En los medios
Sergio Eissa: ¿Quo vadis defensa nacional?
"¿Cómo podemos realizar esta 'inversión en defensa'? Una alternativa sería crear un fondo específico para efectuar las inversiones en equipamiento –y no en gasto corriente– que podría ser financiado a través de las retenciones a las exportaciones agrícola- ganadera, minera y petrolera", indicó el Doctor en Ciencia Política, profesor de la UBA/UTDT y autor del libro “¿La irrelevancia de los Estados Unidos” La política de defensa argentina (1983-2010)”.
La política de defensa no ha sido una de las prioridades de la sociedad argentina desde el retorno de la democracia. Sin embargo, un conjunto de actores han “disputado” intensamente sobre qué hacer con las Fuerzas Armadas sin que se hayan puesto de acuerdo al respecto.
El debate
Haciendo una apretada, y tal vez injusta síntesis, podríamos
decir que los académicos y especialistas en esta temática coinciden en un
aspecto, disienten en otros dos y parcialmente están de acuerdo en uno.
Empecemos por este último.
En primer lugar, concuerdan en que el actual escenario
internacional es incierto, que no existe una amenaza clara y presente que
afecte los intereses vitales y objetivos de valor estratégico de nuestro país.
Las guerras del futuro estarán probablemente asociadas a la disputa de los
recursos naturales estratégicos, entre los cuáles el Atlántico Sur y la
Antártida cobran una vital relevancia, y que serán de corta duración con un uso
intensivo de la tecnología, donde resultará clave obtener una ventaja relativa
hasta la intervención internacional.
Asimismo, se han multiplicado los actores y los problemas,
aunque no todos ellos pueden ni deben ser resueltos a través de medios
militares. Está claramente demostrado el fracaso de la guerra contra las
drogas, que el uso de la fuerza (el máximo uso de la fuerza que representan las
Fuerzas Armadas) no resuelve el aumento del consumo de drogas ni los delitos
conexos con el narcotráfico.
Asimismo, tampoco éstas son eficaces para luchar contra el
delito complejo o delito transnacional o las mal llamadas “nuevas amenazas”, si
entendemos por las mismas al narcotráfico, el tráfico de personas y el tráfico
de armas, entre otras. Es más, tampoco son eficaces para prevenir un ataque
terrorista. Más inteligencia estratégica criminal y una agencia federal de
investigaciones son más útiles que un tanque, un avión y un destructor. En
consecuencia, estas cuestiones no constituyen una hipótesis de empleo del
Sistema de Defensa Nacional, salvo en las situaciones excepcionales previstas
en la Ley Nº 24.059 de Seguridad Interior.
En segundo lugar, se coincide ampliamente en que hay que
recuperar las capacidades militares de las Fuerzas Armadas. No hay duda al
respecto. Un país mediano como Argentina no puede darse el lujo ni el peligro
futuro de no contar con Fuerzas Armadas. La defensa nacional es como un seguro
de vida o como una obra social. Es algo que jamás querremos usar, pero que hay
que tener por las dudas. Es más, una política de defensa exitosa es aquella que
nunca desemboca en una guerra. Las Fuerzas Armadas son, en términos weberianos,
la materialización del monopolio legítimo de la coerción.
El tercer lugar, no se coincide en el para qué y en el cómo.
Veamos. Existe en nuestro país, en los medios, en ámbitos académicos y entre
los políticos una suerte de pensamiento estratégico dependiente y/o resignado.
Adoptan la agenda de otros países, que responden a los intereses de esos
países, para definir la misión de las Fuerzas Armadas y/o caen en la
desesperación de adoptar esa agenda para aumentar el presupuesto y acceder a
equipamiento. Esa agenda no es necesariamente la de Argentina.
La agenda argentina
Nuestra política de defensa debe estar en consonancia con
nuestros intereses vitales y estratégicos. Asimismo, también existe un
pensamiento realista nostálgico que quiere reactivar las hipótesis de conflicto
con los países de la región. En algunos casos porque están convencidos de que
los países no pueden ser socios estratégicos y que sólo pueden confiar en sus
propias capacidades militares para salvaguardar sus intereses. Esta línea de
pensamiento también se ve atravesada por la necesidad de justificar un aumento
del presupuesto de defensa nacional.
Por último, existe una especie de liberalismo ingenuo que
cree que el libre comercio y los organismos internacionales vuelven
innecesarias las Fuerzas Armadas y que, por lo tanto, quieren convertirlas en
una especie de Gendarmería y Prefectura reloaded o algunos, sin decirlo,
estarían encantados en no tener que lidiar con ellas.
