En los medios

Le Monde Diplomatique
20/11/15

Una travesía por el universo interno

Con el espíritu de un aventurero del siglo XIX, Mariano Sigman se embarca en su nuevo libro a desentrañar los secretos de la mente: un recorrido en el que detalla por qué somos prejuiciosos por naturaleza o qué ocurre en nuestro interior cuando aprendemos. Acerca de La vida secreta de la mente de Mariano Sigman

El 29 de mayo de 1925, Percival Harrison Fawcett se internó en el Amazonas y nunca más salió de allí. Guiado por una curiosidad desenfrenada, este arqueólogo y explorador británico de porte quijotesco -según su amigo, Arthur Conan Doyle- y de por entonces 57 años había decidido renunciar a las comodidades y a los lujos del Imperio para adentrarse en lo desconocido, en la térra incógnita del Mato Grosso y una vez ahí, bajo un calor intenso y hecho un banquete para los mosquitos, hallar el centro de gravedad de cada uno de sus pensamientos, el agujero negro que consumía su vida: "Z", la legendaria ciudad perdida perteneciente -según el Manuscrito 512, un misterioso documento del siglo XVIII que hoy se encuentra en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro- a una civilización altamente desarrollada habitada por indios pelirrojos y de piel clara que gobernaban Sudamérica en la época prehistórica.

Al último de los representantes del selecto club de "los exploradores Victorianos" sólo lo acompañaban en su cruzada su hijo Jack, un amigo -Raleigh Rimell-, un sextante, un cronómetro, unas cuantas latas de conserva, leche en polvo, armas y una irrefrenable sed de gloria. Arrastrados por antiguas leyendas, terminaron convirtiéndose en una. Desde entonces, más de cien personas murieron en su búsqueda. Hoy se cree que fueron asesinados por alguna tribu o que murieron de alguna enfermedad, pese a que aún haya quienes sostienen, sin prueba alguna, que Fawcett terminó sus días como rey de una civilización desconocida.

Mariano Sigman no habita en el siglo XX sino en el XXI. No se deja arrastrar por rumores ni por manuscritos de dudosa procedencia. Sin embargo, como el resto de los miembros de la tribu a la que pertenece -"los neurocientíficos"-, tiene algo en común con Percy Fawcett: él también es un aventurero. El imán de sus ideas y de sus suspiros no son las ruinas de una antigua ciudad escondida en el infierno verde de la Amazonia. Su obsesión no está allá afuera, está adentro.

"Vivimos en tiempos sin precedentes, en que la usina del pensamiento ha perdido opacidad y es observable en tiempo real -dice el director del Laboratorio de Neurocienciade la Universidad Torcuato Di Telia en el arranque de su más reciente libro, La vida secreta de la mente-.

Me gusta pensar la ciencia como una nave que nos lleva a lugares desconocidos, a lo más remoto del universo, a las entrañas de la luz y a lo más ínfimo de las moléculas de la vida." Neuro-coaching Tuvieron que pasar décadas de exploración espacial y de construcción de descomunales telescopios en la tierra y en el cielo para descubrir una simple pero trascendental verdad: el objeto más complejo del universo ya lo habíamos descubierto hace rato. No flota en alguna galaxia remota o en el abismo del espacio sino dentro de nuestras cabezas. Todo lo que somos, lo que sentimos, lo que creemos y deseamos ocurre ahí -acá-, en un órgano gelatinoso, tan eficiente, tan poderoso, producto de millones de años de evolución. Es, como le gusta repetir a Sigman en sus charlas y conferencias, la máquina que construye aquel show multisensorial que llamamos realidad.

Al igual que ocurrió hace casi cien años con Percy Fawcett y demás aventureros que se internaron en la jungla, el desierto, el mar y el hielo para encontrar tesoros -y encontrarse a sí mismos-, los medios reverencian a los exploradores del cerebro. Editoriales, diarios y revistas descubrieron -al fin- al cerebro y a sus cartógrafos. Como si hubieran nacido ayer, como si hasta hace un par de años no existieran.

En pocos años, nos invadieron con un alud de libros de neurociencias que desorienta.
En la imperiosa necesidad de saber qué ocurre en su interior (y, en el proceso, cómo hacer para cambiar, reinventarse de la noche a la mañana), el lector cae en emboscadas del marketing y en "más-de-lo-mismo". Se deja seducir no por propuestas científicas serías escritas por científicos que hacen ciencia, sino por recetas light. Son conquistados por el neuro-coaching, o lo que es lo mismo, libros de autoayuda maquillados por la retórica científica. O sea, Deepak Chopra en versión neuro.

