Desayuno con Eduardo Valdés, embajador argentino ante la Santa Sede

Eduardo Valdés es abogado y dirigente del Partido Justicialista de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Actualmente, se desempeña como embajador ante la Santa Sede por la República Argentina, cargo que ocupa desde fines del año 2014. Además, fue legislador por la Ciudad de Buenos Aires, convencional constituyente y jefe de Gabinete de Cancillería. A lo largo de esta entrevista nos adentramos en una diversidad de temas, desde la consolidación democrática y la Constitución del año 1994, hasta el rol geopolítico del Vaticano y los intereses detrás del fallo Griesa.

 

Considerando tu trayectoria política dentro del peronismo, ¿qué nos podés contar sobre Antonio Cafiero, recientemente fallecido?

Antonio fue un dirigente de verdad. Desde mi perspectiva, el peronismo de esos años quedó anquilosado en el golpe militar de 1976. Recordemos que Luder quería validar la autoamnistía de los militares por lo que, en este sentido, considero que la derrota del 83 fue justa. Dios ha sido razonable en darle la presidencia a Alfonsín, ha sido justo con el pueblo argentino. Más adelante, cuando surgieron las tentativas desestabilizadoras de mediados de los años ochenta, el peronismo salvaje no le perdonó a Cafiero haber contrariado el intento golpista.

Antonio se hizo cargo de la renovación con un gesto que le dolió en el alma, que fue salirse del Partido Justicialista y enfrentar a Herminio Iglesias por fuera de la estructura. Sin embargo, esa decisión política materializó la idea de que tanto el peronismo como el radicalismo estaban dispuestos a someterse a la institucionalidad, aferrándose a la democracia y abandonando el apego a las interrupciones. Por todo esto, el propio Alfonsín declaró que Cafiero fue el presidente que los argentinos nos privamos de tener. No hubo cargo en el que Antonio no haya descollado. Fue un gran ministro de Economía de Perón, así como un gran gobernador de la Provincia de Buenos Aires y un gran convencional constituyente en el 94.

 

En función de esto último y considerando tu experiencia como constituyente, ¿cómo vinculás el documento de 1994 con esa transición y consolidación democrática?

Desde mi perspectiva, la Constitución de 1994 es un excelente documento. Es la única Constitución que no implica una victoria de un bando sobre otro. Si se observa la intocada Constitución de 1853, es fácil percibir que simboliza el triunfo unitario sobre los federales. La propia Constitución del año 1949, nuestra, con los derechos del trabajador, la niñez y la ancianidad –adelantándose a declaraciones universales como la de los Derechos del Niño, entre otras–, también implicó la victoria de los peronistas por sobre los no peronistas. En contraposición, el documento del año 1994 refleja un consenso en casi la totalidad de los puntos. Lo único que no fue votado por todas las fuerzas fue el Núcleo de Coincidencias Básicas, que contenía cuestiones importantes como la autonomía de la Capital Federal y la derogación de las restricciones del culto presidencial, que el Frente Grande no acompañó porque incluía la reelección del presidente.

Es importante considerar que primó una lógica de voto de índole partidaria, con grandísimos dirigentes a cargo de cada una de las facciones. A modo de ejemplo, Chacho Jaroslavsky fue la persona que estuvo al frente de la redacción del Núcleo de Coincidencias Básicas, quien era jefe del bloque parlamentario de la UCR y un tipo muy importante en la historia de nuestra democracia. El Chacho, esa misma semana, había perdido a su hijo y muchos de nosotros pensábamos que no estaría en condiciones de realizar todo lo que se le había asignado. Sin embargo, fue una de las figuras de esa Convención. Ahí se vio quiénes eran los dirigentes reales, quiénes eran los políticos de raza. A las 8 de la mañana, ya estaban trabajando Antonio Cafiero, Raúl Alfonsín, el propio Chacho. Después, a las 7 de la tarde, llegaban aquellos que acudían al horario de los noticieros televisivos: Reutemann, Ortega. En ese tipo de marcos, de tal magnitud, es donde se percibe de qué lado está cada uno, qué tipo de dirigente se pretende ser; yo siempre me propuse seguir el ejemplo de los grandes líderes y políticos de esta nación.

