En los medios

Tiempo Argentino
17/09/17

Una ‘especial’ relación con Estados Unidos

"Es el momento para que Colombia reafirme sus intereses nacionales de modo autónomo", afirma el profesor de Relaciones Internacionales de la Di Tella.

Por Juan Gabriel Tokatlian

Una porción significativa de la élite nacional creyó que después de mucho luchar la relación entre Bogotá y Washington era “especial”. Simbólicamente, el Plan Colombia fue lo que selló esa condición. Ya no se trataba del propósito y anhelo de mirar hacia el norte, como supo enunciar Marco Fidel Suárez al hablar del ‘respice polum’, que orientó decisivamente la política exterior de la mayoría de los gobiernos colombianos del siglo XX. Al fin y al cabo, esta era una doctrina que expresaba una disposición unilateral y vertical de Colombia a plegarse, por ideología o por pragmatismo, a Washington. En la entrada del siglo XXI, los intereses y metas de EE. UU. parecían armonizar plenamente con los de Colombia.

Se trataba, por fin, de una tal convergencia recíproca y horizontal que iba a gestar un vínculo intenso, estrecho y benéfico para el país. Pero la amenaza explícita del presidente Trump de decertificar a Colombia en materia de lucha antidrogas muestra con toda crudeza que una superpotencia –así esté en declive relativo– no tiene “relaciones especiales” con los países periféricos de lo que aún considera su ‘patio trasero’.

El sueño de tener lazos privilegiados con Estados Unidos no ha sido solo colombiano. Terminada la Guerra Fría, otras clases dirigentes de América Latina soñaron lo mismo. México, después de la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte en 1990 y del ingreso a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos en 1994, pretendió transformarse en un “puente” entre Estados Unidos y América Latina para alcanzar un Área de Libre Comercio de las Américas. Buscaba ser un “jugador global” que se sustentaba en una presunta e inexorable “relación especial” méxicoestadounidense. La Argentina, en particular durante los dos mandatos de Carlos Ménem, abrazó a los Estados Unidos, se sumó a la primera guerra contra Irak en 1990-91, cambió su perfil de votación en las Naciones Unidas y abrió completamente su economía. 

La idea era ingresar al “primer mundo” y concretar definitivamente una supuesta “relación especial” con Washington. Para los años 2000, por motivos diferentes, antes en la Argentina y más tarde en México, esas dos quimeras naufragaron: más que actores internacionales influyentes y aliados consentidos de Washington, terminaron abrumados por la acumulación y exacerbación de serias dificultades sociales, políticas y económicas mientras Estados Unidos los dejó librados a su suerte. Bush (hijo) fue implacable con Buenos Aires durante la crisis de 2001-02 y jamás insinuó contribuir a superarla. Ahora Trump culpabiliza a su vecino, México, por la mayoría de los asuntos que aquejan seriamente a Estados Unidos: pérdida de empleo, problemas de criminalidad, aumento del consumo de drogas, etc.

Pasarán los días y es muy probable que varias voces en Colombia proclamen que lo afirmado por Trump se debe a dilemas de la política interna estadounidense, que lo ocurrido es un malentendido desafortunado y que hay una agenda bilateral y global de notables coincidencias entre Bogotá y Washington. No faltarán algunas pocas manifestaciones críticas, generalmente altisonantes y circunstanciales. La opción no es ni debe ser consentir o confrontar. Es el momento para que Colombia reafirme sus intereses nacionales de modo autónomo, repiense su modelo de inserción mundial en un contexto turbulento, despliegue una diplomacia regional más asertiva, genere un consenso ampliado en política exterior y defina una identidad internacional más coherente y contemporánea.

Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Di Tella (Buenos Aires, Argentina)