En los medios
¿Hacia dónde va la defensa en Argentina?
Borrando la distinción entre defensa y seguridad pública, el gobierno de Macri está planeando utilizar a las fuerzas armadas para combatir el crimen organizado y otras "nuevas amenazas", consideró la profesora del Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales.
En junio pasado se informó que Argentina está negociando con
el gobierno francés la compra de más de 12 aviones de caza de ocasión, aviones
que la fuerza aérea francesa ha dejado fuera de servicio en junio de 2014. En
agosto, la Agencia de Cooperación en Defensa y Seguridad de Estados Unidos
(DSCA) informó que Argentina solicitó 24 aviones de entrenamiento T-6C Texan,
además de motores, equipos de comunicación y otros componentes, por un valor
aproximado de 300 millones de dólares. En 2014 se creó el Comité Conjunto
Argentino-Chino de Cooperación en el Campo de Defensa, Tecnología e Industria,
convirtiendo a ambos países en socios estratégicos comprehensivos. A pesar de
lo que podría suponerse debido al acercamiento del gobierno de Mauricio Macri
hacia Estados Unidos, en el ámbito de la Cumbre nuclear de abril pasado, el
presidente Macri y el presidente chino Xi Jinping reafirmaron su alianza
estratégica. Argentina también se comprometió a conformar una alianza
estratégica con Rusia, en la visita que el ministro de Defensa, Julio Martínez,
hizo a ese país en el mes de septiembre. Además, una noticia no confirmada
asegura que en un encuentro del vice ministro, Ángel Tello, en el Pentágono, se
acordó la apertura de bases militares estadounidenses en Ushuaia y Misiones.
Por cierto, la aeronáutica argentina requiere la
modernización de su flota que estaba prácticamente paralizada con la salida de
funcionamiento de sus aviones que se inició en junio de 2013 y que se
completaría en 2018 con la desprogramación de los cazabombarderos A4-AR
Fightinghawk.
Estas noticias no deberían asombrar. El equipamiento de las
fuerzas armadas es un procedimiento natural en países que cuentan con el
instrumento militar. Sin embargo dejan
en descubierto varios problemas de la defensa argentina. Primero, no se conoce
que plan aéreo o de defensa elaborado por el gobierno actual que determine que
ese esas compras son las mejores decisiones estratégicas. Segundo, también se
desconoce las razones por las cuales se han desechado otras opciones, como por
ejemplo los Kfir de Israel Aerospace Industries o de la empresa china Chengdu
Aircraft Industries Corporation, decisiones que sin duda hubieran ameritado un debate parlamentario.
Tercero, y este es el punto más complejo, no hay una directiva de defensa clara
que establezca las misiones de las fuerzas armadas argentinas y en
consecuencia, el armamento requerido para cumplir esas funciones.
La inquietud que producen estos hechos reside en la función
y el destino que tendrán esas adquisiciones. DSCA agregaba que Argentina se ha
embarcado en un ambicioso plan de modernización de su material en función de
entrenar a los pilotos para cumplir con sus tareas de control de los límites,
especialmente el poroso norte del país. Asimismo, -sostenía- la fuerza aérea
argentina aumentará las capacidades de los pilotos para disuadir actividades
ilícitas.
Coincidentemente, el Secretario de Servicios Logísticos para
la Defensa y Coordinación Militar en Emergencias, del ministerio de Defensa
argentino, Ingeniero Walter Ceballos, dijo que hay un “fuerte compromiso con la
lucha contra el narcotráfico y el terrorismo internacional”, tema que
legalmente no compete al Ministerio de Defensa.
¿Por qué no compete a Defensa? Argentina cimentó la
democracia estableciendo una clara distinción entre defensa y seguridad
pública. La defensa en Argentina está regida por la ley 23554 de 1988, aprobada
durante el gobierno del presidente Raúl Alfonsín. En 1991 se aprobó la ley
24059 de Seguridad Interior, durante la presidencia de Carlos Menem, que
completaba las disposiciones de la ley de Defensa, prohibiendo la intervención
de las fuerzas armadas en seguridad pública. En 2001, durante la presidencia de
Fernando de la Rúa, se sancionó la ley de Inteligencia Nacional 25.520,
modificada en 2016. Estos tres instrumentos componen el marco jurídico que
restringe la utilización de las fuerzas armadas en asuntos internos.
En nuestro país, sectores de las fuerzas armadas junto con
sus aliados políticos, desde inicios de la década de los años noventa, han
buscado ampliar las misiones militares para combatir el narcotráfico y otras
nuevas amenazas. Ellos justifican esas modificaciones señalando que las
disposiciones legales respondían a una coyuntura específica: el inconcluso
control civil democrático de las fuerzas armadas, situación ya superada, y que
por el contrario, han aparecido nuevas amenazas que requieren de la
participación militar. Estos sectores planteaban que la necesidad de tener un
ámbito de actuación para los militares ante la disminución de las amenazas
vecinales, tradicional hipótesis de conflicto del pasado. Imaginaban también
que era factible modernizar el equipamiento militar alegando su empleo en la
seguridad pública. Finalmente, creían que se obtendrían beneficios por acordar
con las posiciones sustentadas en los Estados Unidos.
