Di Tella en los medios
ADN Cultura
7/03/9

Aprender arte

El campo artístico ha logrado la señal más clara de éxito al ser pensado como una actividad profesional con creciente salida laboral. Con la misma velocidad que en su momento detectó un futuro para las carreras de administración de empresas o las de comunicación, el mundo universitario local vio en el arte un "nicho", según la jerga del marketing, con enormes posibilidades

Por Raquel San Martín

Durante años, la crítica de arte fue terreno de escritores y poetas; el diseño de una exposición, de museólogos; la dirección de una galería, de conocedores; la política cultural, de intuitivos. Ya no.

Del gueto y la elite a la tapa de los diarios y las exposiciones que atraen multitudes, el arte ensanchó sus fronteras, rodeó a los artistas con una variedad de nuevas funciones, pero también refinó sus demandas. "En el mundo del arte hoy ya no es suficiente estar conectado", sintetiza una curadora.

Hoy hace falta haber estudiado. En la Argentina, la oferta posible se multiplica en especialidades: gestión cultural, curaduría, conservación y restauración de obras, montaje de exposiciones, crítica de arte, artes electrónicas e historia del arte se reparten en licenciaturas y posgrados en las universidades e institutos, que contratan a investigadores y curadores para pedirles que diseñen para ellos programas innovadores en un campo pleno de ofertas.

Como eco de una tendencia que ya tiene años en otros países, aquí se crean carreras, se publican libros y se abren posibilidades de investigación en todo aquello que acompaña y sostiene a los artistas, desde seleccionar y colgar sus obras hasta criticarlas y estudiarlas, pasando por promoverlas en el mercado. En ese sentido, el campo artístico -nunca como hoy una actividad colectiva- ha logrado la señal más clara de éxito: poder ser pensado como actividad profesional.

Paralelamente a este interés más formal, el auge de la oferta desborda y alcanza al público común: museos y centros culturales organizan cursos que se dictan a sala llena, ante un auditorio ávido de entender y formar parte de un universo artístico que abre sus puertas pero mantiene algunas barreras sólo traspuestas por los que saben.

"En la proliferación hay una gran diversidad. Por un lado, hay un conjunto de propuestas destinadas a un público interesado y otras de formación de posgrado, que aproxima el arte a profesionales de otras carreras. Y otro grupo, que son las carreras y posgrados de universidades, con fuerte predominio de las estatales, que llegan a un público más especializado y también extranjero. En muchas de ellas, entre el 25 y el 30% de los alumnos provienen de países latinoamericanos, lo que es un estímulo para el desarrollo pero también para el sostenimiento de los posgrados", sintetiza a adn cultura Diana Wechsler, investigadora del Conicet, profesora en la carrera de Artes de la UBA y en las maestrías del área de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam), además de curadora independiente.

Impulsado por un discurso político que atribuye a la cultura la capacidad de integrar socialmente y generar recursos, el arte se puso de moda. Y ya hay quienes alertan sobre una saturación de profesionales formados para un mercado local que, aún en expansión, tiene dimensiones modestas y una multiplicación de ofertas que no arriesgan demasiado desde el punto de vista intelectual.

Con la misma velocidad que en su momento detectó un futuro para las carreras de administración de empresas, o para las de comunicación, el mundo universitario local vio en el arte un "nicho" -en el lenguaje del marketing- con posibilidades en alza.

En 38 de las 93 instituciones universitarias del país, públicas y privadas, hoy se dictan carreras vinculadas al arte, que atraen, según datos del Ministerio de Educación, a unos 49.000 estudiantes, más que los que estudian Ciencias de la Comunicación. El crecimiento del interés es sostenido y constante: desde 2001 se incorporaron 10.000 alumnos y las carreras de arte ocupan hoy el quinto lugar en las preferencias de los nuevos ingresantes. Todo un logro para una actividad que, hasta hace poco, en muchos imaginarios seguía asociada a la pobreza.

A las carreras más tradicionales de arte, como las de las universidades de Buenos Aires, La Plata, Córdoba, Cuyo y Tucumán, con décadas de trayectoria, se suman ofertas de grado en otros temas, como las artes electrónicas en la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref), la conservación y restauración en la Universidad del Museo Social Argentino (UMSA), el arte multimedial en la Universidad Maimónides o la crítica de artes en el Instituto Universitario Nacional del Arte (IUNA), y posgrados que cubren una variedad cada vez más amplia, desde la historia del arte hasta la gestión de la cultura.

"Este auge de carreras y de interés tiene que ver con un proceso de profesionalización que se da en todo el campo del arte. Si antes el curador de un museo tenía un perfil bajo, ahora es un autor que se prepara técnica y teóricamente. Y la gestión de instituciones culturales se volvió más compleja", dice Inés Katzenstein, investigadora, curadora y directora del Programa de Arte que desde este año tendrá la Universidad Torcuato Di Tella. El área incluirá un programa de formación para artistas jóvenes con teoría, práctica y talleres, pero también seminarios y cursos abiertos sobre temas de historia y crítica de las artes. En proyecto, hay una licenciatura en artes.