 

¿Cuál es tu visión de la dirigencia política actual y del rol de los partidos políticos en el marco democrático?

Esto que recién hablamos se vincula necesariamente con la actualidad. Hoy vemos enormes candidatos mediáticos con poca capacidad de acción política, mientras existen grandes dirigentes que dejan su vida por el trabajo que les fue asignado. Por ejemplo, De Narváez, ¿por qué no puede hablar en el recinto? Esas son las grandes injusticias de la política, permeable a personajes de alto poder adquisitivo que son capaces de comprar minutos televisivos para fortalecer su perfil electoral. Acá percibo una especie de defecto nuestro, de los argentinos en general, que tendemos a encumbrar a personajes mediáticos y no a los que buscan hacer una política real, de consensos. Este tipo de personajes infligen un daño institucional gravísimo, ya que afectan la capacidad de generar acuerdos reales de gobierno. En el mundo, las democracias se construyen sobre la base de partidos políticos fuertes: desde Chile hasta Estados Unidos, pasando por Gran Bretaña y quizás en este momento Uruguay, con la consolidación del Frente Amplio. Me parece que las expresiones políticas deben dar la lucha dentro de esos partidos, salvo en casos excepcionales, cuando esas estructuras abandonan su representatividad o su capacidad de ser canales reales de participación política.

Eso pasó en el Partido Justicialista –con la irrupción de la Renovación– y en el radicalismo cuando a Alfonsín le hicieron la corrida cambiaria, cuya investigación aún sigue pendiente. En relación con este punto, recomiendo un libro muy interesante: La democracia a pesar de todo, una investigación sobre la presidencia de Alfonsín de tres politólogos, uno de ellos argentino. Ahí, el ex presidente cuenta cómo debió correr a su ministro de Economía, Sourrouille, quien fue seguido brevemente por Pugliese –que permaneció siete días en el cargo–, a raíz de lo cual tomó la decisión de reunirse con los capitanes de la industria. Alfonsín les pidió, en febrero de 1989, que le permitieran llegar a diciembre, aduciendo: “Ustedes van a ser más valorados en el mundo si respetan un régimen democrático que si provocan una irrupción militar”. Recordemos que Argentina, Alfonsín, era una isla en la región, una de las pocas democracias en toda América del Sur. En esa reunión, un señor, Héctor Magnetto, le replicó: “Doctor, ¿no se da cuenta de que el estorbo es usted?”. Con esta respuesta, el presidente decidió llamar a Terragno y adelantar la entrega del mando, buscando preservar la estabilidad democrática. Pero antes dejó un mensaje para su partido: “Muchachos, no nos olvidemos de esto”.

Este libro fue presentado por el propio Ricardo Alfonsín, que hoy parece no recordarlo muy bien. Luego de este episodio, el radicalismo logró rearmarse en los años de Menem y recuperó la iniciativa con la candidatura de De La Rúa, diez años después. En fin, retomando el punto inicial, los partidos políticos son críticos para una democracia sólida, y esos años fueron fundamentales para definir la continuidad del sistema sin interrupciones típicas de otras épocas. Sin embargo, la maduración democrática –esos años que van desde 1983 hasta principios de los 2000– se caracterizó por tres presidentes (Alfonsín, Menem y De la Rúa) similares en un aspecto crucial: ninguno de ellos conocía profundamente de economía. La gestión de esa rama del Estado estuvo a cargo de tecnócratas sobre los que el Ejecutivo no tenía una capacidad real de control o mando. Solo con Néstor Kirchner volvió a verse un control político sobre las decisiones económicas.

