En los medios

Infobae.com
16/11/16

Hacia un debate presidencial obligatorio

El Decano Ejecutivo de la Escuela de Derecho opina sobre el proyecto de ley que busca convertir al debate presidencial en una práctica obligatoria para los candidatos.

Por Martín Hevia
Días atrás, el Senado de la Nación aprobó un proyecto de ley que propone modificar el Código Electoral Nacional para establecer la obligatoriedad de los debates entre los candidatos a la Presidencia durante las campañas electorales.

Si la Cámara de Diputados  aprobara próximamente este proyecto y el debate presidencial se convirtiera en obligatorio por ley, ¿cómo contribuiría a mejorar la democracia argentina?

Un aspecto central de la vida democrática republicana es el acceso de todos los votantes a la información. La regulación de acceder en forma igualitaria a los espacios abiertos en los medios audiovisuales fue un paso adelante clave para que todos los partidos tuvieran la oportunidad de transmitir sus propuestas al electorado. No obstante, la calidad de los spots ha variado en función del presupuesto de cada partido. En la práctica, los más grandes tienen avisos más caros, aunque muchas veces sin contenido sustantivo; a su vez, ante la desigualdad de recursos, los spots de los partidos más chicos muchas veces captan la atención del electorado apelando al humor y no tanto al contenido de sus propuestas políticas. Por ello, el uso equitativo de espacios en campañas audiovisuales no mejoró la calidad del debate democrático. En cambio, un debate entre todos los candidatos presidenciales es una oportunidad para que estos expongan en condiciones igualitarias sus propuestas ante la sociedad y confronten sus ideas.

¿Cómo deberían ser los debates para cumplir con el objetivo de dar a conocer y discutir ante el electorado las plataformas electorales de los partidos? A continuación, menciono algunas condiciones que se deberían satisfacer para honrar su objetivo.

En primer lugar, los candidatos deberían utilizar argumentos, esto es, enunciados expresados claramente y fundamentados. Así, por ejemplo, todos queremos un país más próspero y sin pobreza. No obstante, proponer, digamos, justicia social sin explicar qué medidas concretas se adoptarán para promover ese valioso ideal no contribuye a mejorar la calidad del debate público.

En segundo lugar, los candidatos no deberían utilizar chicanas, pero sí evitar las falacias ad hominem, es decir, el ataque a la persona en lugar de refutar sus ideas y denunciar los efectos de sus propuestas.

Ahora bien, ello no significa que los candidatos presidenciales no puedan poner en duda la capacidad de sus adversarios para llevar adelante sus propuestas o la idoneidad moral para ocupar la Presidencia. Para citar un famoso y reciente debate presidencial, la demócrata Hillary Clinton podía tener razón cuando sostenía que los comentarios ofensivos del republicano Donald Trump hacia las mujeres lo hacían indigno de la investidura presidencial.

Para que el debate funcione, el papel de los periodistas que lo coordinen es fundamental. No tienen que ser concesivos y deben someter a los candidatos al máximo rigor intelectual. Quizá puedan hacer uso, en el mismo momento del debate, de las herramientas de chequeo de datos para cuestionar las afirmaciones de los candidatos y repreguntar.

Finalmente, tal como sucedió en los debates presidenciales recientes en Estados Unidos, es importante que la ciudadanía participe del duelo, por ejemplo, formulando preguntas en vivo o por medio de las diferentes redes sociales. Si los debates llegaran a satisfacer al menos estos estándares, nos acercaremos más a una democracia avanzada.