Di Tella en los medios
La Nación
15/08/10

El riesgo de personalizar todo

Por Sergio Berensztein

Por Sergio Berensztein

Después de casi siete años en el poder, es evidente que los Kirchner tienen todavía el apoyo de un segmento relevante de la sociedad argentina, aunque, de acuerdo con el sondeo que realizó Poliarquía en exclusividad para La Nación, sólo un 26% se siente muy cerca o cerca del matrimonio presidencial y una enorme mayoría (68 %) se ve lejos o muy lejos. Pero en un contexto de creciente fragmen- Continúa en la Pág. 9, Col. 3 OPINIÓN Candidatura deseada ¿Quién preferiría usted que fuese el candidato del oficialismo para las próximas elecciones presidenciales: Néstor Kirchner o Cristina Kirchner? Candidatura oficialista En su opinión, ¿quién será el candidato del Gobierno para las próximas elecciones presidenciales: Néstor Kirchner o Cristina Kirchner?La historia Comparación ¿Usted diría que el gobierno de Cristina Kirchner es mejor, igual o peor que el de Néstor Kirchner?OPINIÓNEl riesgo de personalizar todo Continuación de la Pág. 1, Col. 5 tación de la oposición, esto constituye un umbral nada despreciable, que prenuncia que los Kirchner podrán tener más influencia que la que generalmente tienen los presidentes al ñnal de su mandato. ¿Implica esto un consecuente atractivo en términos electorales? Es importante diferenciar el poder de una administración en términos regulatorios y de control de la agenda pública, de la seducción que un candidato puede tener en la sociedad luego de dos gestiones de gobierno.

Los Kirchner tendrán lo primero, pero ¿cómo convencer a sus potenciales votantes de que están capacitados para resolver alguna de sus principales preocupaciones, como la inseguridad, si no lo han hecho durante más de ocho años? Es demasiado pronto para especular con el comportamiento electoral que tendrán los argentinos en 2011. Sin embargo, todas las elecciones se definen en función de lo que hagan o dejen de hacer sus protagonistas. Los Kirchner ya hicieron lo suyo y deberán reinventarse en estos meses para seducir a una mayoría de sectores medios, rurales y urbanos, que le han dado repetidamente la espalda. Esto sugiere que la próxima elección la gana o la pierde alguna de las alternativas de la oposición. A su vez, una de las principales características de nuestra cultura política es que nos fatigamos bastante pronto con los líderes a los que queremos. Los legados de esos dirigentes suelen ser muy magros: nuestra dinámica política es tan peculiar que ignoramos los esfuerzos de quienes se dedican a la cosa pública. Tal vez luego de algún tiempo permitimos que la razón amortigüe a la pasión y recocemos algún aporte, como ocurre ahora con Frondizi o con Alfonsín, en su momento tan denostados.¿Cuál será el lugar que la historia les deparará a los Kirchner?

Es obviamente demasiado pronto para saberlo. Pero es indudable que integrarán el panteón de quienes hicieron del poder una cuestión personal, esa frondosa tradición que se despliega a lo largo de toda nuestra historia. Mucho antes de esta transición inconclusa iniciada en 1983, encontramos innumerables ejemplos de la personalización de la política que incluso involucran a algunos de los pocos líderes canónicos destacados y respetados por casi todos. Los protagonistas de la vida política de una sociedad democrática son siempre personas de carne y hueso. Puede tratarse de representantes de partidos o instituciones, de corrientes de opinión o grupos de interés, pero se trata de seres humanos con valores, ideas, temores, prejuicios y hasta obsesiones que explican muchos de sus comportamientos y decisiones.

A medida que acumulan mayores responsabilidades, deben resignarse a que, por lo general, no hacen lo que quieren, sino apenas lo que pueden. Y con el paso del tiempo advierten que la mejor decisión en términos del bien común no necesariamente coincide con su preferencia, sino con la que concita un consenso más amplio. Liderar implica, asimismo, aprender de los propios errores, y eso por definición exige una cuota de humildad y de autocrítica.

La importancia relativa de los liderazgos personales suele ser notablemente mayor cuando, como ocurre en la Argentina, la política no está basada en reglas del juego claras y estables y, por lo tanto, se aborta el desarrollo de organizaciones eficaces para canalizar las genuinas demandas de la ciudadanía, como deberían ser los partidos, los sindicatos, los grupos de interés y las ONG. La exageración de los liderazgos personales genera innumerables problemas para el desarrollo democrático, pues contribuye a bloquear el desarrollo de mecanismos vitales para la administración del Estado, al priorizar la lealtad y el nepotismo a los criterios meritocráticos y la solvencia profesional. Este personalismo y faccionalismo extremo no se limita a nuestra vida política, sino que se extendió incluso a la cultura y al deporte: Borges y Piazzoüa fueron amados y odiados por legiones de seguidores y de criticones. Y hasta los debates en el fútbol se desplegaron en torno de personas ("menottismo" vs. "bilardismo").

Los argentinos preferimos organizar nuestra vida pública y nuestras mentalidades en forma binaria, confrontativa y superficial. Hasta nos hemos convencido de que el título completo del Facundo, la gran obra de Sarmiento, es Civilización o barbarie, cuando en realidad es Civilización y barbarie, lo cual en términos lógicos significa exactamente lo contrario: la "o" expresa oposición, la "y" es un sinónimo de adición. Nunca es tarde para comenzar a debatir de forma amplia y sincera cuestiones que pueden molestar, pero forman parte de un acervo cultural compartido y que obtura nuestro desarrollo como sociedad. Ojalá que estas reflexiones y los datos de la encuesta que hoy publica La Nación contribuyan en ese sentido.

El autor es profesor de la UTDT y director de Poliarquía Consultores

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