Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales

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La Nación
20/09/14

Los Estados del siglo XXI

Por Juan Gabriel Tokatlian
En los últimos años hemos asistido a la irrupción de nuevos Estados: Sudán del Sur independiente; Crimea, devenido sujeto federal de Rusia. Estos ejemplos y otros más reflejan una tendencia contemporánea hacia la creación de Estados. Las razones que buscan explicar este fenómeno han sido, por lo general, de dos tipos. El argumento prevaleciente durante la Guerra Fría ponía el acento en el desmoronamiento del colonialismo, el avance de los movimientos de liberación nacional, las disputas y los compromisos entre las potencias y la desintegración de los imperios. En los últimos lustros las explicaciones se han ampliado y complejizado. Aún persiste la cuestión del peso de los contubernios entre los poderosos, pero en un sentido inverso. Es decir, las creaciones artificiales de Estados producto de la idea de asegurar áreas de influencia encuentran cada vez más límites y contradictores. Así, por ejemplo, el acuerdo de Sykes-Picot de 1916 entre Gran Bretaña y Francia implicó la división de Medio Oriente de acuerdo con los objetivos e intereses de París y Londres. Lo que está ocurriendo en esa parte del mundo pone en entredicho la viabilidad presente y futura del centenario arreglo franco-británico.

En un sentido más integral, algunos análisis enfatizan la concatenación de factores que tienden hoy a catalizar el surgimiento de más Estados. Por ejemplo, una globalización que simultáneamente incorpora y fragmenta espacios geográficos y productivos; un auge inquietante de la desigualdad, con sus efectos nocivos sobre la cohesión social, la solidaridad comunitaria y la identidad nacional; un aumento de las rivalidades étnicas, religiosas, culturales, clasistas y políticas en escenarios domésticos de creciente polarización; el mal uso del principio de la "responsabilidad de proteger" en años recientes y la consecuente oscilación entre la parálisis diplomática y el desborde militar ante recurrentes crisis humanitarias; estándares menos estrictos, en comparación al siglo pasado, en cuanto al reconocimiento de nuevos Estados por parte de la comunidad internacional; el descrédito de Naciones Unidas como ámbito para moderar, tramitar y resolver conflictos entre países y la persistencia de prolongadas e irresueltas disputas territoriales de distinto tipo. Ninguno de estos factores coadyuvantes parece orientarse, al menos en el corto y mediano plazos, a favor de la estabilidad, la justicia, la convivencia y la prosperidad.

Por lo tanto, se trata, básicamente, de entender el fenómeno de la creación de nuevos Estados y evitar las dos alternativas que han prevalecido por mucho tiempo: negar el fenómeno o reprimir su surgimiento. Así, por ejemplo, en noviembre de 2012 la Asamblea General de la ONU aprobó una resolución (138 votos a favor, 41 abstenciones y 9 en contra) mediante la cual Palestina pasaba a ser un "Estado observador" de la organización. Mientras en los últimos tiempos el vicepresidente de Estados Unidos, Joseph Biden, venía respaldando la idea de federalizar Irak, en julio último el Parlamento Europeo aprobó una moción que, por primera vez, no estipula que Irak deba permanecer unido: ambas manifestaciones han sido interpretadas como una señal de Occidente a favor de la independencia del Kurdistán iraquí.

Todo esto debe ser evaluado con una mirada histórica. Al nacer la ONU, sólo 51 países eran miembros plenos. En 1984, el número ascendió a 159. Desde 1990 se han creado 34 países y hoy Naciones Unidas tiene 193 miembros. ¿Es posible, entonces, contemplar la instauración de nuevos Estados en la primera mitad del siglo XXI?

Mi respuesta preliminar es positiva. De hecho ya existen nuevos Estados con reconocimiento limitado. Nagorno Karabaj -producto del conflicto entre Armenia y Azerbaiyán- ha sido reconocida por Abjasia y Osetia del Sur. A su turno, las repúblicas de Abjasia y Osetia del Sur -nacidas después de la guerra de 2008 entre Georgia y Rusia- han sido reconocidas por Rusia, Nicaragua, Venezuela y Nauru. En aquel año declaró su independencia Kosovo, que, a la fecha, ha recibido 108 reconocimientos diplomáticos. Veintiún Estados de la ONU más la Santa Sede reconocen todavía a Taiwán. La República Árabe Saharaui Democrática ha sido reconocida por 82 miembros de Naciones Unidas. También están los casos que procuran la independencia, por vías pacíficas o armadas, dentro de un Estado constituido: son ejemplos, entre otros, Cataluña, Euskal Herria, Flandes, Chechenia y Quebec. Asimismo, es importante destacar la existencia de más de 70 micronaciones y unas 50 dependencias territoriales, varias de de las cuales buscan la autodeterminación. A todo lo cual se deben agregar más de un centenar de fuerzas y movimientos secesionistas dispersos y activos en Asia, África, América del Norte, Sudamérica, Europa y Oceanía. Sin olvidar, por último, que el número de naciones que participan en los juegos olímpicos son 204, el total de los miembros de la FIFA es 209 y la lista actual de Internet hosts es de 233 y todos superan el conjunto de países con asiento en la ONU.

En síntesis, parecen existir condiciones facilitadoras para la gestación y concreción de nuevos Estados y el Estado, tal cual se lo ha concebido en los últimos dos siglos, está siendo jaqueado por enormes retos internos y externos. Esto significa que su configuración y sostenimiento está en mutación. Por lo tanto, no estamos frente al surgimiento de nuevos Estados sólidos y seguros, sino ante la proliferación de formas estatales imprevistas, frágiles y cambiantes. Si ello evolucionara así, entonces habría que ponderar un escenario global muy turbulento y pugnaz.

(*) Director del Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la Universidad Di Tella

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