Ya en la época del gobierno de Eduardo Duhalde se comenzó a
organizar entrenamientos combinados con fuerzas de otras naciones ante un
hipotético conflicto derivado del narco-terrorismo, palabra aportada por los
militares del Comando Sur. Durante los años siguientes esa transformación de
las fuerzas armadas había quedado estancada. Sin embargo, en 2011 –y posiblemente
vinculado a las elecciones legislativas y de gobernadores- la administración de
Cristina Kirchner autorizó los Operativos Escudo Norte y Fortín I y II, para el
control de la frontera norte, conjuntamente con fuerzas de seguridad como la
Gendarmería y la Prefectura Naval.
Recientemente, en la cena de Camaradería de las Fuerzas
Armadas, el presidente Macri expuso: “En esta nueva etapa que hemos iniciado
nos propusimos alcanzar la pobreza cero, derrotar al narcotráfico y unir a los
argentinos. En estas tres premisas las Fuerzas Armadas jugarán un rol
preponderante y participativo”. ¿Cuál es el papel que el presidente vislumbra
para que los militares, por ejemplo, contribuyan a alcanzar la pobreza cero? El
ministro del área anunció una serie de medidas para enfrentar las nuevas
amenazas, como promulgar una Ley de Derribo, que tantas injustas acciones ha
generado entre los países que la adoptaron. También decidió extender la
operación Escudo Norte hasta diciembre de 2016 e instruir a los agregados militares
para que recopilen información sobre narcotráfico y terrorismo en los países en
donde están destinados.
Las experiencias conocidas de utilización de fuerzas armadas
en la persecución del crimen organizado han presentado records negativos.
Corrupción, excesos, represión, asesinatos, limitación de las libertades
civiles, han sido consecuencias comunes en varios estados latinoamericanos. Es
necesario tener presente que las fuerzas armadas se preparan y están equipadas
para anular el accionar de una fuerza externa enemiga. Por el contrario, las
policías se equipan y se entrenan –o al menos idealmente es lo que se espera-
para la imposición de la ley.
A las claras, en toda América Latina la inseguridad está
entre las más altas preocupaciones de la sociedad. Es entendible y deseable que
el gobierno busque soluciones para enfrentar esta inquietud. La mayoría de los
países de la región ha optado por soluciones rápidas e ineficaces. Lo único que
consiguen es dilatar el problema. Al disponer de los militares para la
seguridad interna no sólo desprofesionalizan a la oficialidad, tampoco mejoran
a las fuerzas de seguridad que desbordadas y corrompidas, resultan un
instrumento caro e inútil.
Las fuerzas armadas no tienen una misión definida. En tantos
años de tránsito democrático no se formalizó la preparación del personal de
Defensa. A diferencia de otros ministerios que cuentan con personal entrenado
para los cargos, como es el caso de Economía o Educación, o de la Cancillería
que tiene un instituto de formación para los diplomáticos, los funcionarios de
Defensa han sido mayormente inexpertos y ajenos al tema. En un campo en el que
se requiere de altos conocimientos técnicos, se ha dejado a los militares como
únicos expertos. Aquellos que en el ejercicio de sus funciones se han
especializado, parten cuando cambian los ministros, rotación que ha sido
demasiado frecuente.
En la administración actual, además, se ha recurrido a
militares en actividad o retirados para ocupar cargos de jerarquía en el
ministerio, debilitando aún más la conducción civil de la defensa. Si bien en
tantos años se consolidó la supremacía civil y se avanzó con una serie amplia
de medidas, decretos, reglamentaciones, directivas, hubo un nefasto vacío: no
institucionalizaron esos mandatos. Y en medio de estas idas y vueltas, los
militares recuperan grados de autonomía. Algo que a la luz de las largas y
penosas dictaduras militares argentinas es preferible evitar.
La utilización de fuerzas armadas en asuntos internos
conlleva riesgos para la institución militar y para la democracia. El crimen
organizado, las catástrofes naturales o la criminalización de la protesta
social no son asuntos en los cuales los militares cuenten con preparación y
aptitud. La restauración de la capacidad operativa de la defensa no implica que
ellos mismos conduzcan y definan sus tareas. El avance de la militarización del
orden público –tal como también se ha constatado en otras naciones
latinoamericanas- deteriora el Estado de Derecho y debilita los derechos
ciudadanos.
En definitiva, en tantos años de democracia no se hizo de la defensa una política pública de Estado. Ha estado sumida a los vaivenes de sus ministros y la negligencia de sus presidentes. Esa indolencia posibilita que ahora se recurra a las fuerzas armadas para realizar tareas policiales arriesgando el tejido democrático.
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Fuente: Ranking Teaching, Research and International Policy (TRIP) International Relations Survey, 2014.
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(Fuente: QS World University Rankings 2023)
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