crecer en el mercado del arte como lo han hecho otros países latinoamericanos como México y Brasil en los últimos años?

–Para que exista un mercado se necesitan estructuras políticas y económicas que lo generen y lo respalden. Por mi experiencia, me doy cuenta de que hay muchas dificultades en nuestro país que entorpecen las gestiones culturales o comerciales de la actividad. Los coleccionistas locales, por su parte, prefieren comprar obra fuera del país, en remates o en ferias internacionales. También hay malas costumbres locales como la presión que ejercen los compradores sobre las galerías o sobre los artistas para rebajar los precios. Eso se termina reflejando en la cotización de mercado de nuestros artistas.

–¿Cómo ve el rol actual de las ferias de arte internacionales?

–Las ferias se reproducen de una manera desaforada en todo el mundo. ¡En un momento, en Miami había 24 simultáneas!Creo que ya hay un desgaste. Siento que los galeristas están agotados de viajar de un lado a otro y de invertir dinero como si estuvieran apostando en la ruleta. Además se ha perdido, también para el público y el coleccionista, la euforia inicial que generaban estos eventos. Las ferias pasaron a ser una especie de shopping y las galerías, una especie de boutique. La gente comenzó a preferir ir al shopping donde tiene a los galeristas de diversos países juntos y, en consecuencia, hay una especie de deterioro en las propuestas individuales más experimentales, no necesariamente comerciales, de los artistas 

–Mucho se habla de las ventajas o desventajas de ser un artista latinoamericano en contraposición con la intención de ser internacional. ¿Cuál es su opinión en ese sentido?

–Se denomina artista internacional a aquel que está aceptado por los centros de poder. Pero la palabra internacional le queda grande a la realidad objetiva pues, en esa supuesta internacionalidad, se omiten muchísimos países. Como si no existieran. Creo que el artista comprometido con su obra es lo suficientemente lúcido para percibir cuáles son los valores que importan, sin dejarse llevar por modas o criterios pasajeros. Yo me sigo considerando una artista latinoamericana. Soy una artista argentina. Al mismo tiempo me siento una artista neoyorquina porque es un lugar siempre cambiante y poblado de extranjeros que van y vienen. 

–El tema del tiempo en recurrente en su obra. ¿Por qué la inspira?

–Porque es un tema apasionante desde un punto de vista científico, filosófico, poético… Porque es un tema no resuelto, que no terminamos de entender ni de definir. 

Teatro a su modo

La humildad de Liliana Porter no es ostentación. Es genuina. Su prestigio no sabe de fronteras y su creatividad no tiene límites. Experta en grabado, fotografía, videoarte e instalaciones, la mujer que luce una nevada y corta cabellera también lleva en su cabeza siempre nuevas ideas. Como la de incursionar y estrenar su primera obra teatral. 

Porter estuvo en la Argentina para acompañar los ensayos de Entreactos: situaciones breves, pieza patrocinada por la Universidad Torcuato Di Tella y el Teatro Sarmiento que se estrenó en la ciudad de Buenos Aires el 26 de marzo y permaneció en cartel por seis días consecutivos; por lo cual, de algún modo, puede ser considerada algo así como una obra efímera extendida.

"El proyecto se originó porque Inés Katzenstein (curadora y actual directora del Departamento de Arte de la Torcuato Di Tella) y yo sostuvimos un diálogo para un libro publicado el año pasado por la Fundación Cisneros en Nueva York. Inés me preguntó, casi al final del libro, qué me gustaría hacer en el futuro y yo le contesté: una obra de teatro. Y, ni corta ni perezosa, logró conseguir el apoyo económico inicial para que la pudiera hacer y presentar en Buenos Aires", revela feliz la artista. 

La obra incluye 11 actores y bailarines y, además de contar con la dirección de la propia Porter, es codirigida por Ana Tiscornia, con coreografía a cargo de Ana Stekelman, música de Sylvia Meyer, iluminación de Eli Sirlin y vestuario de Mini Zuccheri. 

Pero como Porter siempre está un paso más allá, le confiesa a Ciudad X que otro deseo que le gustaría concretar es "escribir. Escribir algo". Quizás no falte mucho para que ese "algo" tome vida con su impronta. 

Perfil. Liliana Porter nació en 1941 en Buenos Aires. Estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano. Se capacitó en la técnica de grabado en la Universidad Iberoamericana de México. En Nueva York, estudió en el Pratt Graphic Art Center. Junto a sus colegas Luis Camnitzer y José Guillermo Castillo fundó, en 1965, el New York Graphic Workshop, un importante taller de grabado y lugar de experimentación de arte conceptual. También participó de la creación del Museo Imaginario Latinoamericano, que se caracterizó por no tener paredes. Además, fue cofundadora y profesora de grabado del Studio Camnitzer-Porter en Lucca (Italia). En 1980 ganó la beca Guggenheim, una de las primeras en su carrera. Fue profesora de arte por más de 15 años en Queens College, donde también se desempeñó como directora del Departamento de Grabado. Expuso individualmente en lugares tan diversos como la galería Mor-Charpentier de París, la Baginski Gallery de Lisboa, la galería Luciana Brito de San Pablo, la Carrie Secrist Gallery de Chicago, Espacio Mínimo de Madrid, Galleria Valentina Bonomo de Roma, Galería del Paseo de Montevideo y Malba de Buenos Aires, entre las muestras más recientes.

Por Alicia Andreani
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