En los medios

Página/12
24/07/16

El pecado original

La rendición de la socialdemocracia europea y el Brexit. El Brexit marca el primer retroceso de magnitud de la Unión Europea desde la creación de la comunidad. A la vez, existe una deslegitimación políticoelectoral de los dos partidos que condujeron el proceso de integración.

Por Sebastián Etchemendy
La Europa actual registra dos situaciones “nuevas” en perspectiva histórica. La más reciente es el Brexit, que marca el primer retroceso de magnitud de la Unión Europea desde la creación de la comunidad del Acero y el Carbón en 1951. La segunda es una constante deslegitimación político- electoral de los dos partidos que condujeron el proceso de integración, conservadores y socialdemócratas, pero especialmente de estos últimos. Es decir, los partidos que representaron históricamente los intereses de la clase trabajadora en la Europa que se integraba.

Los avances de la derecha xenófoba, o el voto por Brexit, en áreas industriales y en bastiones tradicionales de izquierda son noticia todos los días. En baluartes históricos como Alemania e Inglaterra, la socialdemocracia, arquitecta central del capitalismo más justo que conoció la humanidad en la posguerra, retrocedió a los niveles electorales que tenía en los años 20 y 30 del siglo XX, muy por debajo del auge de posguerra, y el declive no para.

Para analizar el origen de esta situación vale contar esquemáticamente una historia por “arriba” y otra por “abajo”. Cómo se fue configurando la unión económica y cómo se fue adaptando la izquierda socialdemócrata como parte central de este proceso histórico de integración, para terminar en la rendición actual y en la crisis sistémica del proyecto de integración.

Por “arriba”

La integración europea, inicialmente comercial, se inicia en la posguerra en un marco de estabilidad económica internacional dada por el sistema de Bretton Woods, una unión de tipos de cambio sostenida por Estados Unidos, que, a la vez que buscaba facilitar el comercio vía el control en la volatilidad de las monedas, permitía controles de capitales y, a las economías menos competitivas, ajustar el tipo de cambio en determinadas circunstancias. Ese sistema preside el gran crecimiento en la región hasta 1970-1973, cuando la salida de Estados Unidos del tipo de cambio fijo, y la fenomenal suba de precios energéticos por la crisis del petróleo signaron el comienzo de una era de crecimiento errático e inestabilidad monetaria internacional.

En este contexto, Europa elige apostar a una integración que era cada vez más financiera y monetaria, además de comercial. La llamada “serpiente monetaria” y luego el Sistema Monetario Europeo de 1979 ataron los tipos de cambio de los países comunitarios, dejando no obstante un espacio de flexibilidad cambiaria en las llamadas bandas de flotación.

El Acta Única Europea de 1986 abonó el camino de las desregulaciones sectoriales. Ante una nueva recesión en el contexto de la unificación alemana y la caída del comercio con el Este en 1992–1993, Europa escapa de nuevo para adelante: la firma del tratado de Maastricht en 1991 brinda la hoja de ruta y los requisitos para la integración monetaria final en el euro a partir de 1999. En resumen, en cada momento de incertidumbre o debilidad, el proyecto europeo apostó a una integración económica cada vez más fuerte hasta llegar el euro.

Por “abajo”

 Los socialdemócratas europeos, herederos de Karl Kautsky, Pablo Iglesias o Jean Jaures, los partidos históricos de la clase trabajadora, fueron un componente fundamental de este proceso. Apoyaron una integración económica que favorecía el comercio, pero ofrecía reaseguros tanto a través de la macroeconomía (con la posibilidad del manejo de la política monetaria y fiscal contracíclicos y eventuales ajustes del tipo de cambio), como sociales (a través de la progresiva consolidación del Estado de Bienestar). John Ruggie eligió un oxímoron genial: “liberalismo controlado”, para conceptualizar este sistema de posguerra. Los socialdemócratas fueron inicialmente espectadores más periféricos de una integración proyectada por políticos liberal–conservadores como Schuman o Adenauer, pero ya en los 60 y 70 apoyan la integración desde el gobierno de países como Gran Bretaña o Alemania. Helmut Schmidt, como líder del SPD alemán, firma el pacto inicial del Sistema Monetario Europeo en 1979.