Entonces, ¿son necesarias las Fuerzas Armadas? Por supuesto
que sí. ¿Para qué? La política de defensa nacional y, particularmente, sus
Fuerzas Armadas deben, tal como lo define la Directiva de Política de Defensa
Nacional de 2014, adiestrarse, alistarse y prepararse para conjurar y repeler
una agresión militar estatal externa contra los intereses vitales y/o una agresión
que afecte los objetivos de valor estratégico, que son aquellos cuya afectación
torna inviable la defensa y al país en sí mismo.
Asimismo, deben contribuir a la política exterior argentina
participando activamente en las operaciones internacionales que nuestra
Cancillería defina. Por otro lado, deben estar preparadas también para
coadyuvar a otras agencias del Estado en situaciones de desastres antrópicas
y/o naturales en nuestro país y/o en países amigos que la requieran. Por
último, deben contribuir a la integración regional fortaleciendo los lazos
regionales, tal como se ha hecho con la Fuerza de Paz Combinada “Cruz del Sur
con Chile y la Compañía de Ingenieros “General. San Martín” con Perú.
Un manual tentativo
¿Cómo hacemos esto? En primer lugar, no debemos realizar más
modificaciones normativas. Existe un amplio consenso en que las normas, leyes,
decretos y resoluciones existentes están bien y responden al “Consenso Básico”,
el acuerdo alcanzado en el Congreso de la Nación en tres oportunidades, con
tres gobiernos diferentes, y materializados en cuatro leyes: la Ley de Defensa
Nacional (1988), la Ley de Seguridad Interior (1992), la Ley de
Reestructuración (1998) y la Ley de Inteligencia Nacional (2001 y 2014).
En segundo lugar, la Ley de Defensa Nacional prevé
claramente que nuestro Sistema de Defensa puede adoptar hipótesis de conflicto
o hipótesis de confluencia. Pero, desde el Gobierno de Raúl Alfonsín hasta la
actualidad, y esta es una de nuestras políticas de Estado, Argentina no tiene
hipótesis de conflicto que requieran la utilización del instrumento militar
contra los países de la región. Esto no significa que no necesitemos a las
Fuerzas Armadas sino, simplemente, que no sabemos quién puede ser un enemigo,
más aún este mundo incierto. Por ello, hay que pasar del análisis del quién al
qué: no es relevante “quién” será el enemigo sino con “qué´” capacidades
militares contaremos para defender nuestros intereses vitales y estratégicos.
Para ello se utiliza la metodología de planeamiento por
capacidades y no la obsoleta metodología de planeamiento por hipótesis de
conflicto. Volviendo a la analogía: no sabemos con certeza qué enfermedades
podemos llegar tener, pero sí tenemos algunos indicios sobre con que recursos
médicos deberíamos contar para enfrentarlas. Para esto sería relevante
continuar con el Segundo Ciclo de Defensa Nacional para terminar definir el
tipo de instrumento militar que se requiere a través de la implementación del
Plan de Capacidades Militares (PLANCAMIL 2011).
En tercer lugar, debemos pasar ya a reformas de cuarta
generación. Es decir, establecer un sistema de ingreso de profesionales al
Ministerio de Defensa a través de la Universidad de la Defensa Nacional,
similar al existente en la Cancillería; modificar la Ley de Personal Militar Nº
19.101; adecuar el despliegue a la actual realidad regional y nacional, dado
que el vigente data de la década del ‘60; definir una estructura orgánica
acorde y, luego recién, mejorar paulatinamente el Presupuesto hasta converger
con el 1,5% del PIB. Incrementar el presupuesto sin hacer esos cuatro cambios
sería, por un lado, un despilfarro pero, por otro, sería un mero ejercicio
académico si no se mejora el Presupuesto.
¿Cómo podemos realizar esta “inversión en defensa”? Una
alternativa sería crear un fondo específico para efectuar las inversiones en
equipamiento –y no en gasto corriente– que podría ser financiado a través de
las retenciones a las exportaciones agrícola- ganadera, minera y petrolera.
Hay que dejar de discutir para atrás, mantener lo que se
hizo bien y mirar al futuro porque si prestamos mucha atención al retrovisor
podríamos terminar chocando.
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Fuente: Ranking Teaching, Research and International Policy (TRIP) International Relations Survey, 2014.
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(Fuente: QS World University Rankings 2023)
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