A 100 años de la primera experiencia democrática, perdura el conflicto distributivo en el país, señala este prestigioso historiador económico.
Pablo Gerchunoff (72) tiene libro nuevo (El eslabón perdido,
la economía política de los gobiernos radicales 1916-1930, Edhasa) y es una
buena noticia por doble motivo. Primero por el trabajo en sí mismo, un estudio
pormenorizado de la economía política de la primera experiencia democrática del
país de la cual se cumplen 100 años. Segundo, porque como esas míticas figuras
de rock que salen de gira con disco nuevo bajo el brazo, este historiador
económico de la UTDT recibe a la prensa por estos días y escuchar sus
respuestas resulta siempre tan interesante como leer sus textos o tuits en
@pgerchunoff.
El eslabón perdido narra un período donde había elementos
para poner en duda esa máxima argentina que reza “El país está condenado al
éxito’. El territorio albergaba una de las principales economías del mundo,
ahora puesta en jaque por la Gran Guerra. Pero los dirigentes ni podían
percibir que el motor de crecimiento de la economía argentina fallaba ni que
sería difícil crecer al ritmo de décadas previas.
A continuación, un resumen de la charla con Gerchunoff:
-¿De qué habla el libro?
Narra el encuentro algo conflictivo de una democracia
naciente, la que se inauguró con la ley Sáenz Peña en 1912, con el régimen de
crecimiento nacido en el último tercio del siglo XIX pero que ahora exhibía
fisuras hasta entonces impensadas. Después de agotado el proceso de
incorporación de tierras, el crecimiento liderado por las exportaciones sólo
podía fundarse en el incremento de la productividad agrícola. Podría decirse
que la etapa fácil del progreso material estaba terminando.
- ¿Y por qué el encuentro de aquella democracia con esa
economía fue “algo conflictivo”?
Porque con la democracia se ampliaron las demandas sociales,
sobre todo la demanda de bienes de consumo modernos, en el momento en que el crecimiento
se hacía más difícil. He descripto este proceso con un término bastante usado
en el pasado por sociólogos y economistas: “la trampa de los ingresos medios”.
Las clases medias ampliaban sus aspiraciones, pero no estaba claro que la
estructura productiva las pudiera satisfacer, y tampoco estaba claro que esas
clases medias estuvieran dispuestas a postergar sus deseos para resolver este
dilema por la vía del ahorro y la inversión. Ese conflicto estaba germinando en
los años veinte, aunque su manifestación era todavía de baja intensidad.
-El libro muestra que también hubo factores externos que
echaron arena al motor del crecimiento.
La Gran Guerra, la suspensión del patrón oro, las
dificultades para comerciar, la aceleración inflacionaria después del armisticio,
la recesión, y entre 1920 y 1921 las políticas deflacionarias de las grandes
potencias. Aunque después el mundo se tranquilizó y todo pareció volver a los
patrones de la belle epoque, quedaron secuelas: la más importante para la
Argentina y los gobiernos radicales fueron los primeros síntomas de
proteccionismo alimentario. Eso quiere decir que el incremento de la
productividad agrícola no tuvo que compensar solamente el agotamiento de la
frontera agrícola sino también el renacimiento proteccionista todavía tímido.
-¿Qué consecuencias hubo para los gobiernos radicales?
Las dificultades le tocaron todas a Yrigoyen. Su primera
presidencia es en buena medida una pesadilla económica y, a la vez,
paradójicamente, la confirmación de un liderazgo popular. La guerra y sus
secuelas y luego la caída de los términos del intercambio producto del ajuste
deflacionario mundial ocurrieron durante la primera presidencia de Yrigoyen; el
corto “regreso a la normalidad” a Alvear. Y en el mismo mes en que Alvear le
devolvió la banda presidencial a Yrigoyen –octubre de 1928– los precios de las
exportaciones argentinas volvieron a caer. Parece que Yrigoyen era un verdadero
radical: lo perseguía la mala suerte en el contexto externo.