El juego entre oferta de carreras y necesidades del mercado contiene otros elementos, por ejemplo, la competencia que esta proliferación de profesionales en el mundo del arte ya está provocando. "Al haber un mercado superpoblado, se genera una situación competitiva fuerte y hay que tener un rasgo diferencial para posicionarse y destacarse", analiza Rubens Bayardo, antropólogo y director del posgrado en Gestión Cultural de la Unsam. Las deficiencias de formación en muchos de quienes tienen cargos en organismos culturales del Estado aporta más interesados.

Sin embargo, hay quienes señalan que este auge de carreras vinculadas al arte no es sino el resultado lógico de lo que se sembró hace 25 años, cuando, con la recuperación de la democracia, se revitalizaron carreras tradicionales de arte (como las de la UBA, fundada en 1963 por Julio E. Payró; o la de la Universidad Nacional de Cuyo, creada a fines de los años 30), en las que se educaron muchos de los que hoy diseñan posgrados, dan clases, investigan y, en palabras de José Emilio Burucúa, "han dado forma a un campo artístico muy robusto".

"En los años 80 se hizo fuerte la formación de profesionales a partir de varias universidades nacionales, y ese núcleo ha hecho posible que tengamos grandes profesores y muchos investigadores", sostiene Burucúa, historiador e intelectual del arte, ex docente de la UBA y profesor de grado de la Unsam, donde hasta hace poco dirigió la maestría en Historia del Arte.

No es causal que el estímulo, que hoy da resultados visibles, haya comenzado en esa década. "Desde 1983, el campo del arte argentino ha tenido un impulso por una necesidad de autoexpresión en una sociedad que recuperaba la libertad de hacerlo. Eso ha alimentado la fortaleza del campo artístico y cultural, que mantuvo durante la crisis de 2001. El arte ha sido una tabla de salvación y llenó una voluntad de autoconocimiento", expresa Burucúa.

La época del arte

Quizá sea eso lo que atrae cada vez más personas a los cursos y seminarios vinculados al arte, que en Buenos Aires se vuelven incontables. La Asociación Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes, por ejemplo, ofrece desde hace años su carrera no formal de Historia del Arte, que llena su auditorio, complementada por un calendario de cursos que van de la música y la estética al arte contemporáneo.

Otro tanto sucede en el Centro Cultural Ricardo Rojas, el Recoleta, el Museo Sívori, el Centro Cultural Borges, el Espacio Fundación Telefónica y la Universidad Torcuato Di Tella, por citar unos pocos. A ellos se suman los museos que acompañan sus muestras más importantes con seminarios afines, como sucedió con el Malba y la visita de Sophie Calle o con la Fundación Proa, a propósito de la megamuestra consagrada a Marcel Duchamp, y, como todos los años, con los programas de auditorio encarados por arteBA, Buenos Aires Photo, Gallery Nights y Expotrastiendas.

Si cada época tiene un modo de expresión que la define, ¿será ésta la época del arte? "Se ha producido efectivamente un cambio en el lugar de la cultura y las artes con relación a otras esferas sociales. Arte y cultura aparecían en el imaginario como algo propio de una elite, que representaban un plus por encima de las necesidades básicas de la gente. Hoy está incorporado a la vida social, a la producción económica y a la política", dice Bayardo. "Lo cultural tiene una relevancia enorme -agrega- en la estetización de los productos de consumo."

Podría arriesgarse todavía más: la identidad cultural define un lugar en el mundo (la religión, el género, los gustos musicales pesan más que las clases sociales, por ejemplo) y hasta puede convertirse en una "marca": desde hace años se difunde la idea de Buenos Aires como "capital del arte", gracias a la interacción de la política pública y el sector privado. El crecimiento de circuitos artísticos, ferias y festivales en la ciudad colabora para despertar en un público más masivo el interés por aprender.

Hay, además, una renovada preeminencia del arte en el campo teórico de las humanidades que, con menor visibilidad pero una influencia sostenida, aporta casi tanto a este interés como la presencia creciente de galerías de arte.

"Ha habido un giro en las ciencias sociales y las humanidades, en el que muchos planteos teóricos de larga data en la historia del arte han alcanzado un papel central en otras disciplinas, como la historia de la cultura o la historia intelectual. Estudiar las representaciones, lo simbólico, la decodificación de textos y los vínculos entre imagen y escritura es algo que la historia del arte viene trabajando, y que los estudios culturales, por ejemplo, hoy rescatan. Que otras disciplinas se encuadren en estas problemáticas hace que aparezca el interés por el arte de sociólogos, historiadores y gente de la comunicación", analiza Wechsler.

Cambio de paradigma o salida laboral

En este panorama, existe un aspecto que cambia el lugar de la demanda académica: hay en el arte, en términos más concretos, nuevas posibilidades de trabajo.