Sin embargo, la caída del sistema de Bretton Woods, la crisis del petróleo y la suba de la tasa de interés en los Estados Unidos de Reagan pusieron en jaque a los socialdemócratas desde mediados de los 70. Gobiernos laboristas y socialdemócratas en Gran Bretaña, Alemania y hasta en Suecia cayeron ante el embate de mayor inflación y desempleo, muchas veces en conflicto con sus propios sindicatos “hermanos”. Además, el fracaso del proyecto de expansión de la demanda de los socialistas franceses en 1981-1982, cuando Mitterrand, acosado por la fuga de capitales, debe decidir entre la Unión y el SME, o devaluar la moneda con el eventual horizonte de “socialismo en un solo país”, y opta por lo primero, mostraban un panorama sombrío para los partidos herederos de la segunda internacional.

La socialdemocracia, no obstante, se recuperó electoralmente desde mediados de los 80. Lo hizo primero en los países del sur, como Francia y España, donde una izquierda con relaciones más lábiles con los sindicatos parecía adaptarse mejor a las nuevas épocas. Más tarde, ya en los 90, con Blair en Gran Bretaña y Schroeder en Alemania, vuelve al gobierno en el norte de Europa. Esta socialdemo cracia era, sin embargo, un animal diferente: descreía de los manejos macroeconómicos vía política monetaria y fiscal, a lo sumo proponía políticas del lado de la oferta, esto es políticas públicas para hacer más atractivos los “factores de producción” como capital o trabajo: inversión en infraestructura y capacitación laboral. En el marco de una recuperación electoral que indicaba que, aún en el pos-fordismo, la izquierda moderada conservaba una base electoral fuerte y conseguía el apoyo de trabajadores de cuello blanco y servicios, esta es la socialdemocracia que se encomienda al euro.

Deslegitimación

Lo que vino después es historia conocida. El auge de las hipotecas basura en el Wall Street, la caída de Lehman en 2008 y la consecuente Gran Recesión, se combinaron con la crisis de deuda soberana en el sur europeo originada en la enorme liquidez internacional previa. El nuevo Banco Central Europeo construido por la Unión tuvo una respuesta claramente conservadora ante la crisis –mucho más pasiva que la Reserva Federal en Estados Unidos– sólo recientemente modificada por su presidente Mario Draghi.

Así, llegamos a la situación de doble deslegitimación, de la Unión, y de los partidos históricos en especial el de la clase trabajadora. La pregunta es: ¿dónde está el pecado original?

No se trata aquí de hablar con el “diario del lunes”. Si uno revisa los debates de economía política sobre la culminación de la unión monetaria a fines de los 90, el consenso estaba lejos de ser uniforme.
Desde los economistas más a la derecha (como Milton Friedman) que señalaban la ausencia de los requisitos básicos para “áreas monetarias óptimas”, como la movilidad laboral y la “flexibilidad salarial”, hasta más heterodoxos, que apuntaban a los dilemas de política monetaria ante una recesión que afecte en forma desigual a las regiones (y el sector deprimido demande más expansión y la zona competitiva quiera una moneda fuerte, como sucede hoy), cuestionaban la conveniencia del euro.

Ante este panorama, la pregunta es: ¿por qué la socialdemocracia acepta una integración progresiva (especialmente en la ventana 1995–2000) que la deja casi sin armas para defender a su clase, lo que no era tan difícil de prever, especialmente si uno juzga lo que fue el debate sobre el euro en su origen?

La respuesta es múltiple. En primer lugar, esa socialdemocracia reconvertida, que se desprende de las herramientas macroeconómicas, está cada vez más unida a un mundo financiero y de negocios que en el período 1995-2000 apoyaba abiertamente la unificación monetaria europea. No es casualidad que sus líderes se hayan convertido en miembros de consejos de dirección, asesores y lobbistas de grandes empresas al dejar sus cargos, como por ejemplo G. Schroeder (Gazprom), Felipe González (Gas Natural Fenosa) y Tony Blair (JP Morgan).

