En los medios

Clarín
24/05/17

Trump: militares primero

En Estados Unidos, según el profesor de Relaciones Internacionales de la Di Tella, "el énfasis en el músculo militar por sobre el tacto diplomático se ha acentuado"

Por Juan Gabriel Tokatlian
La consigna electoral que contribuyó a llevarlo a la Casa Blanca y que caracterizó la gestión de los primeros cien días del presidente Donald Trump requiere ser precisada. El lema “Estados Unidos primero” ha sido, en realidad y hasta el momento, “Militares primero”. Sus anuncios de reforma impositiva, sus órdenes ejecutivas en el área económica y financiera y sus promesas de acción unilateral en el campo comercial no necesariamente aseguran el robustecimiento de la base industrial y productiva del país ni la reducción de la desigualdad material, las brechas sociales y las grietas culturales.

Lo que sí es evidente es que desde enero de 2017 el énfasis en el músculo militar por sobre el tacto diplomático, énfasis que ya era evidente desde el fin de la Guerra Fría y más aún después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, se ha acentuado. Trump ha desplegado su propia versión de la estrategia de primacía; estrategia que se basa en que Washington no tolera que surja y avance un poder de igual talla. Bush hijo la instrumentó con vehemencia, Obama procuró en algo calibrarla y Trump la llevó al límite al optar por la prepotencia. Varios indicios apuntan en esa dirección.

Primero, la presencia de militares es notoria en el gabinete. Están al frente en las Secretarias de Defensa (Mattis) y de Seguridad Nacional (Kelly) y en el Consejo de Seguridad Nacional (McMaster). Personas vinculadas a la industria de la defensa ocupan cargos relevantes: entre otros, Wilson (ligada a empresas subsidiarias de Lockheed y con inversiones en compañías como Rayheon y Honeywell) en la secretaría de la Fuerza Aérea en el Departamento de Defensa, Cassidy (encargado del mercadeo de productos militares de Boeing) y Rath Hoffman (consultor del Grupo Chartoff) en el Departamento de Seguridad Nacional, y Catanzaro (cabildante de Boeing y Halliburton) en el Consejo Económico Nacional. A ellos se suman los inclinados a la “mano dura” adentro y afuera del país, tales como Sessions (Justicia) y Pompeo (CIA).

Segundo, la administración decidió incrementar el presupuesto de defensa en US$ 54.000 millones (aproximadamente, el presupuesto anual de defensa respectivo de la India y de Francia) para 2018 por sobre el de este año que es de casi US$ 600.000 millones. Esto se acompaña de recortes en rubros como educación, salud, protección ambiental y asistencia internacional.

Tercero, el aumento del negocio de las armas ha sido elocuente: de acuerdo con el Forum for Arms Trade, en sus primeros cien días de gobierno, Barack Obama notificó, para ser autorizado, la venta de armamento por US$ 713 millones. En ese mismo período la administración Trump hizo lo propio por US$ 6.000 millones. No al azar en marzo de 2017, la agencia de calificación de riesgos Moody’s publicó un informe señalando un “mejor clima de mercado” para la industria militar después de una caída en los contratos para la defensa entre 2012-15. Cuarto, el nuevo gobierno continuó y propagó el uso de la fuerza con instrumentos más potentes y con amenazas más inquietantes. En efecto, solo en 2016 la administración Obama lanzó 26.171 bombas según una reciente publicación del Council on Foreign Relations. A su vez, y de acuerdo con dicho trabajo, la administración Trump aumentó en más de 400% los ataques con drones.

A su turno, elevó el involucramiento estadounidense en Yemen, expandió las operaciones militares en África (en Somalia, especialmente), lanzó 59 misiles Tomahawks en Siria, arrojó la llamada “madre de todas las bombas” no nuclear (MOAB en su sigla en inglés) sobre Afganistán y contempla un operativo militar fulminante contra Corea del Norte. Cabe destacar que el incremento en el uso de armamento más letal no parece tener un sentido estratégico y solo pareciera exhibir la voluntad de mostrarse más ofensivo en conflictos en los que Estados Unidos sigue sin poder mostrar alguna victoria decisiva.

Y quinto, un telón de fondo político, burocrático y corporativo subyace al lugar central del belicismo en el inicio del gobierno republicano: en campaña, antes de la asunción y en los primeros días Donald Trump parecía tener unos objetivos relativamente acotados. El terrorismo parecía su foco principal. Con el correr del tiempo, por presiones de diferentes actores civiles y militares y, en parte, debido a demandas de aliados cercanos, el universo de asechanzas creció y con ello, una vez más, la confusión de creer que el poderío de las armas puede garantizar triunfos políticos que pueden ser capitalizables a nivel doméstico. Así se decidió escalar la “guerra contra el terrorismo”, amenazar a Irán y Corea del Norte, reubicar a Rusia como un gran enemigo de Occidente, reflotar tácitamente la idea de producir “cambios de régimen”, reforzar algunas alianzas en Medio Oriente que ya han probado ser poco funcionales a la estabilidad en el área, rodear cada vez a China en clave geopolítica, e insinuar la disposición a cruzar un umbral en términos del uso de armas de destrucción masiva.

Por eso lo que ha puesto en evidencia Donald Trump, con su estilo personal que combina atrevimiento e ignorancia, es que el núcleo de su política a favor de un Estados Unidos resurgente es “Militares primero”.