Lejos del neurodeterminismo No es el caso de La vida secreta de la mente, en el que Sigman -director del programa de "Toma de decisiones" del proyecto Human Brain Project- no ofrece soluciones mágicas, trucos, tips olvidables o fórmulas para cambiar de un día al otro la manera en que nos conducimos en la vida. Sigman, más bien, propone un viaje, una travesía intelectual similar a la emprendida por Cari Sagan en Cosmos a bordo de su nave del conocimiento, pero en esta oportunidad por nuestro universo interno: un recorrido en el que detalla y explica cómo elegimos y qué hace que confiemos (o no) en los demás y en nuestras propias decisiones -del conductor que decide cruzar o no el semáforo en amarillo al juez que decide condenar o exonerar a un acusado, el elector que vota a un candidato u otro, el consumidor que aprovecha o es víctima de una promoción-; cómo funciona la atención y qué rol juega en la civilización la corteza prefrontal o torre de control del cerebro; cómo nace la conciencia y cómo nos gobierna el inconsciente; qué sucede en el cerebro durante los sueños o qué ocurre en nuestro interior cuando aprendemos; por qué somos prejuiciosos por naturaleza, y por qué creemos ciegamente en la realidad que construimos.

"Todos fuimos científicos en nuestra niñez -escribe este investigador con un tono más cercano a una declaración de principios, a un manifiesto, que a una lección de un erudito- y no solo por una vocación exploratoria, por andar rompiendo cosas para ver cómo funcionan -funcionaban—, o atosigar con porqués hasta el infinito. Lo fuimos también por el método que utilizamos para descubrir el universo. Los chicos construyen teorías y modelos de acuerdo con la explicación más plausible de los datos que observan." Uno de los cambios radicales que impulsan las neurociencias, explica Sigman, es nuestra visión sobre cómo piensan Vos bebés y los chicos. "E cerebro de un recién nacido no es una tabula rasa.

Al contrario. Venimos al mundo como una máquina de conceptualizar -dice-.
La vida mental de un chico es mucho más rica y sofisticada que lo que podemos intuir a partir de su incapacidad de comunicarla. Incluso los recién nacidos forman conceptos abstractos y sofisticados, tienen nociones matemáticas y esgrimen nociones del lenguaje. En ocasiones, ypese a ser una idea contraintuitiva, el desafío de los niños no es adquirir nuevos conceptos sino aprender a gobernar los que ya poseen." El cerebro está preparado y predispuesto para el lenguaje desde el día en que nacemos. Pero esta predisposición no se materializa sin experiencia social, sin ejercitarla con otras personas.

"El bilingüismo implica cierto virtuosismo cognitivo. Los niños bilingües tienen una ventaja en las funciones ejecutivas -indica-. Hablar más de un idioma también cambia la anatomía del cerebro.

Los bilingües tienen mayor densidad de materia blanca que los monolingües. Es más, los bilingües son menos propensos a desarrollar demencias seniles." Lejos de caer en el neurodeterminismo, Sigman abraza una postura hace tiempo inaugurada por el neurobiólogo francés Jean Pierre Changeux: un enfoque "neurocultural", o sea, la noción de que lo biológico y lo cultural están intrínsecamente relacionados. La trama social afocta a la biología misina del cerebro, así como nuestra biología incide en lo social. "Diferentes experiencias sociales resultan en cerebros.completamente distintos. Una caricia, una palabra, una imagen, cada experiencia de la vida deja una traza en el cerebro. Dos niños de tres años pueden tener los cerebros completamente diferentes: uno creció con afecto y educación normal; el otro, sin contención afectiva, educativa ni social. Estas marcas modifican el cerebro y, con ello, la manera de responder a algo, la predisposición a relacionarse con alguien, los anhelos, los deseos, los sueños." Estas reflexiones neuroeducativas separan a La vida secreta de la mente del resto de la librería neurocientífica. Se trata de una mirada que trasciende la fría descripción del anatomista. "Pienso a la neurociencia como una manera de comprender a los otros y a uno mismo.

De hacernos entender. De comunicarnos -señala Sigman-. En la gesta por entender el pensamiento humano, la división entre biología, psicología y neurociencia es una mera declaración de castas.

A la naturaleza no le importan las barreras artificiales del conocimiento." Como pocos neurocientíficos, Sigman es humilde en sus aseveraciones: "Hoy, la neurociencia, con su capacidad de manipular y adivinar las huellas de la conciencia, está donde la física estaba respecto del calor en plena revolución industrial. Somos capaces de detectar la conciencia, de manipularla, de adivinar sus trazas y signaturas. Hoy, como antes con el calor, la ciencia tiene que dar prontas respuestas sobre el problema de la conciencia, de cuyo sustrato fundamental aún no sabemos nada".
La aventura continúa. El cerebro humano es caprichoso y obstinado. Aún se resiste a revelar todos sus secretos. Y los neuroexploradores se resisten a quedar para siempre atrapados en los pasadizos oscuros de su jungla. 

Por Federico Kukso