En los medios

Clarín
22/04/17

Un 24 de abril inquietante

Según el profesor plenario de la Di Tella "desde hace un tiempo se observa un menor interés en el respaldo y respeto a la recordación del genocidio armenio en la agenda diplomática de nuestro país"

Por Juan Gabriel Tokatlian

Este artículo sobre el ya centenario genocidio del pueblo armenio a manos de los turcos es el producto de dos registros; uno objetivo y otro subjetivo. Intento evaluar un tema en el que se intersectan la política interna, la exterior y los derechos humanos y lo hago anclado en mis convicciones como descendiente de armenios. Mi argumento es que desde hace un tiempo se observa un menor interés en el respaldo y respeto a la recordación de ese genocidio en la agenda diplomática del país, a tal punto que se está ad portas de abandonar los tres hitos que en esa materia signaron Raúl Alfonsín, Néstor Kirchner y un fallo de la justicia.

En 1987, el presidente Alfonsín reconoció abiertamente el genocidio, siendo la Argentina uno de los primeros países en el mundo en hacerlo después de que la Subcomisión y la Comisión de los Derechos Humanos de la ONU aprobara en 1985 y 1986, respectivamente, el denominado “Informe Whitaker” que explicitó que lo sufrido por los armenios en 1915-1923 constituyó “el primer genocidio del siglo XX”. En 2007 el presidente Kirchner promulgó la ley que declara el “24 de Abril, Día de Acción por la Tolerancia y el Respeto entre los Pueblos” en homenaje a las víctimas del genocidio armenio. En 2011, en el marco del “derecho a la verdad”, hubo una sentencia que resolvió que Turquía había cometido un genocidio contra el pueblo armenio.

Conceptualmente, una política de derechos humanos puede adoptar tres trayectorias: puede orientarse por valores y defender principios y postulados (democracia, derecho internacional humanitario, etc.); puede combinar valores e intereses (en general materiales); o puede asentarse únicamente en la defensa y promoción de intereses tangibles desdeñando los valores.

En la Argentina y en torno al genocidio armenio supo primar una política orientada por valores y enraizada en la ominosa memoria de la última dictadura. Por años, y no sin vaivenes, ese sustrato subyació a la diplomacia. Con el segundo mandato de Cristina Fernández se observó una política de ajuste entre valores e intereses. Una combinación de factores contribuyó a desvalorizar el genocidio armenio en la estrategia externa: las cambiantes dinámicas geopolíticas a partir de la Gran Recesión iniciada en 2008; la búsqueda de nuevos socios internacionales por parte del gobierno; y el intento de Turquía de proyectar su presencia en América Latina.

Para algunos, por ejemplo en la Cancillería, era oportuno dejar de “insistir” con el genocidio armenio; resultaba atractivo acercarse al por entonces “modelo islámico” a imitar--el turco—en los albores de la Primavera Árabe; y conseguir un lugar en algunos de los foros de los países emergentes asociándose a ciertos poderes regionales. El viaje de Cristina a Turquía en 2011, su negativa a recibir al Presidente de Armenia, quien visitó la Argentina en 2014 y la identificación de Turquía entre los 15 países prioritarios para aumentar el comercio a partir de 2014, de acuerdo al Programa de Aumento y Diversificación de las Exportaciones del Ministerio de Relaciones Exteriores, fueron señales claras del giro indicado. Por supuesto que a priori no debiera existir una contradicción ineludible entre defender valores y promover intereses. Máxime cuando en el mundo hay casos que muestran que el equilibrio valores-intereses es factible. Por ejemplo, en 2016 el parlamento de Alemania—país en que la primer minoría la constituye la población de origen turco--aprobó por unanimidad una resolución sobre el genocidio armenio; año en que las exportaciones alemanas a Turquía alcanzaron a US$ 21.478 millones (en 2016 nuestras exportaciones a Turquía fueron de US$ 382 millones).

En 2015 Cambiemos anunció una reorientación en varias líneas de la política exterior. En cuanto al genocidio armenio dos datos sugerían que tendría un lugar destacado en la política internacional. Por un lado, en 2010, el primer ministro turco, Recep Erdogan, canceló su visita al país pues el gobierno de la ciudad de Buenos Aires, encabezado por Mauricio Macri, no autorizó el emplazamiento de un busto de Mustafá Kemal Atatürk. En 2012 cuando Macri viajó a Armenia dijo: “Recordar el genocidio armenio nos convoca a trabajar por el fortalecimiento de la sociedad para inculcar los valores del respeto”. Por el otro, la presencia de la UCR en la coalición gobernante auguraba que se preservaría el sentido histórico de la decisión de 1987. Sin embargo, el actual gobierno parece mostrar, en el tema armenio, continuidad con el segundo mandato de CFK pero insinuando un desbalance entre valores e intereses.

Luego de su visita la Argentina en enero de 2017 el canciller turco, Mevlüt Çavuşoğlu, señaló a los medios de su país que, respecto al genocidio armenio, recibía “con gran aprecio la postura de Argentina” pues “el genocidio no es genérico, sino una expresión jurídica”; lo que al parecer no cabría para aplicar al caso armenio. A pesar del bajo nivel de exportaciones que muestran las cifras de 2016 ¿qué ambiente oficial se encontró el canciller turco para colegir que en la Argentina no se ha reconocido política y legalmente el genocidio, o que se ha revertido la posición que un amplio abanico de partidos, organizaciones y personalidades ha validado desde el advenimiento de la democracia? Por esto, este 24 de abril, la conmemoración del 102 aniversario del genocidio armenio es francamente inquietante.

Juan Gabriel Tokatlian es profesor plenario de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT)