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31/10/14

De cómo Kirchner frustró la "situación ideal para un gobernante"

"Los límites de la voluntad", de Marcos Novaro, Alejandro Bonvecchi y Nicolás Cherny, analiza la década que va de un default al otro, exponiendo los motivos por los que las voluntades de la clase dirigente llegaron a resultados distintos de los buscados. Extracto

Por Alejandro Bonvecchi

En el tramo del libro que reproducimos aquí, los autores (*) analizan el año 2006, según su enfoque, un momento lleno de promesas y condiciones ideales para la reformulación del sistema político y de la organización económica, y los motivos por los cuales ello no fue posible.

La voluntad ante sus límites

A comienzos de 2006 un nuevo país parecía posible. La economía crecía de manera sostenida y el crecimiento, a diferencia de lo ocurrido en la segunda mitad de los años noventa, generaba empleo y reducía la pobreza al mismo tiempo que ampliaba las oportunidades de consumo. La Argentina acababa de librarse de la tutela financiera de sus tradicionales acreedores a través de la reestructuración de la mayor parte de la deuda pública y del pago de la remanente con el Fondo Monetario Internacional. Y la región en su conjunto, mientras tanto, se alejaba de la tutela política de Estados Unidos con el rechazo al ALCA en la Cumbre de las Américas. En otro plano, los militares que habían evitado su juzgamiento por los crímenes cometidos durante la última dictadura gracias a las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, y de los indultos estaban rindiendo cuentas ante los tribunales, sin la menor sombra de indisciplina en los cuarteles. Y la democracia argentina, con ello, parecía poder alcanzar finalmente su madurez.

Las elecciones de 2005 habían enviado a retiro a buena parte de la dirigencia que hasta entonces venía comandando los partidos políticos, consagrando no solo el liderazgo del presidente Kirchner sobre el peronismo y la fragmentación del campo no peronista, sino también el relegamiento del radicalismo por las emergentes figuras de Carrió desde la centroizquierda y Macri desde la centroderecha. El país se ponía en nuevas manos, y parecía dispuesto a dejar atrás los conflictos y tensiones que lo habían acosado y habían obturado su progreso durante décadas, reconciliando por fin al peronismo con la izquierda, al nacionalismo con el desarrollismo, a la democracia con un crecimiento inclusivo.

En el nuevo país que se insinuaba parecían abrazarse solidarios una nueva organización económica y un nuevo sistema político. La nueva organización económica consistía en una combinación inédita para la historia argentina: una economía abierta con tipo de cambio real competitivo y superávit fiscal y comercial. Esta combinación prometía superar los obstáculos que en el pasado habían impedido consolidar procesos de crecimiento económico con ampliación del bienestar social. El mantenimiento de la apertura económica y el superávit fiscal removían dos causas principales de la inflación que había sido crónica durante la segunda mitad del siglo XX: la protección arancelaria que permitía a empresarios y sindicalistas aumentar precios y salarios sin temer la competencia de productos importados, y el déficit fiscal que, recurrentemente, inducía a las autoridades a emitir más dinero para financiarlo del que la economía estaba dispuesta a aceptar. Por otra parte, el tipo de cambio real competitivo y el superávit comercial permitían impulsar a la vez que aprovechar el crecimiento de las exportaciones y de las cadenas de valor asociadas a los sectores exportadores, contribuyendo simultáneamente al ingreso de divisas y a sostener el superávit fiscal, a través de los impuestos al comercio exterior, así como a la generación de empleo y la reducción de la pobreza que impulsaban el consumo y la demanda agregada en el mercado interno.

Apuntalada por los altos precios de los productos exportables y las bajas tasas de interés internacionales, esta nueva organización económica prometía dejar atrás no solo los males de la depresión que había acompañado el colapso de la convertibilidad, sino más en general las décadas de volatilidad y oscilación entre ciclos cortos y marcados de crecimiento y de crisis (Gerchunoff y Aguirre, 2006). Prometía, en definitiva, que nunca más habría Rodrigazo, hiperinflación, ni un colapso como el de 2001.

El nuevo sistema político en ciernes era, en cambio, más impreciso en sus contornos. Emergían con claridad tres elementos: la dominancia electoral del peronismo; el liderazgo de Kirchner sobre su aparato, y la declinación del radicalismo como segunda fuerza. Estos rasgos prometían estabilidad política: no había chances de alternancia en el gobierno y había certeza acerca del control del Presidente sobre su propia maquinaria política y su sucesión. Desde la Organización Nacional el país había experimentado tal contexto de estabilidad en apenas cinco ocasiones: los gobiernos de Roca, Yrigoyen, Alvear, Perón y Menem, y solo ahora se combinaban la estabilidad de las reglas de juego democrático con la escasa competitividad de las fuerzas opositoras,configurando algo así como la situación ideal para el gobernante, en la cual nadie podía impugnar su legitimidad de origen ni tenía recursos suficientes para amenazar su legitimidad de ejercicio.

