Mauricio Macri cumplió con las dos promesas electorales de política exterior que anunció en el tramo final de la contienda presidencial: se distanció de la administración de Cristina Fernández en los temas de Irán y Venezuela. Por una parte, el Ejecutivo no apeló la inconstitucionalidad del Memorándum de Entendimiento argentino-iraní que de hecho nunca entró en vigencia. Por otra parte, en la Cumbre de MERCOSUR realizada en Paraguay en diciembre pasado, el presidente solicitó “la pronta liberación de los presos políticos” en Venezuela.

Cabe destacar que en ambos ejemplos la postura de Macri fue menos rotunda que los anuncios previos a la segunda vuelta cuando siendo candidato dijo que si triunfaba propondría al Congreso la derogación del acuerdo entre Buenos Aires y Teherán y que en el caso venezolano promovería la aplicación de la clausula democrática de MERCOSUR. La primera promesa parece redundante a la luz de prioridades más significativas en cuanto al futuro de la relación Ejecutivo-Legislativo; la segunda era inapropiada pues no se habían producido los hechos que justificaban, al momento, su invocación. En esencia, Cambiemos ya mostró que el giro en política exterior ha empezado. Lo fundamental ahora es precisar el sentido y alcance de dicho giro.

Los virajes en política exterior son comunes a las administraciones de signo político contrario que intentan precisar en las primeras medidas la distancia y diferencia frente a la que las antecedieron. Al inicio de su gestión, Raúl Alfonsín sumó a la Argentina al Grupo de Contadora que procuraba una solución política en América Central; subregión hacia la cual la dictadura militar desplegó una estrategia consistente en sumarse a la “guerra de baja intensidad” que lanzó Ronald Reagan. Al comienzo de su mandato, Carlos Menem desafilió al país del Movimiento de Países No Alineados y ordenó votar de modo coincidente con EE.UU. en la ONU; decisiones destinadas a demostrar un realineamiento con Washington. En el primer tramo de su gobierno Néstor Kirchner abrazó el ideal de la “patria grande latinoamericana” y rechazó el avance del ALCA para dejar atrás los ‘90 y configurar un esquema de vinculaciones más próximo al Sur global. Asimismo, es importante remarcar que cada una de esas novedades en el campo externo estuvo -y está- ligada a la realidad interna: robustecer apoyos sociales, conformar coaliciones para la gobernabilidad, mostrar un perfil político definido, etc.

Pero así como lo era antes y lo es ahora, la clave es saber cuán razonable, sustentable y redituable es el giro en política exterior. O en otras palabras, cuál es el cálculo de costo-beneficio de tal o cual reorientación. Estos interrogantes conducen a ponderar dos ámbitos simultáneos: el entorno doméstico y los atributos reales de poder del país y el marco externo y sus tendencias predominantes. Una lectura correcta de ambos contribuye a eludir un equívoco usual: la sobre-actuación. Aquello, a su turno, conduce a un enfoque prudente que asume que la influencia internacional se alcanza de manera progresiva y que los logros para la política interna se consiguen con esfuerzo. Una lectura errónea de ambos ámbitos lleva a potenciar dos desaciertos habituales: presumir un alto control de actores y dinámicas en el exterior y asumir riesgos innecesarios.

Vistos con este lente el futuro de las relaciones con Irán y Venezuela debe analizarse detenidamente. Por un lado, y respecto a los vínculos con Teherán y tal como lo indicó la canciller Susana Malcorra, es relevante preservar, en condiciones globales turbulentas, lazos económicos que redunden en ventajas para el país. A su vez, hay que tomar recaudos en cuanto a la diplomacia hacia Medio Oriente; área en la cual la capacidad de incidencia argentina es bajísima y los efectos indeseados para el país de lo que allí se libra pueden ser notorios. Una mala interpretación de las tensiones, alianzas y reequilibrios regionales en Medio Oriente puede hacer muy vulnerable a la Argentina; hay que recordar que los atentados a la Embajada de Israel y a la AMIA siguen impunes.

Respecto a Venezuela, ese país fue, en 2014, el quinto receptor de nuestras exportaciones. A su vez, durante 2016 Venezuela ocupará un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU. Si Argentina pretendiese llevar asuntos relevantes a ese foro sería valioso contar con el apoyo venezolano más que con su eventual obstrucción. Buenos Aires no puede darse el lujo de dejar la embajada en Caracas vacante. A menor presencia argentina en Venezuela, mayor será la influencia de otros países de Latinoamérica; en especial de Brasil. En síntesis, Macri ya mostró que hay un cambio en el rumbo de la política exterior del país. Ahora habrá que observar si la ideología es la principal fuente de inspiración de la diplomacia argentina o si el gobierno sabe combinar razones prácticas y de principio, formas de pluralismo y moderación, mirada contextual y visión estratégica.

(*) Director del Depto de Ciencia Política y Estudios Internacionales, UTDT