En esto me permito volver a Cafiero, un gran economista y un gran escritor de sus ideas, y una pequeña digresión. Para mí, es crítico que los líderes políticos sean capaces de escribir sus ideas, plasmarlas y discutirlas. Los dirigentes mediáticos de nuestra época, ¿escriben sus ideas? Carrió, De Narváez, ¿han escrito algo? Digo mediáticos porque Elisa Carrió, por ejemplo, fue convencional constituyente elegida por el propio Alfonsín y la única representante del radicalismo que no votó el Núcleo de Coincidencias Básicas, con lo que marcó el camino de su posterior carrera política. Hizo lo mismo más tarde con la Alianza, rompiendo con De la Rúa a través del ARI. Por cada elección, armó un partido. Este es el tipo de daño que los políticos mediáticos le hacen a la institucionalidad: funcionan a base de intereses propios para visibilizarse e impiden los acuerdos reales de gobierno. A modo de ejemplo, en el año 2002, denunció por alta traición a la Patria a Patricia Bullrich, la peor acusación que puede recibir un dirigente político. Esto salió en los medios y le permitió una amplia repercusión. En el año 2005, sin embargo, Carrió eligió a Patricia para acompañarla en su lista electoral y la causa fue desestimada por el juez Canicoba Corral debido a sus inconsistencias.

Yo no creo en la judicialización de la política, porque le hace un daño terrible a las instituciones democráticas. Desde mi visión, la dirigencia política debe definir consensos y diferencias en el Parlamento, no recurrir a la política del anti o de la judicialización para sembrar de forma unipersonal. Esto se lo hicieron a Perón y hasta a Hipólito Yrigoyen, es decir, el proceder de los anti proviene de esas épocas. Los radicales, en la época de Yrigoyen, eran radicales y los conservadores, anti-radicales. Durante el proceso del peronismo, los peronistas eran de Perón y los conservadores, anti-peronistas. En la Argentina, los cambios sociales son demonizados y judicializados de forma constante después de la Ley Sáenz Peña, que abrió la participación de los sectores populares en la vida política. Para los conservadores, los promotores del cambio somos delincuentes buscando usufructuar la ampliación de derechos y, por este motivo, canalizan su impotencia a través de esos mecanismos. No hace falta ir muy lejos ni ver únicamente lo que pasó en estos años con los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. Lean lo que le decían a Raúl Alfonsín cuando promovió el divorcio vincular; había hasta peronistas vergonzantes que se oponían a una medida tan abierta como necesaria. Se puede discutir y estar en desacuerdo, pero yo no creo en las calumnias para la discusión política.

 

Yendo hacia otro tópico, en los comienzos del gobierno de Néstor Kirchner fuiste jefe de Gabinete de la Cancillería. Considerando la situación actual, tras el fallo Griesa, ¿qué tipos de apoyos internacionales obtuvo la Argentina para llevar a cabo el primer canje de deuda?

Por el año 2004 tuve la suerte de participar en una cena en Olivos con el presidente del Fondo Monetario Internacional de ese momento, Horst Köhler, en la que Kirchner le dijo que su intención era verlo lo menos posible. La propuesta, en el fondo, consistía en llegar a un acuerdo balanceado entre la deuda interna, social para con los argentinos, y la deuda externa, con cuotas que el país pudiese afrontar y, de esta forma, evitar que el FMI viniese a monitorear de forma constante las políticas del país. Si bien Köhler entendió la posición de Néstor, él no tenía capacidad de tomar decisiones de forma autónoma y el acuerdo no se pudo concretar, con lo que se dio inicio a la política de desendeudamiento y autonomía de la toma de decisiones a través del pago total al FMI.

Pero volviendo al tema del canje, desde mi perspectiva fue una iniciativa exitosa, liderada por el propio Kirchner. Vale recordar que esa decisión contó con la aprobación y el apoyo de Estados Unidos, cuyo presidente era George Bush. En una reunión que mantuvimos con él, Néstor le contó de la propuesta y Bush mismo le declaró que los republicanos no eran los representantes del establishment bancario. Era brutalmente franco –un personaje muy especial– y ahí mismo le afirmó que Estados Unidos no se había hecho grande por la banca, como afirmaban los demócratas, si no por el negocio de la guerra… Increíble. Ese era Bush, un tipo que hablaba brutalmente y que no se opuso a las iniciativas del canje de la Argentina, sino que las apoyó. Lo que discutíamos y discutimos con él en Mar del Plata fue el ALCA y la política de libre comercio que Estados Unidos pretendía para América Latina.

