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14/07/14

Beijing y Moscú, de paso para Brasil vía Buenos Aires

Tribuna. La presencia en la Argentina, en el plazo de una semana, de los presidentes de Rusia y China es histórica. Es que América latina se convirtió para ellos en un objetivo estratégico de trascendencia.

Por Carlos Pérez Llana

Entre el sábado pasado y el próximo contamos con las visitas a la Argentina de los presidentes ruso y chino.
Se trata de un acontecimiento: pocos jefes de Estado llegan a estas tierras. Ambos decidieron aprovechar la Cumbre de los BRICS en Brasil.

Se trata de dos líderes que hoy se arropan en el nacionalismo. Resulta difícil encontrar otros puntos en común. Rusia formalmente es una democracia, mientras China es gobernada por el Partido Comunista, que acepta la existencia del mercado en sectores de su economía. Putin y Xi Jinping conducen procesos diferentes.

Putin busca reconstituir la geografía soviética; Xi conduce una estrategia compleja: el ascenso de China.

La “Unión Soviética. 2” es un proyecto instalado hace años en el Kremlin. Putin definió “la desaparición de la URSS como la gran catástrofe geopolítica del siglo XX” y trabaja para reconstruirla desestabilizando las fronteras del “extranjero próximo”. Esa empresa se realiza a través de dos instrumentos: el poder energético y los sentimientos de las minorías rusas que habitan en el ex Imperio Soviético. En un tercer nivel se ubica algo no menor, el poder militar. En el 2008 se lanzó la reconstrucción imperial: Georgia fue invadida y el territorio ocupado no fue devuelto. Con estos antecedentes se explica por qué, cuando Ucrania anunció la firma de un Acuerdo con la Unión Europea, Putin desestabilizó al régimen de Kiev, manipulando a las minorías rusas que habitan en Ucrania. Conclusión: anexión de Crimea.

En poco tiempo el panorama cambió. En Ucrania, luego de las elecciones presidenciales, existe un poder legítimo que Putin no puede ignorar. Además, en las regiones habitadas por rusos, no encuentra gran apoyo la resistencia liderada por cuadros militares que Moscú utilizó en Chechenia. Además, el costo de la incorporación de la Península es elevado. Europa revisa las compras de gas ruso; Moldavia, Georgia y Ucrania terminaron firmando el Acuerdo Comercial con Bruselas y las sanciones económicas golpean a oligarquía rusa: embargo de cuentas bancarias, caída de la Bolsa y fuga de capitales.

El aislamiento también cuenta: violar el principio de la soberanía encontró pocos apoyos en la ONU, ni siquiera Pekín acompañó.

Sólo con el veto Rusia impidió en el Consejo la aprobación de una Resolución condenatoria.

Moscú dejó de ser un proveedor seguro de gas. Por eso buscó nuevos mercados, firmando con China un megaacuerdo gasífero favorable a Pekín. Para compensar, la diplomacia del Kremlin intenta potenciar la imagen presidencial.

Dos ejemplos: en el acto recordatorio del desembarco de Normandía, Putin compartió agenda con los líderes europeos y Obama, pero debió reconocer al presidente ucraniano. El segundo: Putin agradeció al gobierno argentino la inexplicable abstención en la Asamblea -en el Consejo votó condenando la intervención en Crimea-.

En ese contexto se explica la visita de Putin a Buenos Aires, más allá de los contenidos de una agenda que incluía compra de material militar, cooperación nuclear, inversiones de Gazprom y participación rusa en proyectos de infraestructura.

La visita del líder chino ocurre en este contexto. Luego del affaire Crimea, en Pekín parece haberse impuesto una línea interna que interpreta la crisis financiera del 2008 como una manifestación de la declinación norteamericana.

Los sucesos de Crimea habrían llevado al Partido Comunista a profundizar los reclamos de soberanía marítima. Seis meses antes, el premier chino visitó Vietnam y declaró que para superar el litigio en torno a las Islas Paracelso, su gobierno estaba dispuesto a compartir las riquezas energéticas off shore. Luego de la secesión ucraniana, Pekín cambió de política y envió una flota para proteger a dos plataformas petroleras que instaló en esas aguas. De esta forma se agravó la crisis entre China y los países afectados: Japón, Filipinas y Vietnam. La respuesta de Tokio fue contundente: el primer ministro Shinzo Abe reinterpretó el artículo 9ª de la Constitución: d e ahora en más Japón podrá participar en sistemas de defensa colectiva, sus fuerzas dejan de ser de “autodefensa”.

La lucha contra la corrupción irrumpió en las Fuerzas Armadas chinas, un dominio protegido dentro del Estado. El ex vice presidente de la Comisión Militar -general Xu- fue expulsado del Partido y procesado. Esta decisión constituye una ruptura que afecta a uno de los pilares del sistema de poder, reacio al cambio y a las reformas.

Así el presidente consolida su liderazgo cuando encara reformas económicas que afectan intereses en el seno del Partido.

Ahora el presidente Xi envía un mensaje con eje en la transparencia y se dispone a encarar la modernización militar: menos batallones de combatientes, más poder naval y aéreo. Las nuevas prioridades van en la línea de una China asertiva: mayor presencia en el Pacífico, en Internet y en el espacio.

Esta es la China actual, un laboratorio político y la expresión de una ambición internacional que para algunos persigue el liderazgo global y para otros sólo el asiático. El ascenso de China motiva debates en torno a su naturaleza: ¿será pacífico o apelará a la fuerza? El “Consenso de Beijing” implica ventajas y desventajas para el mundo en desarrollo.

En la Argentina no se debate sobre el tema, pese a que existen fuertes vínculos e intereses convergentes de naturaleza comercial, financiera y energética.

Para evitar las desventajas y maximizar nuestros intereses, no podemos desconocer una circunstancia: Rusia y China están elaborando la Doctrina Monroe del siglo XXI.


(*) Experto en Relaciones Internacionales. Profesor en Universidades Siglo 21 y Torcuato Di Tella.

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