La gestión de la cultura, por ejemplo, es un campo amplio y con posibilidades. "Hay una apertura de opciones profesionales en la gestión cultural que viene de la mano de entender que no es un sector de gastos inútiles, sino una inversión que da réditos y que hay que manejar profesionalmente", dijo Bayardo.

"En cultura hubo durante mucho tiempo la idea de que uno hace lo que le gusta o lo que le parece. Hoy se entiende que hay que elaborar políticas a partir de conocimientos, datos, investigaciones e información sólida, conocer el terreno y elegir estratégicamente qué aspectos y expresiones culturales se van a promocionar", sintetiza.

Las exposiciones artísticas también han inaugurado múltiples tareas. El curador, por ejemplo, adquirió un lugar central, como parte de un museo, de un espacio de arte o en su actividad independiente. "Los estudios curatoriales tienen un auge total en Europa y Estados Unidos. El curador es una figura particular, que tiene que encarar un trabajo de producción cada vez más enorme", dice Katzenstein, y cuenta que uno de los objetivos de la UTDT es abrir una maestría en Curaduría, porque "alguien que sale de Historia del Arte necesita una formación en arte contemporáneo".

Con eso coincide Graciela Taquini, una de las primeras egresadas de la carrera de Artes en la UBA, hoy investigadora y curadora especializada en artes electrónicas, que reconoce haber hecho su carrera "en la práctica". "Hoy veo a las chicas más jóvenes, tan formadas y tan eficientes, y pienso que están ganando tiempo. Pero a la vez, que la experiencia es insustituible."

Para Taquini, la curaduría debería ser un posgrado. "Muchos se dicen curadores y no lo son. No debería ser una carrera de grado, sino una especialización de una carrera de arte. Más allá de la formación, de todos modos, las curadurías tienen el sello de las obsesiones personales", admite la especialista que ha hecho del videoarte su territorio expresivo y reconoce como "obsesiones" el simulacro, la verdad y la paradoja.

El auge de las artes electrónicas -que van desde la fotografía y el video hasta la instalación y el net art - abrió una serie de nuevas funciones que hay que aprender. "Las artes electrónicas requieren una formación específica, para rendir cuenta teóricamente de lo que se hace. Así, han surgido teóricos y artistas-teóricos en este campo, pero también la necesidad imperiosa de formar curadores en artes electrónicas", dice Norberto Griffa, director del Departamento de Arte y Cultura de la Untref y coordinador de la carrera de Artes Electrónicas, pionera en el campo, iniciada en 2000. La Untref abrirá este año una maestría en Tecnología y Estética de las Artes Electrónicas.

"Hay en este campo un problema de mantenimiento, de hacer que los aparatos funcionen todo el tiempo y eso demanda criterios de exposición diferentes. Las obras tienen que convivir en un mismo espacio sin contradecirse", describe Griffa.

En el otro extremo de la historia, el pasado también se mira hoy de otra manera. "Otra causa del auge por estudiar arte tiene que ver con la creciente conciencia sobre la preservación patrimonial, sobre la que, si se mira el largo plazo, ha habido progresos en los museos del país. Hay necesidad de gente idónea que haga fichajes eruditos del patrimonio y que pueda imaginar una política patrimonial", opina Burucúa.

¿No puede una oferta creciente saturar un campo artístico de dimensiones modestas, como el nuestro? "Estamos en el punto del brote, en plena explosión. Pero creo que todo esto va a ir decantando", analiza Griffa. Para Burucúa, hay que mirar a las provincias. "Hay siempre un riesgo de saturación laboral, sobre todo en Buenos Aires, pero no creo que suceda todavía. Hay centenares de instituciones, en todo el país, que necesitan estos profesionales", sugiere.

Otros comparan cantidad y calidad, y alertan: "Espero que en la Argentina este auge de formación haga que se generen discusiones más interesantes, de mayor complejidad y riqueza; no sólo gente preparada para hacer un presupuesto u ocupar un puesto de trabajo. Que se puedan formar como intelectuales, porque lo que hace falta es gente que piense", dice Katzenstein. Entre los cursos informales, agrega Taquini, "faltan cursos de historia del arte argentino con un punto de vista menos tradicional, más cuestionador y crítico".

Debajo de la mediática espuma del arte convertido en moda, hay corrientes sociales que demandan atención. Cuidado, dicen muchos, que largas filas para entrar en un museo o visitantes récord en una feria no necesariamente indican una multitud diversa, sino probablemente la misma gente que ya tenía familiaridad con el arte, sólo que ahora con acceso a una oferta más variada. "La democratización del acceso al arte afecta todavía a un segmento escueto de la sociedad, que es la clase media alta. El gran desafío es incorporar a otros sectores", dice Burucúa.

También, repensar el lugar del artista en este andamiaje profesional de intermediarios que se teje a su alrededor y que, según a quien se pregunte, oscila entre lo beneficioso y lo prescindible.

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