“Pocos países como la Argentina pueden dar lecciones sobre populismo y proteccionismo”. El martes, mientras se votaba en los Estados Unidos y Donald Trump todavía era una amenaza, la canciller Susana Malcorra pareció querer decir: nosotros ya estuvimos ahí. Malcorra dio ese día una conferencia magistral en la Universidad Torcuato Di Tella sobre prioridades y condicionantes de la política exterior, entre las que sobresale, dijo, restaurar la relación con Washington. Ese desafío ya no depende solo de la voluntad de la Argentina.

La llegada de Trump a la presidencia de la principal potencia mundial supone varias paradojas para el macrismo. El esfuerzo por restablecer una relación madura entre la Argentina y los Estados Unidos podría verse reducido apenas a la evolución de una relación personal, la de sus dos presidentes. Un vínculo lejano del mundo de los negocios sobre el que hay versiones en abundancia, muchas encontradas e incluso inverosímiles. ¿Es Mauricio Macri un viejo amigo o apenas ha sido en el pasado una amenaza para los negocios inmobiliarios de Trump? El gobierno buscó instalar esta semana la primera de las consignas. La respuesta podría estar a mitad de camino.

Una segunda paradoja reside en aquello que según Malcorra la Argentina puede dar cátedra. Después de una década de ensimismamiento kirchnerista, el gobierno de Macri dispuso la reapertura gradual de la economía argentina al mundo. Sucede en plena transición hacia un nuevo ciclo económico, en momentos en que la economía mundial se desacelera y Trump promete poner barreras al comercio internacional para cuidar el empleo de los estadounidenses. Problemas de timing.

“Perdimos diez años maravillosos. Pero la solución a una economía internacional ralentizada no pasa por cerrarse”, ha dicho la canciller, en respuesta a los reclamos de protección surgidos de sectores de baja competitividad en una economía caracterizada por la baja competitividad. Aunque aún no está claro qué clase de posicionamiento estratégico planea para el mediano y largo plazo –todo es un perpetuo presente todavía para el macrismo– el gobierno ha dado señales sobre la necesidad de readecuación en algunos sectores. En marzo caerán los aranceles a la importación de PC, notebooks y tablets, con lo que estima bajarán en hasta un 50% los precios y aumentarán la cantidad y calidad de los equipos. El resultado inmediato será la pérdida de 1.000 puestos de trabajo de los 5.000 que emplea el sector, según datos de la secretaría de Comercio.

En el gobierno se admitió esta semana que la llegada de Trump compromete los planes para mejorar el perfil del comercio y de las inversiones en los que se ha venido trabajando con la administración de Obama. La reciente misión a Washington del ministro de Producción Francisco Cabrera anunció proyectos de inversión de empresas estadounidenses del orden de los 13.000 millones de dólares para los próximos años. Cabrera tuvo que desmentir una negociación por un acuerdo de libre comercio, anunciada por él mismo. Pero el gobierno avanzó en el pedido por el restablecimiento de la Argentina en el Sistema General de Preferencias, que permite el ingreso sin aranceles de ciertos productos. La apertura del mercado estadounidense para los limones –una vieja demanda de la Argentina– e incluso para la carne están a la espera de una ratificación de las autoridades de comercio del gobierno de Obama. El factor Trump sobre estas cuestiones es todavía difícil de medir. El embajador Martín Lousteau lo puso en estos términos: “La Argentina parte de niveles tan bajos de relación con el mundo a nivel nacional, que la reducción del resto del mundo hacia mayor proteccionismo es compatible con la expansión de la Argentina”. Ha y mucho camino para recorrer.

Como afirmó alguna vez Kissinger sobre el rol de Rusia en la comunidad internacional, Trump es a partir de ahora uno de los garantes de la estabilidad del sistema y al mismo tiempo su principal amenaza. Hay otras cuestiones, más intangibles, que la Argentina deberá enfrentar, como el resto del mundo, relacionadas con la previsibilidad y la construcción de confianza. Una tercera paradoja para un gobierno, el de Macri, que escala desde hace un año esa agenda.

Tras la apuesta fallida a Clinton, la canciller Malcorra ha persuadido a Macri de que la fortaleza del sistema institucional estadounidense será un límite para las ambiciones más primitivas de Donald Trump. El empresario dio en estas últimas horas señales de adaptación y bajó los niveles de ansiedad, los suyos y los de los demás. Sin embargo, la negación ante la realización de lo inconcebible no ha dejado de repetirse desde que Trump anunció su postulación presidencial en el país más poderoso del mundo. Se aseguró que los republicanos nunca le concederían la candidatura, que Clinton sería para él un obstáculo imposible de sortear y que los Estados Unidos jamás se rendirían ante un populista demagogo, misógino y racista.

¿Qué más debería haber dicho Trump para revelarnos de quién se trata? Si tiene cola, cuatro patas y ladra, no puede ser otra cosa que un perro.

El esfuerzo por una relación madura entre la Argentina y EE. UU. podría verse reducido apenas a la evolución de una relación personal, la de sus presidentes.

Hay cuestiones, más intangibles, que la Argentina deberá ahora enfrentar, relacionadas con la previsibilidad y la construcción de confianza. Paradójico.