-¿Cómo hizo Yrigoyen para confirmar su liderazgo popular?
Los males de la guerra habían comenzado en agosto de 1914, lo que visiblemente
eximía de responsabilidad a Yrigoyen, y el shock deflacionario de 1920 y 1921
fue muy corto. Pero tanto Yrigoyen como Alvear, y subrayo ambos, se
comprometieron visiblemente con reformas sociales y políticas compensatorias
para los sectores más golpeados: la primera experiencia de retenciones móviles
en Argentina la instrumentó Yrigoyen y abarató los alimentos; y además, el
congelamiento de los alquileres, las ferias municipales, la política de
viviendas baratas, la protección al trabajo de las mujeres y los niños, la
reducción de la jornada de trabajo. La distribución del ingreso mejoró desde
1918 y siguió mejorando por una década. Y le agrego un dato muy tangible y muy
argentino: durante el siglo XX, el año de mayor consumo por persona de carne
vacuna fue 1923.
-¿Se parece entonces el radicalismo al peronismo?
En parte sí y en parte no. El radicalismo fue un movimiento
nacional y popular bastante desconfiado del funcionamiento parlamentario, tanto
durante Yrigoyen como durante Alvear. La mayor parte del tiempo el presupuesto
fue cartón pintado. El centralismo fiscal muy marcado. Si bien sus primeros
resultados electorales lo muestran muy fuerte en el litoral y el centro del
país, esto es entre las clases medias, ya en las elecciones presidenciales de
1922 que consagraron a Alvear se convirtió en una fuerza popular y
territorialmente abarcativa. Eso invita a poner énfasis en las semejanzas.
-¿Y las diferencias?
El radicalismo fue un movimiento popular no fundado en el
proteccionismo industrial, que sólo apareció en dosis menores.
-Cuenta usted que “la trampa de ingresos medios” en la
Argentina germinaba en los años veinte. ¿Sigue viva hoy a 100 años del primer
experimento democrático?
Sí. Y es una manera de nombrar al conflicto distributivo.
Los sectores marginales de la sociedad no pueden esperar, no pueden ahorrar,
necesitan soluciones ya. Pero el resto de los argentinos y sus líderes
políticos deberían resolver la inconsistencia permanente entre aspiraciones
consumistas de corto plazo y crecimiento. Mientras esa inconsistencia no se
supere seguiremos en la trampa, y si seguimos en la trampa que nadie nunca más
me diga que estamos condenados al éxito.
¿El final del Peronismo?
Pablo Gerchunoff (72) es
historiador económico y profesor Emérito de UTDT. Escribió sobre temas de
economía política, trabajó en los gabinetes de Juan Sourrouille y José Luis
Machinea y la semana pasada recibió el Premio Konex de Platino 2016 en
Desarrollo Económico. En @pgerchunoff tuitea de economía y política, además de
militar por el Cholo Simeone, Ariel Holan y Racing.
–“Voy a hacer este pronóstico por cuarta vez en mi vida:
terminó el peronismo”, tuiteó usted hace poco. ¿Y la UCR?
–El radicalismo de antaño desapareció. Fue el protagonista
de un ciclo que se cerró justamente cuando el peronismo ocupó su lugar como
movimiento nacional-popular. Hoy el radicalismo es un partido influyente desde
el punto de vista parlamentario en una coalición que lo excede. Y a pesar de
que esto probablemente enoje a sus dirigentes, es más alvearista que
yrigoyenista: demócratas liberales y progresistas sociales. Desde mi punto de
vista, bienvenidos a ese club. En cuanto al tuit, fue una ironía. Si me estoy
preguntando por cuarta vez por la desaparición del peronismo es porque ya fallé
tres veces, y probablemente me lo pregunte una quinta y vuelva a fallar.
-¿No será ese tuit una expresión de deseos?
No voy a contestar esa pregunta.