 

¿Y cómo vinculás la declaración de Bush en relación con los demócratas con la actitud del gobierno de Obama en estos momentos, en los que el fallo Griesa impide el pago a bonistas de deuda reestructurada?

Lo cierto es que Singer es republicano y tiene mucha llegada a los líderes de ese partido. Pero también es cierto que la cabeza de la American Task Force Argentina, ese grupo que hace barbaridades en contra del país, está a cargo de Nancy Soderberg (quien fue embajadora ante la ONU durante la presidencia de Bill Clinton y que ha sido recientemente nombrada por Obama, en pleno fallo Griesa, como directora para la Desclasificación de los Documentos de Seguridad Nacional, cargo de mucha confianza del presidente) y de Robert Shapiro (subsecretario de Comercio de Clinton y jefe de campaña de John Kerry). Obama no ha hecho mucho para controlar a estas personas, aunque me consta que le afirmó al Papa Francisco que iba a ayudar a la Argentina. Pero también le dijo que iba a colaborar con la paz y que se iba a retirar de las guerras…

De las 11 guerras que hay hoy en vigencia, una de las primeras preocupaciones del Papa, en todas están involucrados Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña, los tres países que se sacaron una foto con Francisco declarando que alinearían esfuerzos para la paz.

 

En consonancia con esto último, y en función de tu nombramiento como embajador ante la Santa Sede, la agenda vaticana tiene una impronta relevante sobre el posicionamiento de muchos dirigentes políticos nacionales e internacionales. Y la Iglesia ha vuelto a cobrar cierto protagonismo social a partir de la llegada de Francisco. ¿Cómo visualizás este fenómeno?

La Iglesia en el mundo, a través del Papa, ha logrado volver a atraer feligreses. El Sínodo de Obispos declaró que los homosexuales son bienvenidos y se está debatiendo que los divorciados puedan volver a comulgar. El Papa está tratando de decir que son bienvenidos los que se fueron, y eso se refleja en gestos como el retorno de los hijos pródigos, como cuando se juntó con el propio Maradona y con líderes de otros países. Son gestos públicos que apuntan a demostrar una nueva visión de Iglesia.

Pero, si me permiten, lo más interesante es la estrategia geopolítica del actual papado para eliminar el nivel de conflictos bélicos en el mundo. Uno de los mayores compradores de armas del planeta es Arabia Saudita, de donde surgen la mayoría de los grupos terroristas. No es lógico que líderes de inteligencia árabes como Bin Laden hayan sido socios de Bush padre para eliminar a la amenaza soviética en Afganistán en los años setenta, así como ahora el Estado Islámico, que tuvo mucho protagonismo en el derrocamiento de Kadhafi. Hay un fenómeno que es digno de estudio: todos estos intentos desestabilizadores están apuntados a líderes laicos de la región árabe. Se apuntó contra Mubarak, Kadhafi, Saddam Hussein y Bashar al-Assad quienes, con todas sus decisiones de política cuestionables, representaban una oposición al extremismo.  

Aun más significativo, en los años setenta, con la Guerra de los Seis Días, el poder en Medio Oriente estaba en manos de los laicos: tanto Arafat como Ben Gurion eran líderes laicos y los ortodoxos no existían como fuerza política. Hamás, hoy del bando de los malos, fue usado por Estados Unidos e Israel para poner en jaque el liderazgo de Yasser Arafat. Esos líderes laicos tenían como enemigos a los fundamentalistas que fueron fomentados por las potencias.

Desde mi perspectiva, el Papa evita ser cooptado por esa política y se opone férreamente. Ha sido, por ejemplo, uno de los principales cuestionadores de la invasión a Siria y, de esta manera, busca ser un mediador de los grupos pacíficos en cada uno de los conflictos. Su convicción es tan grande que, de haber sido galardonado con el Premio Nobel de la Paz, tengo la certeza de que no lo habría aceptado hasta tanto estas guerras hayan finalizado.


Encuentro realizado el 14 de octubre de 2014.