En los medios
Un ejemplo colombiano para el mundo
Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC- EP) y el Gobierno de Juan Manuel Santos firman este lunes el acuerdo final de Paz para terminar la confrontación armada de 52 años de antigüedad.
El 24 de agosto de 2016 es un punto de inflexión en varios
aspectos. El más importante es que culminaron las conversaciones entre el
gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC para poner fin a más de 50 años
de confrontación, violencia y muerte. Las negociaciones de los seis puntos de
la agenda, que deben ser ratificadas el 2 de octubre próximo por un plebiscito,
dan pie a un nuevo escenario en la política de Colombia y en la vida cotidiana
de sus ciudadanos. El desafío en el corto plazo es que la sociedad pueda
asimilar la justicia transicional, restauradora. La reconciliación es muy
problemática, pues no depende de la lógica o el convencimiento sino de
emociones a veces muy primitivas.
La deposición de las armas por parte de las FARC implicará
un arduo camino para que sus miembros recuperen la vida civil y se inserten
paulatinamente en la vida política y urbana. No será menos complicado
desactivar a las Fuerzas Armadas que han combatido todos estos años bajo el
paraguas de un Estado en guerra. Su autonomía y centralidad decaerá, mientras
queda pendiente la penalización de abusos y represión. Felizmente, los
resultados de la estos diálogos demuestran que la negociación política es más
efectiva que el uso de la fuerza.
No es de menor importancia el significado que estos acuerdos
tiene para la región. Distintos países de América Latina propusieron tanto un
armazón similar a Contadora (la isla panameña donde entre 1983 y 1984 se
reunieron los presidentes de Colombia, Venezuela, México y Panamá para mediar
en los conflictos entre países de América Central) como el envío de fuerzas
nacionales para apoyar una solución militar. El proceso de paz colombiano no
sólo demuestra que las inequidades sociales y económicas no se resuelven por la
vía de la violencia sino además que las diferencias ideológicas no son una
barrera para la negociación política regional.
En tercer lugar, esta negociación es un modelo para la
resolución de conflictos a nivel mundial. El presidente Juan Manuel Santos
impulsó un ejemplo de negociación novedoso convocando como mediadores a actores
que tenían legitimidad a ojos de los intervinientes. Por primera vez se incluyó
a las víctimas en la mesa de negociaciones. El Acuerdo Final propone como
castigo servicios a la comunidad para reparar los daños cometidos y no sólo
poner a los autores en la cárcel. Expresa el intento de reinsertar a los
combatientes armados en la sociedad. A diferencia de otras negociaciones, como
fueron los acuerdos de paz en Centroamérica, no se impusieron criterios
externos. Cada parte contó con asesores no pertenecientes a sus grupos y además
se replicó en otros ámbitos como la Universidad Nacional de Colombia o la
Iglesia Católica, en eventos donde las víctimas sumaban sus propuestas.
El proceso no terminó el 24 de agosto. Tanto el referéndum,
como la posterior implementación de los acuerdos, la permanencia del cese de
las acciones de la guerrilla y la efectividad de la Comisión para el
Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición y la Jurisdicción
Especial para la Paz enfrentan un largo camino para afirmar la construcción de
la paz.
A lo largo de todo este recorrido el gobierno de Colombia
desplegó una activa diplomacia en pos de un compromiso internacional, pero
siempre conservando la autoría del proceso. Colombia se arriesgó a desafiar la
noción que no se negocia con terroristas. La verificación contará con una
amplia participación mundial, tanto organismos internacionales (ONU o Unasur)
como de asociaciones particulares (Organización Continental Latinoamericana y
Caribeña de Estudiantes o la Federación Democrática de Mujeres). No se trata
solo que la región manifieste su aprobación, sino de acompañar la
implementación del acuerdo y de ofrecer apoyos prácticos a las tensiones
cotidianas que surgirán a cada momento.
La diplomacia por la paz y la transparencia con la cual se
concretaron las negociaciones merece el respeto de la sociedad colombiana y de
toda la comunidad internacional. La etapa que se abre es de dolor y sacrificio.
Es una apuesta por transformar la fatalidad en esperanza y la guerra perpetua
en una paz imperfecta.