En los medios

Clarín
9/07/16

La propuesta republicana y la virtud cívica

Por Roberto Gargarella
Dentro de la tradición filosófica republicana, la idea de la independencia siempre ocupó un papel prominente.
Y si ello fue así, no se debió a alguna obnubilación nacionalista o militarista, sino al particular lugar que el republicanismo asignara, dentro de su escala de valores, a la idea de libertad. Se trataba de una noción de libertad más robusta de la que defendiera la tradición liberal: hablamos aquí de la libertad como autogobierno. Para que no parezca que esto se trata solamente de juegos de palabras entre filósofos, corresponde prontamente aclarar que el ideal del autogobierno fue el gran factor motivacional de las luchas por la independencia desde hace siglos, el motor que puso en marcha a movimientos revolucionarios, aquí y allá.
Para quienes se tomaron en serio al valor del autogobierno –y a su particular manifestación que fuera la independencia política– el asunto no refería directamente a arengas o a alistamientos forzados para la batalla. Todo lo contrario. Se trataba de educar a la ciudadanía, y de darle razones (no solo materiales) para que ella se involucrara en la disputa y preservación de lo compartido, por lo que era común a todos.
Como no era esperable entonces –como no lo es ahora– que las personas se pusieran de pie en pos del cuidado de la vida en común, la propuesta republicana refería necesariamente a la virtud: virtud cívica del individuo que siente que su destino está atado al destino de aquellos con los que convive; de sujetos que están identificados con la vida en comunidad.
Pero otra vez: la virtud cívica que se requiere para hacer posible la independencia política (el autogobierno en definitiva) debe ser cultivada, antes que meramente exigida o declamada. Cultivada a través del ejemplo de los gobernantes; cultivada con lecturas y estudios; cultivada por medio de prácticas cotidianas que implican esfuerzos equivalentes y proporcionales, y que culminan en resultados que reafirman la básica igualdad que nos relaciona a unos con otros.
Cuando recordamos hoy el aniversario de la independencia, conviene que pensemos (todos, y en particular la clase dirigente) si nos acercamos a aquella significativa fecha a partir de algo más que de acciones mecánicas, plenas de repeticiones, emociones forzadas y recuerdos descomprometidos. Claro que tiene sentido preocuparse hoy por la independencia, pero lo tiene si es que lo hacemos del modo en que lo hicieron algunos de quienes nos antecedieron. Esto es decir, si retomamos la cuestión de la independencia preguntándonos, ante todo, qué nuevas prácticas pueden dar razones a la ciudadanía –a cada uno de nuestros pares– para reconocerse como parte de un colectivo común; para sentir una íntima disposición a ponerse de pie, otra vez, junto con los demás.
Ni retórica vacía, ni fuerza ni propaganda: se trata de volver a reconstruir los vínculos que dan contenido a nuestra comunidad.
Se trata de retomar aquellas prácticas que nos reafirmen como dueños de nuestra propia vida.