Sin embargo, el resto era pura incógnita: ¿persistiría la fragmentación en el campo no peronista o el radicalismo sería reemplazado por otra fuerza política en el rol de principal oposición? ¿Cuáles serían las orientaciones ideológicas o programáticas de los partidos al cabo de la reconfiguración en curso? ¿Cuáles sus bases electorales? ¿Qué posibilidades tendrían otros partidos de acceder al gobierno nacional o a las gobernaciones provinciales mayoritariamente controladas por el peronismo? En el vértice del gobierno kirchnerista se pergeñaba una respuesta a estas incógnitas: el liderazgo de Kirchner construiría una nueva fuerza política de centroizquierda basada en –pero mayor que– el peronismo, con asiento electoral en los sectores populares y las capas medias; e inducidos por la potencia electoral de esta nueva coalición, los sectores de derecha y centroderecha del peronismo y del radicalismo confluirían a su vez en una nueva fuerza opositora que, escasa de inserción popular, sería una eterna segundona del kirchnerismo, como el radicalismo de Balbín lo había sido del peronismo de Perón. Con la diferencia de que esta vez sí el sistema de poder sería estable, tanto económica como políticamente adecuado a las necesidades del país.

Para avanzar en esa reconfiguración del sistema político, Kirchner decidió utilizar como herramientas centrales aquellas que le habían permitido ascender a la jefatura del peronismo: la ya mencionada maximización del crecimiento económico basado en el consumo, y la cooptación de dirigentes de distintos partidos bajo su liderazgo. Su apuesta supuso que, como hasta entonces, el éxito de una herramienta alimentaría el de la otra: cuanto más vigorosos fueran el crecimiento y el consumo, más sencillo sería para Kirchner cooptar dirigentes y reestructurar el campo político a su voluntad.

Pero sería precisamente esta voluntad la que encontraría sus límites en el curso de 2006. Por el lado de la economía, por las inconsistencias entre instrumentos y objetivos de política económica, la resistencia de sectores empresarios al uso de algunos de esos instrumentos, los costos impuestos por los sindicatos a cambio de su cooperación, el agotamiento de la capacidad instalada en la industria y la infraestructura, y el crujido en uno de los eslabones débiles de la cadena: los precios del sector externo. Por el lado de la política, por la activación de la competencia sucesoria peronista en los niveles provinciales y municipales, y por el rechazo de la opinión pública al reeleccionismo y a la reforma de la Constitución, componentes centrales de la fórmula política con que el nuevo líder quiso proyectar su dominio tanto más allá del peronismo como de su tiempo en el cargo. El Presidente lograría, al cabo, lidiar exitosamente con estos límites, aunque no podría superarlos y generaría, con las decisiones tomadas para intentarlo, costos y restricciones que a la larga acotarían todavía más el poder de su voluntad.

(*) Sobre los autores:

Marcos Novaro nació en 1965 en Buenos Aires, estudió Sociología y Filosofía en la UBA. Actualmente es investigador principal del Conicet y dirige el Centro de Investigaciones Políticas y el Archivo de Historia Oral de Argentina Contemporánea en el Instituto Gino Germani. Ha sido becario Fulbright en la George Washington University y en la Columbia University (2006) y becario Guggenheim entre 2008 y 2009. Entre sus trabajos más recientes cabe mencionar Argentina en el fin de siglo: democracia, mercado y nación (2009), Historia de la Argentina (1955-2010) (2010) y la compilación titulada Peronismo y democracia (2014). Es también coautor de Vamos por todo (2013). Se desempeña como profesor de Teoría Política Contemporánea en la UBA y columnista de opinión de diversos medios de comunicación.

Alejandro Bonvecchi nació en Buenos Aires en 1973 y es Licenciado en Sociología por la UBA y Ph. D. in Government (Universidad de Essex). Ha enseñado en las universidades de Buenos Aires, Essex y Yale, y ha sido Fellow del Woodrow Wilson International Center for Scholars y del MacMillan Center for International and Area Studies. Sus temas de investigación son la política presidencial y legislativa, el manejo de crisis económicas y la economía política del federalismo. Ha publicado dos libros y varios artículos en revistas académicas y compilaciones editadas en Argentina, Brasil, España y Estados Unidos. Actualmente se desempeña como profesor ordinario adjunto en el Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la Universidad Torcuato Di Tella y como investigador adjunto del Conicet.

Nicolás Cherny nació en 1974 en Buenos Aires y es profesor de Ciencia Política en la UBA e investigador del Conicet en el Instituto de Investigaciones Gino Germani. Tiene un doctorado en Ciencias Sociales (FLACSO) y un máster en Gobierno (Universidad Complutense de Madrid). Es investigador del proyecto Conicet "Empresarios y política en Argentina" y codirector del proyecto FONCyT "Federalismo y política legislativa". Ha publicado diversos artículos en revistas científicas, nacionales e internacionales. Su trabajo "El gobierno del cambio de política cambiaria en Argentina" ha recibido premios del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales (España) y de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política (Alacip).

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