Di Tella en los medios
El Tiempo de Colombia
17/08/7

América Latina: ¿nacional, popular y ortodoxa?

Por <STRONG>Pablo Gerchunoff</STRONG>, profesor plenario de Historia Económica Argentina de la <STRONG><FONT color=#ff0000>Universidad Torcuato Di Tella</FONT></STRONG> y profesor visitante de la Universidad de Bolonia. Ha sido dos veces jefe de gabinete de asesores del Ministro de Economía de Argentina.

Cada vez que aparecen en la economía signos de cambio, la gente se pregunta si se trata de un cambio transitorio o permanente. Impulsada en buena medida por el apetito casi insaciable de China e India, América Latina está experimentando un gran crecimiento. Durante los últimos cinco años, para tomar algunos ejemplos, Chile se ha expandido en un 5 por ciento anual, Argentina en casi el 9, Venezuela en más del 10 y la Comunidad Andina en 6 por ciento. Los desempeños más discretos son los de las naciones grandes (México y Brasil), que precisamente por sus dimensiones afean un poco las estadísticas agregadas. Solo por eso se explica que la región crecerá al 4,5 por ciento en el 2007 frente a un promedio mundial del 5 por ciento.

Una regularidad de la historia de postguerra en América Latina ha sido que ciclos de bonanza como el que acabamos de describir tenían su talón de Aquiles en el déficit de cuenta corriente del sector externo y, por lo tanto, en el endeudamiento para financiarlo. No es eso lo que está ocurriendo ahora. América Latina terminará el 2007 con superávit de cuenta corriente y con los bancos centrales acumulando reservas, lo que constituye un reaseguro contra eventuales crisis financieras. Por un lado, el comercio mundial está creciendo y América Latina, a su vez, está aumentando su participación exportadora en ese contexto. Por otro lado, los términos del intercambio han mejorado.

En materia de precios, la fortuna ha sido especialmente generosa con los productores de petróleo y gas (como Venezuela y Bolivia) y minerales (como Chile), pero no se portó mal ni siquiera con los productores de alimentos (como Argentina y Uruguay), tan golpeados durante décadas y que ahora se ven beneficiados por notables innovaciones biogenéticas, que han ampliado las tierras cultivables. Además, hay un fenómeno sorprendente que favorece a todos: los precios de los bienes de capital de base tecnológica que América Latina importa han estado cayendo durante la última década.

Otro fenómeno se enlaza con el anterior. Si en los países desarrollados hay presiones estructurales deflacionarias -como los tan debatidos incrementos de productividad en Estados Unidos- y esas presiones ayudan a los bancos centrales a mantener la estabilidad de los precios, es comprensible que las tasas de interés fluctúen en un entorno moderado. Se completa -por ahora- la felicísima trinidad: exportaciones crecientes, términos del intercambio altos y tasas de interés razonablemente bajas.
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Mientras esta combinación de factores dure, los gobiernos de América Latina podrán exhibir una solidez fiscal asociada tanto al crecimiento como a las mejoras del sector externo, a pesar de un mayor nivel de gasto. Chile, por ejemplo, pasó de un leve déficit fiscal en el 2003 a casi un 8 por ciento de superávit respecto al PBI en el 2006. Argentina siguió el mismo derrotero con herramientas diferentes y menos disciplina, y lo combinó con una profunda reestructuración de su deuda externa.

De manera similar, gracias a los descubrimientos gasíferos y a los precios del fluido, Bolivia dejó atrás un déficit fiscal global de 8 por ciento del PBI en el 2003 y registró un superávit de 1,2 por ciento en el 2006. De once países de la región -cinco del Mercosur, cuatro de la Comunidad Andina más Chile y México-, siete han tenido superávit fiscal durante el 2006 y seis lo mantendrán (no tan cómodamente) durante el 2007.

Naturalmente, los escépticos alertan sobre el optimismo excesivo, argumentando que algo parecido ocurrió a principios de los años 70 y aquello terminó en una profunda crisis. Sin embargo, hay una importante diferencia entre los dos momentos: mientras que el estancamiento económico y la inflación mundial de los años 70 se originaron en un cartel de oferta de los productores de hidrocarburos, ahora el impulso proviene de la demanda de los latecomers asiáticos en el proceso de industrialización y la inflación es una amenaza permanente que nunca se concreta.

Mientras tanto, cada gobierno a su manera, cada cual con su estilo y su discurso político, busca asociar el Estado a los beneficios de una globalización que por estos años muestra su cara bondadosa. El resultado de todas las fuerzas en juego es sorprendentemente ortodoxo: una aguda caída en América Latina de las deudas públicas y privadas externas respecto al PBI, del 44 por ciento al 21 entre el 2003 y 2007, en parte por la apreciación cambiaria que la propia bonanza externa genera.

Al parecer, los nuevos gobiernos nacionalistas populares y de izquierda de la región han descubierto que la solidez fiscal y el desendeudamiento constituyen la llave de la autonomía política y la independencia económica. Si el consenso neoliberal de Washington ha quedado en el olvido, quizás no fue por el error in toto de sus recomendaciones sino porque el mundo ofreció una oportunidad para realizar la más importante de ellas sin pasar por las horcas caudinas de la contracción económica y el ajuste.

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