En los medios

Clarín
24/11/16

¿Trump es aislacionista?

Para el profesor del Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales, "difícilmente Donald Trump parece ser el epítome del aislacionismo" sino que más bien "parece la reafirmación de una primacía ofuscada"

Por Juan Gabriel Tokatlian
Analistas de las relaciones internacionales en Estados Unidos y la Argentina han sugerido que el triunfo presidencial de Donald Trump preanuncia una política exterior aislacionista. Discrepo de esta aproximación por cuatro razones.

Primero, si nos atenemos a la definición, el aislacionismo se concibió, esencialmente, como una estrategia que evita alianzas y compromisos firmes con otros países y que alienta un muy bajo perfil en los asuntos mundiales.

Segundo, el aislacionismo estadounidense se ha sustentado en distintas fuentes históricas, tuvo cierto arraigo entre conservadores y progresistas por igual, especialmente durante el período entre finales del siglo XIX y la Segunda Guerra Mundial, y se expresó en la neutralidad frente a conflictos en Europa y Asia.

Tercero, el aislamiento de Washington fue un ideal, una disposición y un impulso más que una práctica universal, una conducta impasible y una modalidad de ensimismamiento. En el caso de América Latina, y en aquel período, las intervenciones e invasiones de Estados Unidos en México, América Central y el Caribe fueron recurrentes y la expansión de sus intereses económicos en Latinoamérica fue decisiva.

Cuarto, en los debates políticos y académicos durante la Guerra Fría y la inmediata Posguerra Fría, el aislacionismo fue reconceptualizado de acuerdo con las nuevas realidades: se lo entendió como minimalista en lo militar (en términos de gastos y uso del instrumento bélico), moderadamente activo en materia de valores (promoción de derechos humanos como reflejo de una democracia pujante hacia adentro) y muy intenso en cuanto a una diplomacia económica constructiva (como parte del robustecimiento de las capacidades materiales domésticas).

Muy poco de las actitudes y manifestaciones específicas de Trump durante la campaña remiten al aislacionismo histórico o al remozado.

Exigió que los socios de la OTAN y países de Asia como Japón y Corea del Sur inviertan más en defensa, pero no señaló que rompería esas y otras alianzas militares. Se expresó en reiteradas oportunidades sobre Rusia, Medio Oriente, China y México, entre otros, y sobre asuntos como el Islam, el terrorismo, el medio ambiente, las migraciones y el comercio; lo que es lo contrario a una política de retraimiento. Amenazó con retaliaciones comerciales y tarifarias contra China, con ataques contundentes contra el Estado Islámico, con políticas fronterizas bravuconas contra México y con renegociar (sin consultar con los otros cinco firmantes) el acuerdo nuclear con Irán de 2015: nada de esto es indicio de inacción o repliegue frente a las cuestiones mundiales.

Fue crítico con los foros multilaterales como la ONU y prometió acciones de diverso tipo contra distintos países, con lo que se puede augurar un tipo de unilateralismo más prepotente que el exhibido en los dos mandatos de George W. Bush. Nada indica que despliegue una actitud constructiva en el frente de las relaciones económicas internacionales salvo que ello beneficie casi exclusivamente a Estados Unidos, lo que reforzará el activismo de Washington.

Clamó por un mayor presupuesto en materia de defensa, en un país que tiene, por lejos, el más grande gasto de defensa del mundo. Ese pronunciamiento, más el hecho que en los ocho años de la presidencia de Barack Obama Estados Unidos aprobó ventas de armamentos por másUS$ 278 mil millones de dólares, explica el alza de las cotizaciones en la bolsa de compañías como Lockheed Martin, Northrop Grunman, General Dynamics, entre varias, a las 24 horas de la victoria de Trump. Un incremento notable del presupuesto interno de defensa y el intento de mantener a Estados Unidos como el primer exportador mundial de armas anticipan que Washington no se desacoplará del mundo. Lo cual, a su turno, podría dar lugar a una peligrosa carrera armamentista.

Respecto a América Latina Trump ha sido, antes y después de su elección, absolutamente hostil frente a México a tal punto que la mayoría de los problemas internos en Estados Unidos—pérdida de empleo, niveles de criminalidad, abuso de drogas—parecieran originarse en su vecino. Con el caso de México, y por primera vez desde la Revolución Cubana, un país de la región es presentado por un mandatario estadounidense como un peligro inminente. Y eso debiera inquietar a toda Latinoamérica.

Finalmente, las afirmaciones de Trump en la contienda electoral presagian una escasa valoración de los derechos humanos. Adentro parece crecer el temor por una regresión democrática. Afuera, su discurso es percibido como promisorio por muchos gobiernos autoritarios, por los “hombres fuertes” de varios países y por los partidos de extrema derecha.

Este dato no es insignificante en momentos en que la democracia aparece en retroceso a nivel internacional. Todo pareciera indicar que Trump está dispuesto a liderar la Internacional Reaccionaria.

En breve, difícilmente Donald Trump parece ser el epítome del aislacionismo; parece la reafirmación de una primacía ofuscada. Habrá que ver cómo se comporta él a partir del 20 de enero de 2017, cómo reacciona la sociedad estadounidense y cómo responde el mundo.