En segundo lugar, la ostensible colonización de la Comisión Europea, órgano ejecutivo de la Unión, por cuadros e ideas asociadas a la economía ortodoxa que la socialdemocracia miró o directamente apoyó, fue, como sostiene Nicolas Jabko, clave para consolidar este proceso de integración “desregulada”: la Comisión, órgano burocrático, sin ninguna base electoral y alejado de los gobiernos, fue el emisor central de las políticas desregulatorias sin contrapeso frente a los estados nacionales.

Finalmente, es posible que, en el marco del discurso del mercado auto- regulado emanado de la Comisión, Francia y Alemania priorizaron en esa ventana 1995-2000 una unión que en definitiva era política por encima de cualquier consideración económica.

Obviamente la Gran Recesión post Lehman alcanzó también a los europeos que quedaron fuera de la zona euro. El contra fáctico es que hubiera pasado si el BCE, eventualmente presionado por la Comisión como órgano ejecutivo de la Unión, adoptaba de inmediato una política monetaria más pro-activa ante la crisis en toda la región. Solo en julio de 2012, en el cuarto año de la recesión y cerca del precipicio, el presidente del BCE, Mario Draghi, dijo que “haría todo lo posible para salvar al euro” y frenó la subida desenfrenada de las “primas de riesgo” de los países del sur sin gastar una moneda, simplemente “amenazando” con un programa de compra de bonos. Es más, cada vez que el BCE se involucró en políticas para actuar en serio como prestamista de última instancia, o sea en la conformación del fondo de rescate asociado al Mecanismo de Estabilidad (2010), el programa de compra de bonos en el mercado secundario (2012, nunca implementado) o en la compra masiva de bonos en el mercado primario (o sea directamente a los países, 2015) en el inicio de la expansión monetaria actual, sufrió el embate de la derecha alemana (parte del partido CDU de Merkel, el Banco Central Alemán, y think tanks ortodoxos) que impugnaron esas iniciativas ante el Tribunal Constitucional de Alemania.

En definitiva, Alemania (donde cogobiernan los socialdemócratas) se niega a pagar por ser el ancla de una unión monetaria que la beneficia enormemente, porque es el país más competitivo, y porque se potencia su rol como receptora de bonos de reserva de valor en la zona euro, lo que le implica una posibilidad de financiamiento casi ilimitada. Estados Unidos también era el ancla monetaria en el sistema de unión de tipos de cambio en el Bretton Woods de posguerra: ganaba con su industria pujante del comercio y la baja volatilidad de los tipos de cambio, de los incrementos de economías de escala y del dólar constituido como reserva de valor mundial. Sin embargo, permitía, por ejemplo, a los europeos devaluar ocasionalmente y preservar cierto proteccionismo en la política agraria. Alemania en el siglo XXI, en cambio, sin la amenaza comunista en puerta, se niega a afrontar costo alguno por ser el grandote, y por lo tanto el más liberal del barrio.

Así, la histórica socialdemocracia de la clase trabajadora europea vio cómo se fueron desmantelando, una a una, sus herramientas para proteger a los perdedores del mercado: desde la entrega de las políticas monetarias, fiscales y cambiarias en los 90 hasta llegar al euro en los 2000, un BCE “pasivo” y sitiado por Alemania, y una política fiscal común inexistente en la Unión. Que algunos líderes históricos de la socialdemocracia hablen tontamente de “auge del populismo” desde los consejos de administración de las grandes empresas, no puede ocultar esta saga de defección histórica que la empuja desde hace tiempo a la ruina electoral.


Claves

Crisis internacional 
  • Los avances de la derecha xenófoba, o el voto por Brexit, en áreas industriales y en bastiones tradicionales de izquierda son noticia todos los días.
  • Existe una doble deslegitimación: de la Unión y de los partidos históricos, en especial el de la clase trabajadora.
  • Hay una ostensible colonización de la Comisión Europea, órgano ejecutivo de la Unión, por cuadros e ideas asociadas a la economía ortodoxa que la socialdemocracia miró o directamente apoyó.
  • La histórica socialdemocracia de la clase trabajadora europea vio cómo se fueron desmantelando, una a una, sus herramientas para proteger a los perdedores del mercado. 

* Profesor de Economía Política Comparada, UTDT.